EL MUNDO › ANUNCIO QUE NO BUSCA LA REELECCION Y NO DIJO A QUIEN APOYA
“Ha llegado el momento de servirlos de otra manera”, dijo el presidente francés. El paso al costado no sorprendió, pero deja en escena el problema de la sucesión. Chirac no dijo si apoya a su ministro Sarkozy o a Bayrou, un derechista que se hizo más centrista.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Las diagonales de la campaña para las elecciones presidenciales francesas se abrieron como una partida de ajedrez después de la fase de apertura. El presidente Jacques Chirac puso fin al suspenso que rodeaba su futuro. Sin sorprender, Chirac anunció que no se presentaría a un tercer mandato. En una puesta en escena calculada en sus más mínimos detalles, el jefe de Estado hizo el balance de sus dos presidencias y aseguró que, al cabo del mandato que se le confió, “ha llegado el momento de servirlos de otra manera”. La única incógnita que Chirac no despejó consiste en su posición frente a las elecciones presidenciales. Tal como se esperaba, Chirac dejó para más tarde su eventual apoyo a uno de los dos candidatos que pertenecen a su campo: Nicolas Sarkozy, ministro del Interior y candidato de la UMP; y François Bayrou, un hombre surgido de la derecha, pero que se lavó la cara para presentarse como un centrista moderado.
Los representantes de la derecha y de la izquierda se enfrentan a un horizonte ocupado por la amenaza que representa François Bayrou. Este hombre político clara e inequívocamente de derecha, criado en la cuna del conservadurismo, ministro de los gobiernos conservadores y, de pronto, por arte de magia, moderado y centrista. Los socialistas dicen que quiere aparecer “como un Che Guevara del extremo centro”. Lo cierto es que, en momentos en que Sarkozy conoce el primer estancamiento de su campaña y que la socialista Ségolène Royal no despega ni un punto en los sondeos, Bayrou igualó ayer en las intenciones de voto para la primera vuelta a Royal.
Francia vive en plena ficción electoral. Bayrou recoge sobre todo los votos de una compacta clase social que aspira a erradicar para siempre la disyuntiva izquierda/derecha. Escuchar a un elector francés dar su opinión es como oír los argumentos de un niño. Bayrou le hizo creer a un segmento considerable de la sociedad que el centro que él representa puede desdibujar esa confrontación. Sin embargo, el hombre es de derecha y no tiene casi partido. El suyo, UDF, se esfumó cuando Nicolas Sarkozy se apoderó del partido de Jacques Chirac, RPR, y fundó esa máquina electoral que es la UMP. En ese entonces, los miembros de la UDF se cambiaron la corbata y pasaron a aumentar las filas de la UMP.
Francia da claros signos de repetir una suerte de inmadurez que consiste en no querer elegir para no pagar el tributo de esa elección. Ni izquierda, ni derecha, ni reformas suaves, ni liberalismo a plena vela. Esa postura ubicó a François Bayrou a 23 por ciento de las intenciones de voto, exactamente el mismo porcentaje que Ségolène Royal. Nicolas Sarkozy, que recaba 28 por ciento de intenciones de voto, atraviesa un pozo de aire en su campaña. La prensa local revela fuertes brotes de impaciencia en el entorno de su campaña. Sarkozy no cesa de reclamar nuevas ideas para reactivar un proceso que parecía destinado a un éxito rotundo. Si hace unas semanas llegó a contar con 10 puntos de ventaja sobre Ségolène Royal, esa diferencia se redujo ahora a causas más coherentes. A su vez, el ascenso regular de François Bayrou constituye una amenaza aún más imprevisible que la misma candidata socialista.
Todas las encuestas de opinión adelantan que sea cual fuere el duelo en la segunda vuelta –6 de mayo–, Bayrou derrotaría tanto a Sarkozy como a Royal. Más grave aún, el hecho de que Bayrou iguale a Ségolène Royal restaura el espectro de 2002: que la segunda vuelta no cuente con un representante de la izquierda francesa. Quedan, no obstante, dos incógnitas. Una: ¿qué hará Chirac? ¿Acaso apoyará a Bayrou con el único propósito de debilitar a su gran enemigo, Nicolas Sarkozy, o se despedirá dando una consigna de voto a favor del ministro de Interior? Con Chirac es imposible vaticinar una actitud. Su trayectoria es una órbita cambiante. Jacques Chirac puede decir el lunes una cosa y el martes todo lo contrario. El segundo enigma es lo que ocurrirá con la extrema derecha y su inmortal candidato. Jean-Marie Le Pen –13 por ciento de las intenciones de voto– grita a quien quiera o no quiera oírlo que no ha obtenido las 500 firmas necesarias para validar su candidatura. Si Le Pen no figura en la elección, la dispersión de los votos puede transformar todos los cálculos.
La campaña electoral francesa es un cartel luminoso que cambia todo el tiempo de color. Un ex miembro de la derecha quiere encarnar la desaparición de la alternancia, un candidato conservador, Nicolas Sarkozy, propone, tal como lo haría un hombre oriundo de la extrema derecha, la creación de un Ministerio de “Inmigración y de la Identidad Nacional”, mientras que Ségolène Royal reorganiza su equipo de campaña integrando en el aparato a los dos aspirantes que derrotó en la interna socialista y al tercero que obligó a renunciar en el camino, el ex primer ministro Lionel Jospin. En ese enredo de contradicciones, el centrista Bayrou recoge las incertidumbres alimentadas en la incoherencia global.
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