François Bayrou asciende de forma constante y, pese a haber estado vinculado con la derecha, una parte del electorado le cree su campaña de centro. Por primera vez, la ultraderecha está en el cuarto lugar, de cara a los comicios de marzo-abril.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Las encuestas de opinión marcaron ayer una inflexión histórica en las intenciones de voto de los franceses: por primera vez en las últimas dos décadas, el candidato de la extrema derecha, Jean Marie Le Pen, no aparece en el tercer puesto de una elección presidencial. Le Pen, con 14 por ciento de votos posibles, quedó relegado al cuarto puesto, detrás del 20% del hoy tercer hombre, el centrista François Bayrou. La ubicación de Bayrou en esa escala confirma el ascenso constante de un candidato que, pese a haber sido siempre un aliado público de la derecha, de haber ocupado carteras ministeriales en casi todos los gobiernos conservadores, le ha hecho creer a un segmento del electorado que en Francia existe una tercera vía: ni derecha ni izquierda, sino el centro.
François Bayrou, líder y candidato del partido UDF, se despertó en el centro hace poco más dos años. El responsable político emprendió entonces una ruda campaña de emancipación de la derecha, en cuyo círculo privado siempre se movió, y hoy, ayudado por las dudas que flotan en torno a la socialista Ségolène Royal, el hombre recoge los frutos de su osadía. Lo que en cualquier otro escenario político del mundo parecería sospechoso, en Francia es un tema que se toma muy en serio. Tanto que hasta la sondología confirma que la escenografía de las urnas que perdura desde hace dos décadas cambió a uno de sus protagonistas y puso en su lugar a un centrista. Las proporciones que ha alcanzado el llamado fenómeno Bayrou se explican técnicamente por el comportamiento específico de un núcleo del electorado, los llamados bobos. Esta expresión, inventada en los Estados Unidos, designa a los bohemios burgueses, o viceversa. Son los bobos quienes, desencantados o poco convencidos por la socialista Ségolène Royal, le dan vida al espejismo de un movimiento auténticamente centrista. Los bobos constituyen una clase social muy particular: son jóvenes, urbanos, trabajan por lo general en el mundo de las nuevas tecnologías, consumen objetos culturales, viajan mucho por curiosidad o buen gusto, se visten con ropa de marca carísima pero de aspecto informal, consumen productos naturales, calificados como étnicos o provenientes del comercio equitativo y, por sobre todas las cosas, tienen el caprichoso hábito de encarecer todo lo que tocan. Los barrios populares, a los que tomaron por asalto, se tornan más caros que los de los ricos. Y en cuanto frecuentan un bar de mala muerte, éste se vuelve de moda: le cambian el decorado y la cerveza que antes costaba un euro pasa a costar 8. Los bobos se sienten también embargados por un sentimiento de incontenible libertad cuando permiten que sus hijos caminen descalzos por los parques de París. Es, en resumen, esta clase social la que está mezclando las cartas del póquer político y poniendo las fichas sobre una apuesta inédita: cortar la alternancia entre gobiernos socialistas y conservadores, entre esa izquierda y esa derecha cuyos orígenes no remontan a la aparición del marxismo, sino a la Revolución Francesa.
Bayrou atrae a muchos electores de izquierda oriundos de las clases medias o superiores, a los profesores, a los intelectuales, a los católicos y a los socialdemócratas que no creen en Ségolène Royal y ven con espanto la posibilidad de que el ministro de Interior y candidato de la conservadora UMP, Nicolas Sarkozy, se quede con el sillón presidencial. Las consultoras de opinión destacan que Bayrou tiene su mejor caudal electoral entre las CSP, las categorías socioprofesionales más favorecidas. Estas clases sociales tienen una tradición de voto progresista socialista, pero hoy se mudan a las urnas centristas. Parecen creer con fe en que un hombre forjado en las mayorías conservadoras puede cambiar el rumbo político nacional, romper la división izquierda-derecha con un principio rector: ni lo uno ni lo otro, sino un poco de los dos: lo mejor de la izquierda, lo mejor de la derecha. Eso se llama el centro.
El apoyo constante que Bayrou recibe de los bobos empieza también a tener un impacto en las clases menos acomodadas. Impulsado por el voto bobo, las clases intermedias –empleados, oficinistas– empiezan a pensar en votar por él. Si Bayrou pasa a la segunda vuelta, Francia viviría una suerte de revolución al revés: las minorías económicas y socialmente altas cambiarían la historia. Sin embargo, los mismos estudios de opinión muestran una ambivalencia marcada: 62 por ciento de las personas que se siente atraído por el centro declara que su decisión aún no es definitiva. Esa actitud coincide además con el comportamiento social de los bobos, un tanto ambivalente: en ellos todo parece ser doble, en la frontera de lo cambiante: tienen plata pero viven en barrios populares y, como dice la periodista Natalia Olivares, “leen lo políticamente incorrecto siempre y cuando sea un best-seller”.
La imagen de Royal juega un papel predominante en esta gestación de un centro tal vez más romántico que real. Entre los errores que cometió la candidata, el linchamiento del que fue objeto por parte de sus enemigos del Partido Socialista y de la prensa y las respuestas acertadas de la derecha se instauró una suerte de sensación persistente: Royal es incompetente, poco capacitada. Nada prueba ese juicio, pero quienes sueñan con encerrar para siempre en la historiografía la división entre la izquierda y la derecha insisten en repetir ese argumento. Bayrou sería, finalmente, el tercer hombre providencial de una continuidad disimulada.
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