El aspirante a convertirse en el primer presidente negro de Estados Unidos lanzó su candidatura con críticas a la guerra de Irak y un mensaje generacional. Habló de energía y educación.
› Por Rupert Cornwell *
Con el fantasma del presidente que abolió la tortura cirniéndose en el aire helado, Barack Obama lanzó ayer la primera campaña presidencial de un político negro en la historia de Estados Unidas que se considera tiene una chance real de ganar la Casa Blanca. “Me paro frente a ustedes hoy para anunciar mi candidatura para la presidencia de los Estados Unidos”, afirmó ante estruendosas ovaciones de alrededor de 15.000 personas en las afueras del viejo edificio del Capitolio de Illinois. “Gracias a todos. Los amo”, dijo, mientras terminaba su apasionado discurso. “Pongámonos a trabajar.”
Alto y delgado, envuelto en un largo sobretodo negro para protegerse del frío, el senador de 45 años mezcló a Abraham Lincoln y a John Kennedy mientras hizo público su llamamiento a las armas. “Es tiempo de que nuestra generación responda al llamado, incluso ante situaciones imposibles. Eso es lo que entendió Abraham Lincoln. A través de su voluntad y sus palabras movió a una nación”, proclamó. “Hoy tenemos la oportunidad de enfrentar los desafíos de este milenio unidos como un solo pueblo, como norteamericanos”, afirmó, mientras la multitud gritaba O-B-A-M-A, O-B-A-M-A. Pero esto dependerá de “la participación activa de un electorado despierto”, dijo, urgiendo a los votantes cínicos y desilusionados a unirse en lo que sería una cruzada popular.
“Sé que hay cierta desconfianza sobre lo que estoy haciendo”, afirmó, reconociendo el corto tiempo que ha estado en la escena nacional. Pero el país estaba buscando algo nuevo para enfrentar sus desafíos: entre ellos una “guerra sin final en Irak”, la desesperada necesidad de una nueva estrategia energética, y las fallas en el sistema educativo. “No ha sido la ausencia de planes sólidos lo que nos ha detenido, sino el fracaso del liderazgo, la pequeñez de nuestra política. La gente ha mirado para otro lado con disgusto y desilusión. Estamos aquí para volver a tomar la política. Es hora de dar vuelta la página, aquí y ahora”.
El ascenso del senador Obama fue meteórico incluso para la política estadounidense. Hace tres años era un consumado senador del estado de Illinois, pero aparentemente nada más. Se le dio el puesto de exposición en la convención del partido en Boston en 2004, que nominó a John Kerry y John Edwards. El discurso fue un éxito nacional, por lo que Obama fue electo con una victoria arrolladora, y para mediados del año pasado, con apenas 18 meses de experiencia en Washington, ya se hablaba de él como material presidenciable.
Al final, su anuncio formal le fue forzado por la demanda pública. Su familia era reacia. Pero incluso su esposa, madre de las dos hijas de la pareja, se resignó a lo inevitable. “Esta es una oportunidad increíble”, dijo a CBS News. “Si no estuviera casada con él, lo querría allí.” Pero las políticas de Obama, más allá de su liberalismo instintitvo, son todavía un misterio. “Obviamente era bueno, inteligente y podía llevarse bien con todos”, recuerda Bernard Schoenburg, escritor político para el Springfield Journal Register, quien lo vio en la Legislatura estatal. “Pero uno nunca hubiera pensado que esto ocurriría tan rápido: que se convertiría en una obsesión nacional de un día para otro. Y francamente, no creo que él pensara que esto pasaría.” Pero ha sucedido.
Obama todavía puede fracasar. Puede ser expuesto como alguien que no ofrece nada sustancial. Pero en el preocupado EE.UU. de hoy, donde las batallas partidarias estándar parecen tan contraproducentes, él toca una fibra profunda. No es sólo el cambio de generación (la hace ver a Hillary como a una criatura del pasado, aunque a los 47 sería unos meses mayor que Bill Clinton cuando llegó al poder), sino un cambio de actitud. Con sus palabras y su entorno, predica unidad, reconciliación y horizontes sin límites: en síntesis, esa vetusta pero siempre potente noción del “Sueño Americano”.
Sin embargo no tiene experiencia. Pero eso, curiosamente, es su atractivo. No tenía experiencia en relaciones exteriores, pero supo lo suficiente para oponerse a la invasión de Irak. Se dijo que el equipo de seguridad nacional de Bush era el mejor de la historia. Pero ideó el error más grande de la política estadounidense desde Vietnam, quizás en toda la historia norteamericana. “Es hora de traer a nuestras tropas a casa”, declaró ante las ovaciones.
La Audacia de la Esperanza es el título de su autobiografía, que es un éxito en ventas. Pero otra vez, el proyecto de Obama puede no ser tan audaz después de todo. Estados Unidos puede estar preparado para encomendarle su futuro a alguien que no ha sido probado, habiendo concluido que a la vieja política se le han acabado las respuestas. De cualquier forma, hay más preguntas que respuestas. Pero ayer, al menos por un momento, el aire glacial congeló las dudas. Nuestros ojos lloraban y nuestras lapiceras dejaron de funcionar. Y quizá vimos hacer historia.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Virginia Scardamaglia
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