EL MUNDO
› COMO ES EL ESCENARIO MAS CRITICO DESDE LA CRISIS DE 1930
Pánico al primer golpe de campana
Después de la meteórica caída de Wall Street el viernes, cuando el volumen de negocios se desplomó a su nivel más bajo desde octubre de 1998, el mundo está pendiente de qué pasará mañana cuando la Bolsa neoyorquina abra con su tradicional toque de campana. Todo indica un panorama negro de extensa recesión mundial.
Por Larry Elliott
Hace tres años la revista Time publicó un artículo de James Cramer, el fundador de TheStreet.com, una revista on line totalmente dedicada al culto a la riqueza. Exaltando las virtudes de una vida dedicada a la compra y venta de acciones desde el hogar, “Yeah, Day Traders!” (en alusión a la canción de los Beatles “Day Tripper”) el mensaje de Cramer era simple. Olvídense de enseñar, olvídese de arar la tierra, olvídese de fabricar camiones o arreglar huesos; en cambio gánese la vida especulando. El artículo insistía en que nunca había habido una época mejor “para ganarse la vida comerciando”.
En su espléndido libro sobre el triunfo del extremo capitalismo (1), Thomas Frand llamó a 1999 el verano del amor corporativo, y la pegó con exactitud. Igual que en 1967, la promesa era la liberación respecto del rígido del pasado; la diferencia era que la droga elegida no era LSD sino dinero. Y los gurúes de la revolución no eran los Beatles y los Stones, sino hombres como Cramer y James Glassman, que predicaban que el promedio industrial del Dow Jones no pararía en 10.000 sino que aumentaría inexorablemente a 36.000. Un adecuado epitafio para el verano del amor corporativo sería el de John Lennon para los Beatles cuando se separaron después del álbum del Sargento Pepper: “El sueño se acabó”.
Hoy la charla no es sobre cuando el Dow llegará a 36.000 sino cuánto más bajará. Hoy, una revista que usara el titular “Yeah, Day Traders!” correría el riesgo de ser incendiada por un pequeño ejército de inversores que han visto consumirse el valor de sus portafolios desde que estalló la burbuja en la primavera de 2000. Hoy, el tema es si el precio de la locura del mercado colectivo será una seria recesión global o, aún peor, una debacle total.
Hay un ejército de eruditos dispuestos a decir que no hay de qué preocuparse. Los estrategas políticos están exudando confianza en todas partes, entonando el mantra de que las vibraciones económicas son buenas. Lawrence Lindsey, el asesor económico de George Bush, hizo eso hace unos días en el Financial Times, insistiendo en que una recesión en Estados Unidos era “improbable”.
En realidad, por supuesto, nadie sabe con seguridad lo que va a pasar. Los analistas financieros tienen sus gráficos que se supone pueden predecir el futuro desde el pasado. Y esos gráficos ahora dicen que hay problemas. Los economistas que ven los datos de la economía dicen que el dinero barato y el alto gasto significa que las cosas están mejorando. Pero ambos presuponen que la economía es una ciencia en lugar de una forma moderna de alquimia, y que los que practican su arte negro son algo más que curanderos de tribu muy bien pagos. La única teoría realmente relevante para la Bolsa de Valores es la teoría del caos. La reciente historia del dólar es un ejemplo típico. Durante los últimos cinco años, la fortaleza de la moneda de Estados Unidos ha estado comiéndose las ganancias de las empresas y contribuyendo a un déficit comercial record. Los mercados sabían que el dólar estaba sobrevaluado, pero a pesar de eso lo seguían comprando. Durante los últimos dos meses, el ánimo cambió y el dólar cayó 14 por ciento contra el euro, rompiendo la paridad uno a uno por primera vez en más de dos años ¿Cuando se detendrá la caída? ¿Quién sabe? Según algunas estimaciones, el dólar todavía esta sobrevaluado en un 30 por ciento, pero una caída rápida de ese tenor se retroalimentaría en los mercados de capitales y los inversores extranjeros huirían hacia la salida.
Todo esto explica porqué los estrategas económicos están mucho más preocupados por la reciente contracción descendente en los precios de las acciones que lo que dejan saber. La gran merma de confianza de los consumidores norteamericanos que se informó la semana pasada fue una claraindicación de que el ánimo del público ha sido afectado por las bajas en Wall Street gatilladas por el fraude contable de 3.850 millones de dólares en WorldCom. Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal (Fed), el banco central de Estados Unidos, declaró en el Congreso esta semana, pero sus palabras fueron menos importantes que las acciones de la Fed cuanto se reúna el mes que viene para establecer las tasas de interés.
