La llegada de ultraconservadores de Europa del Este consolidó el movimiento encabezado por Le Pen y la nieta de Mussolini en un foro que paradójicamente es motivo de escarnio de la ultraderecha.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Nacionalistas, xenófobos, antisemitas consagrados pero disimulados, demagogos y populistas a ultranza, estos personajes salidos de otra época formaron un grupo parlamentario poco común en el Parlamento de la Unión Europea que este lunes inició su sesión plenaria en la norteña ciudad francesa de Estrasburgo, sede del europarlamento. Llamado Identidad, Tradición y Soberanía (ITS), el grupo está por compuesto por 20 eurodiputados de extrema derecha oriundos de siete países de la Unión: Francia, Rumania, Bulgaria, Bélgica, Austria, Italia y Gran Bretaña. Hacía doce años que la extrema derecha europea no podía formar su propio grupo y estaba confinada al purgatorio de los movimientos parias, es decir, aquellos que, entre los 784 eurodiputados, no cuentan con los 20 necesarios para conformar un grupo. La aritmética quedó resuelta con un dato contradictorio: la extrema derecha de Europa del oeste combate con ahínco el ingreso de los ex países comunistas de Europa del este a la UE, pero fue la reciente adhesión de Rumania y Bulgaria la que permitió que se formara la figura del núcleo.
En Identidad, Tradición y Soberanía está lo más destacado de la llamada “Europa marrón”. Sus miembros son siete eurodiputados franceses del Frente Nacional, incluidos su presidente, Jean-Marie Le Pen, y su hija Marine Le Pen, cinco rumanos del partido România Mare (Gran Rumania), tres belgas del partido flamenco Vlaams Belang, un austríaco del FPÖ, un británico, un búlgaro de Ataka (Ataque) y dos italianos, entre los que está Alessandra Mussolini, nieta de Benito Mussolini. Los seis hombres aportados por Rumania y Bulgaria fueron decisivos. El movimiento rumano, Gran Rumania, y el búlgaro, Ataque, son los más sólidos y poderosos representantes del populismo y la xenofobia en los ex países comunistas. Sus líderes respectivos, el rumano Corneliu Vadim Tudor y el búlgaro Volen Siderov, comparten junto al francés Jean-Marie Le Pen –2002– el inédito orgullo de haber llegado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales: noviembre de 2000 para Tudor y octubre 2006 para Siderov. Los condimentos de la ideología que profesan son comunes: el nacionalismo, el populismo, la xenofobia y la crítica demoledora y sistemática del sistema político tradicional. “A este país hay que gobernarlo con una ametralladora”, suele decir Tudor mientras que el búlgaro Siderov se considera “iluminado por Dios para salvar la nación”. Su divisa tampoco difiere del célebre slogan del Frente Nacional francés:”¡Francia para los franceses!”. Siderov dice: “Devolvamos Bulgaria a los búlgaros”. El racismo se concentra contra los húngaros en Rumania, los turcos en Bulgaria y los tziganos en ambos países.
No menos paradójico resulta el hecho de que todos los partidos de la euroextrema derecha aspiran sus votos en los segmentos de la sociedad perjudicados por la velocidad de la Unión Europea. Al igual que en Francia con Jean-Marie Le Pen, Ataque y Gran Rumania llevan a las urnas a los electores que se quedaron en el camino de la Europa liberal. El famoso euroescepticismo encuentra sus mejores representantes políticos en la extrema derecha que ahora se sienta en los bancos de un Parlamento que aborrece. Los países de Europa del este no eligieron a ningún eurodiputado ecologista, en cambio trajeron un flujo consistente de extremistas, racistas y antisemitas de toda índole. El grupo ITS podría ser en el futuro mucho más amplio que hoy. Rumania y Bulgaria celebrarán elecciones parlamentarias europeas en la próxima primavera, al tiempo que existen en el europarlamento otros núcleos duros que, por ahora, se mantienen dentro de otros grupos parlamentarios. El eurodiputado del Frente Nacional francés Bruno Gollnisch, presidente de ITS, cuenta con agrandar su familia en cuanto otros partidos como el polaco LPR, la Liga de Familias Polacas, se decida a incorporarse a ITS. Gollnisch espera que pronto se rompa el pacto de silencio y que ITS tenga un efecto catalizador: “Muchos colegas dicen en privado que comparten nuestras ideas, pero dudan en dar el paso adelante”. En respuesta a ello, los socialistas europeos convocan a la formación de lo que llamaron “un cordón sanitario”. No obstante, con una ultraderecha que en Francia, con 17 por ciento, 18 por ciento de las intenciones de voto, se ubica como el tercer partido del país es difícil imaginar un cordón con tantas vueltas.
Identidad, Tradición y Soberanía se presenta como un resuelto militante de la causa por el “reconocimiento de los intereses nacionales, las soberanías, de las identidades y las diferencias, de los valores cristianos y la familia tradicional”. Su enemigo más real es, según sus miembros, la idea de una Europa unitaria y burocrática y la eventualidad de un mega Estado europeo. Bellas palabras que no esconden las sombras de sus contornos más férreos: el racismo, el odio al otro, al diferente, al foráneo. El año pasado, un eurodiputado búlgaro de Ataka se enojó porque el Parlamento europeo le otorgó una recompensa a una eurodiputada húngara de origen tzigano, Livia Jarota, del Partido Popular europeo. El hombre escribió: “En mi país hay miles de chicas tziganas más bellas que ésta, y las mejores cuestan caro”. Y qué decir del mismo Jean-Marie Le Pen, que aún tiene procesos judiciales pendientes por las declaraciones en las que negó la existencia del extermino judío por parte de los nazis. Los parlamentos son la expresión organizada de la democracia. A veces pueden ser también recintos donde están representados sus incurables odios.
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