Sáb 05.05.2007

EL MUNDO  › PRIMER DEBATE DE LOS CANDIDATOS DE LA DERECHA PARA SUCEDER A BUSH

Los republicanos defendieron la guerra

› Por Antonio Caño*
Desde Washington

Reagan, Reagan, Reagan. Biblioteca Reagan, Nancy Reagan sentada en la primera fila del público y el nombre del ex presidente Ronald Reagan mencionado hasta veinte veces por los diez candidatos a la Casa Blanca del Partido Republicano, que el jueves por la noche celebraron su primer debate electoral. Un debate en el que se exhibió una llamativa solidaridad con la estrategia del presidente George W. Bush en el conflicto de Irak, pero en el que también se demostró la orfandad actual de la causa conservadora y su imparable inclinación hacia la derecha.

Por mucho que no aparecieran en público fisuras en lo que respecta al principal reto de la política exterior norteamericana en la actualidad, el debate mostró algunas huellas del efecto que Irak, el radicalismo neo-con y el fanatismo religioso que Bush aupó han tenido en el, en otros tiempos, liberal y dinámico Partido Republicano.

Tanta mención a Reagan no era más que eso, la añoranza de su conservadurismo optimista y popular, de su energía renovadora y su audacia; la añoranza, en fin, de los tiempos en que el republicanismo representaba la opción de futuro y el pensamiento dominante.

Hoy, los diez hombres que por primera vez se vieron las caras en el monumental edificio, en Simi Valley –California–, que preserva la memoria de Reagan, al margen de sus virtudes personales, intentarán conseguir la victoria en condiciones muy adversas: luchando por silenciar la herencia de un presidente republicano con una popularidad inferior al 40 por ciento y buscando un espacio propio frente a una derecha ideológica que se ha instalado como poderosa fuerza con derecho a veto en el corazón del partido. Por todo ello, el Partido Demócrata es hoy el favorito para ganar las próximas elecciones. Pero quedan todavía dieciocho meses para esa fecha y hay figuras en el Partido Republicano con cualidades suficientes como para revertir la situación. El jueves por la noche se vieron tres de ellas: Mike Romney, John McCain y Rudolph Giuliani. Los tres respaldaron la presencia militar en Irak y criticaron la iniciativa demócrata de establecer una fecha precisa para la retirada. “Tenemos un nuevo general, una nueva estrategia y podemos triunfar”, dijo McCain. Romney opinó que “abandonar Irak de mala manera” provocaría una oleada de violencia en todo Oriente Próximo y obligaría a EE.UU. a regresar a aquel país. El antiguo gobernador de Massachusetts propuso incluso incrementar el número de soldados. Los tres principales candidatos se mostraron firmes en su determinación a continuar y ganar la guerra contra el terrorismo y proliferaron las advertencias a Irán, a cuyo régimen se refirieron todos como una de las principales amenazas contra la seguridad de EE.UU.

La presión por ofrecer una imagen fuerte en tiempos de guerra dominó la actuación de los candidatos durante más de la mitad del debate. La otra mitad estuvo dedicada a que cada uno intentase demostrar sus sólidas convicciones en materia moral –Sam Brownback, Mike Huckabee y Tom Tancredo levantaron la mano cuando se les preguntó quién no creía en la teoría de la evolución– o se justificase si sus creencias en este terreno fueran dudosas. Este era el caso de Giuliani, que llegó al debate como el único claro partidario del derecho al aborto y acabó perdiéndose en explicaciones para tratar de hacer compatible esa posición con la tendencia actual en el republicanismo de presionar para que el Tribunal Supremo prohíba esa práctica. Romney, un antiguo defensor de ese derecho, manifestó que había cambiado de posición y que actualmente es antiabortista. McCain se quedó solo en la defensa de otro tabú de la derecha cristiana, la investigación con células-madre embrionarias. Pese a la presión del ambiente y de las preguntas enviadas a la cadena que transmitía el evento, la emisora de cable de la NBC, el senador de Arizona mantuvo en solitario su posición a favor de esa técnica científica. Ese es un obstáculo que McCain tendrá que salvar en su intento de ganarse la confianza de los ultraconservadores.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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