EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
La Unión Europea llega a su madurez un poco desorientada y con algún rollo de más. Nunca ganaría un concurso de belleza. Puntillosa, burocrática y silenciosa, suele perderse en la multitud. Pero sus logros son innegables. Llega a su madurez afianzada, con una descendencia que crece y prospera en paz, más allá de las peleas y los desacuerdos que ocurren en cualquier familia, lo cual hoy en día es bastante difícil de conseguir.
La Unión Europea que hoy cumple 50 años nació de la desesperación. Después de la Segunda Guerra Mundial, seis países vecinos llegaron a la conclusión de que la única manera de obtener una paz duradera era acabar con la rivalidad militar entre Francia y Alemania, detonante de tres guerras en tres generaciones. Los vecinos, que en ese entonces compartían una orientación socialdemócrata, pensaron que para lograr ese objetivo era necesario forzar un acuerdo estratégico entre los dos rivales. El acuerdo consistía en compartir los recursos naturales esenciales para librar las guerras. Así nació, en 1950, la oferta de la victoriosa Francia a la derrotada Alemania de crear un fondo común para la producción de carbón y acero, un “espacio de paz”, según las palabras del entonces canciller francés Robert Schuman. Al año siguiente, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo se sumaron al acuerdo franco-alemán y juntos crearon la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Seis años más tarde los mismos seis vecinos fundarían la Unión Europea (UE) en Roma con el objetivo de profundizar el camino de la integración a través de la complementación en la producción industrial y agrícola. El resto es historia reciente: se suman Reino Unido, Irlanda y Dinamarca en el ’73, Grecia en el ’81, España y Portugal en el ’86, y así hasta llegar a los 27 miembros que tiene hoy la Unión. Se acaban las guerras entre los ahora socios y llega la bonanza. Irlanda florece, Italia se consolida, España sorprende, etcétera, etcétera. No está mal para una dama gris que sólo sale en los diarios cuando ridiculizan sus reglamentaciones o cuando la vapulean en alguna votación.
“El objetivo se ha conseguido. Al éxito en lo militar, que es la reconciliación definitiva e irreversible entre Francia y Alemania, se agrega el éxito económico, que se ha extendido a sus 27 miembros, no solamente a los fundadores”, explica el profesor José Ignacio Torreblanca, Investigador Principal de Unión Europea del Instituto Elcano de España, al teléfono desde Madrid. “Al haberse alcanzado el objetivo, la UE, que había nacido con una lógica interna, encuentra una razón de ser en los desafíos externos: inmigración, terrorismo, cambio climático, todo lo que supone fenómenos asociados con la globalización”, dice el profesor.
Cuando se le pide que nombre un par de virtudes de su objeto de estudio, el profesor no duda: “Primero, haber puesto en marcha un sistema flexible, dinámico, que le permitió no haber colapsado después de la guerra fría como otras organizaciones que perdieron su razón de ser, por ejemplo la OTAN. Segundo, no haberse convertido en una fortaleza y haber contribuido a mejorar la situación de los vecinos a través de su política de ampliación”, contesta.
En su nueva misión, la de enfrentar desafíos externos, la Unión Europea no tiene muchos resultados para exhibir. Se mostró vacilante y timorata en la guerra de los Balcanes, dividida primero y oportunista después en la invasión de Irak, sin una política clara para Irán, lenta para reaccionar en el Líbano, sin iniciativa en el conflicto palestino-israelí, poco convincente en su campaña contra el cambio climático.
“Para resolver los nuevos desafíos no alcanza con convencer a Francia y Alemania, hay que convencer a todo el mundo y eso es más difícil porque la visión de Europa no es decisiva. Los desafíos desbordan su propia capacidad. Y cuando eso pasa puede surgir el desánimo”, apunta el profesor. “La crisis yugoslava cogió a la Unión Europea en plena transición entre la lógica interna y la externa, todavía no tenía muy claro cómo arreglar problemas afuera. Hoy se sabe que el poder de la UE es un poder blando, que funciona más por persuasión que por coacción. Si alguien se quiere matar, es muy poco lo que la UE puede hacer”, agrega.
