Dom 04.03.2007

EL MUNDO  › MEXICO RECURSOS NATURALES Y SEGURIDAD INTERNA

Calderón levantó la mano

› Por Gerardo Albarrán de Alba

Desde México, D. F.

Y cuando George Bush despertó, América latina había girado a la izquierda. Obsesionado por Medio Oriente, su petróleo y su patológica necesidad de enfrentar a un “eje del mal” (primero Afganistán, luego Irak y ahora –¿por qué no?– Irán), el presidente más desprestigiado de la historia de Estados Unidos descuidó lo que para ellos es su patio trasero. Y Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela decidieron darse gobiernos de izquierda. Poco faltó para que, en sus propias narices, México les siguiera, pero un ex gerente de Coca Cola los salvó. Vicente Fox trabajó arduamente los dos últimos años de su mandato para impedir que Andrés Manuel López Obrador llegara a la presidencia de la república, y mediante una guerra sucia logró imponer a su sucesor, el derechista Felipe Calderón, quien se erige hoy como una pieza clave para que Bush intente recuperar el terreno perdido.

Con dos años por delante como presidente, Bush llegará a México el 8 de marzo para cobrar la factura de su apresurado reconocimiento a Calderón tras las impugnadas elecciones del 2 de julio pasado, con lo que pretende reforzar los lazos de sumisión con que su país tradicionalmente ha gozado por parte de la derecha mexicana, mucho más cómoda con los republicanos que con los demócratas.

Cuenta para ello con dos instrumentos: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) y el Acuerdo para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (Aspan). Particularmente este último le significa a Estados Unidos la posibilidad de someter las relaciones comerciales con México al reforzamiento de su seguridad fronteriza y al control de las instalaciones petroleras de su vecino del sur. Esto le devolverá el carácter estratégico que usualmente habían tenido las relaciones de Estados Unidos con México, y que desde hace seis años quedaron reducidas al tema migratorio, en el que el gobierno de Vicente Fox se empeñó en reducir su esfuerzo diplomático sin haber conseguido otra cosa que la militarización de los 3 mil kilómetros de frontera.

Calderón ha enviado una serie de señales que son bien vistas por los devaluados halcones de Bush en Estados Unidos, como si reclamara para sí un protagonismo que está lejos de alcanzar en el hemisferio. Desde su participación en Davos, con el que se estrenó en foros internacionales criticando a los gobiernos latinoamericanos con orientación social, hasta su enfoque “antiterrorista” para enfrentar al crimen organizado en México, Calderón parece levantar la mano para llamar la atención de Bush.

Lo cierto es que Bush puede encontrar en Calderón y su partido, el PAN, un aliado natural para frenar el vuelco latinoamericano hacia la izquierda. Por lo pronto, Calderón no ha dudado en intercambiar insultos con el venezolano Hugo Chávez, más como un desplante machista que como una estrategia diplomática de la que su gobierno aún carece, pero que agrada mucho a Washington, que no escucha a otra voz en toda América latina que le responda con la misma dureza al presidente de Venezuela.

La apuesta de Calderón es ésa, y a cambio del respaldo de Bush para consolidarse en el poder –hasta ahora ejercido básicamente con el apoyo del ejército– parece dispuesto a ceder el control de los resabios de soberanía nacional que le quedan a México: el control de sus recursos naturales y la responsabilidad de la seguridad interior, y convertirse en el ariete de la derecha latinoamericana contra un nuevo “eje del mal”.

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