El verdadero temor de Greenspan es que la economía norteamericana quede encerrada en una espiral descendente en el que la baja de los precios de las acciones termine debilitando los niveles de consumo, que a su vez presionará sobre las ganancias de las compañías y por último sobre el mismo sistema financiero. Los precios de los bienes podrían colapsar y las empresas bajarían los precios de sus productos para hacerse de dinero en efectivo, generando un período de deflación en que la baja de las tasas de interés ya no sirva para volver a estimular el crecimiento. Eso nunca podría pasar, dicen los optimistas. De hecho, ya pasó en la segunda economía del mundo, la de Japón. El país ha sufrido cuatro recesiones desde el estallido de su burbuja financiera a fines de los ‘80. Los precios están cayendo y los consumidores están acaparando efectivo: sólo hace falta una palmada más para empujar a los bancos al filo de una crisis sistémica. Greenspan ha estado estudiando un voluminoso informe que ordenó hacer sobre la experiencia japonesa: así de preocupado está.
Lo mejor que se puede esperar por ahora es que no haya más historias de fraudes corporativos en las próximas semanas, y que algunas de las mejores (y más honestas) figuras entre los titanes de las corporaciones norteamericanas produzcan una recuperación rápida de los precios de las acciones, que después alimente el gasto de los consumidores. Esto no curaría las enfermedades de la economía norteamericana –causadas por la excesiva inversión en alta tecnología y la excesiva toma de préstamos durante los años de la burbuja–, pero al menos le permitirá ganar tiempo a Greenspan.
Mucho más preocupante sería la continuación de la caída del precio de las acciones en las próximas dos semanas. En estas circunstancias, la Fed estará bajo fuerte presión para que baje de nuevo las tasas de interés en el encuentro de agosto, y probablemente lo haga. De todos modos, esto no es garantía de que se restaure la confianza en los mercados ¿Por qué? Primero, sólo sería una baja del 0,25 por ciento desde el nivel ya bajo del 1,75 por ciento de las tasas de interés. Segundo, porque podría ser contraproducente, ya que será visto como un signo de que la Fed entró en pánico (lo cual sería verdad). Finalmente, el nivel de las tasas de interés es pagado por las compañías y los consumidores en sus créditos. Y estas bajas no fueron lo suficientemente rápidas como para prevenir las tensiones financieras.
El problema subyacente es que desde mediados de los ‘90 los precios de las acciones subieron un 200 por ciento pero las ganancias de las corporaciones –medidas por estadísticos gubernamentales serios, no por auditores tramposos– crecieron sólo un 40 por ciento. Es concebible que Greenspan continúe bajando, bajando y bajando una vez más las tasas de interés antes de que Wall Street reaccione. Aun en ese momento (y asumiendo que no habrá invasión a Irak para complicar las cosas), existe el riesgo de que esta política simplemente lleve a una repetición de lo ocurrido este año: un breve estallido de euforia que se apagó cuando todos se dieron cuenta de que las compañías no pueden producir las ganancias que se esperaban de ellas. Entonces, Greenspan y Bush estarán en un dilema todavía peor del que enfrentan actualmente, porque ya habrán probado casi todas las armas disponibles. Mientras tanto, Europa y Japón –fuertemente dependientes de la recuperación norteamericana para mantener a sus economías marcando el paso– se verán enfrentadas a la perspectiva de una recesión profunda y prolongada. Si todo esto suena sombrío, es porque lo es. Probablemente éste sea el momento más crítico de la economía global desde los años ‘30. De todos modos, hay algo que consuela: la gente se preguntará en primer lugar cómo es que llegamos a esto. La respuesta es que quienes deciden las políticas, encandilados por Cramer, Glassman y sus amigos en los mercados financieros, sacaron deliberadamente el pedal de freno del capitalismo global. Y, como cualquier ingeniero sabe, el pedal del freno es el que permite a la máquina viajar segura cuando alcanza velocidad. Sin él, sólo hay dos velocidades: peligrosamente rápidas y mortalmente lentas.
(1) One market under God, de Thomas Frank, fue publicado por Secker and Warburg en Gran Bretaña.
(De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12).
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