“El poder blando tiene ventajas e inconvenientes y el ejemplo más claro es la negociación con Irán: Estados Unidos pone los palos y Europa las zanahorias. En el mundo para ser creíble no alcanza sólo con los palos, como ha comprobado el señor Bush, pero tampoco alcanza con sólo zanahorias.”
Pero fueron más que zanahorias lo que aportaron conspicuos miembros de la UE como Gran Bretaña, España e Italia a la cruzada en Irak, se le hace notar al experto. Torreblanca recoge el guante.
“Es que Europa tiene que decidir si deja de ser lo que es para ser otra cosa, porque no todos los miembros están preparados para dar ese salto. Europa es una potencia comercial y en muchos sentidos moral, pero cuando intenta ser una potencia militar se divide internamente, porque no todo el mundo quiere ser un superestado, no hay una visión de Europa superpotencia, de los Estados Unidos de Europa al estilo norteamericano, porque cuando empiezas a ser superpotencia empiezas a ser malo. Los americanos tienen una frase: cuando tienes un martillo todo se convierte en clavo. Algunos quieren tener el martillo, otros no. Cuando los europeos colonizaron a medio mundo acá se pensaba que la colonización era la fuerza del progreso. Democratizar Medio Oriente puede parecer una buena idea, pero terminó en desastre.” La cuestión no es menor y está lejos de saldarse.
En el 2005 la UE perdió dos elecciones importantes en dos países fundadores, Francia y Holanda, cuyos ciudadanos se negaron a adherir a una Constitución europea. En ese entonces muchos hablaron del principio del fin de la sociedad. Para Torreblanca no se trata de un problema de fondo, sino más bien de marketing político.
“Hoy el fracaso más evidente de la UE es que los ciudadanos dan por sentada su existencia sin entender muchas veces para qué sirve. Hay una falla de comunicación, de identificación con el proceso. A pesar de lo conseguido y de estar en el día a día de las personas, parece algo lejano y exterior para mucha gente. El ejercicio de integración muchas veces parece demasiado tecnocrático. La falta de visibilidad política de la UE hace muy difícil dar el último salto, el de la última fase de la integración política, que siempre se pensó que iba a caer por su peso, como una fruta madura. Pero a la gente le cuesta transferir su identidad y lealtad a un nuevo centro, a una institución que no es Estado ni nación, sino un híbrido de muchas cosas. Es difícil entusiasmarse con algo así. La gente no vive ni mata por Europa. Existe un peligro de deterioro, de erosión progresiva, entre los que quieren avanzar y los que no quieren ir más lejos. Pero no sería algo dramático, sino un divorcio de mutuo acuerdo. Seguiría existiendo el núcleo duro de acuerdos compartidos. De hecho hoy se da que algunos países adoptaron el euro y otros no, algunos suprimen fronteras y otros no. Vamos hacia una fragmentación, sin que eso signifique ruptura, sino prulidad de puntos de vista.”
Cuando uno piensa en la Unión Europea, desde estas playas no puede dejar de pensar en el Mercosur. ¿Hay alguna lección que se pueda aprender de la experiencia europea?
“Yo diría que es muy importante, como fue en el origen de la UE, un poco de miedo a sí mismo, un poco de prudencia, de humildad, para autocontener el poder de los Estados, que cuando se desata puede ser muy negativo. Vemos resurgir el nacionalismo en Asia, y se ve claramente que la competencia puede llevar a un conflicto militar. Mi impresión es que tanto Brasil como Argentina deben decidir si quieren cooperar o si quieren competir. Elegir entre un juego de suma cero, donde uno gana y otro pierde, o un juego de suma positiva en el que todos ganan.”
No está mal el consejo del profesor europeo tras medio siglo de dormir con el enemigo. El miedo motiva, la humildad disciplina y la prudencia alarga la vida de las personas y las instituciones. Y lo más importante: para que la sociedad funcione, ricos y pobres, fuertes y débiles, todos tienen que ganar.
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