EL MUNDO › LOS ACUSO DE OPONERSE A LAS RECETAS ECONOMICAS DE WASHINGTON
Según un documento desclasificado esta semana, a fines de los ’60 la CIA estaba obsesionada con la posibilidad de una alianza entre el comunismo y la Iglesia en la región. Para la agencia, el énfasis que ponían los curas tercermundistas en la justicia social era un peligro.
› Por María Laura Carpineta
En los años de la Guerra Fría, cualquier cambio o posibilidad de cambio en América latina encendía alarmas en Estados Unidos. Uno de los documentos de la CIA desclasificados esta semana junto con las Joyas de la Familia demuestra que a finales de la década del sesenta, la Iglesia Católica empezaba a ser una preocupación para el Gran Hermano de la región. “La Iglesia comprometida y el cambio en América latina” detalla país por país cómo la institución católica, post Concilio II, comenzó a abogar más por la justicia social y las libertades. “Lo que durante mucho tiempo fue considerada una institución dedicada al mantenimiento del statu quo es ahora una fuerza que busca el cambio en una zona que ha demostrado poca capacidad para lidiar con la inestabilidad política y económica y con las tensiones que ya existen”, concluía entonces la CIA. Y luego advertía: “Su compromiso con la justicia social es probable que impida los programas económicos actuales y, por lo tanto, que contribuya a crear una mayor inestabilidad política y económica”.
Para analizar la situación de la Iglesia en la región, la agencia de Inteligencia estadounidense divide primero al clero en cuatro grupos: los reaccionarios –todavía en control de las altas jerarquías–, los no comprometidos –el grueso de la institución–, los progresistas –una importante porción del obispado en pleno ascenso– y los radicales –-minoritarios, admite, aunque “peligrosos”–. Con nombre y apellido y una precisión que demuestra la presencia constante y casi omnisciente de la agencia en las naciones latinoamericanas, el informe sitúa a las principales figuras del clero de cada país en estas categorías. “La situación más seria parece ser la de Brasil”, aseguraba el texto fechado en 1969. Según la CIA, el gobierno de Joao Goulart venía apoyando al ala progresista de la Iglesia, e incluso a la que Washington denominaba radical. Sin embargo, con el golpe de Estado de 1964, la alianza se quebró, aunque el informe destaca que todavía quedaban algunos denominados reaccionarios para mantener las relaciones con la dictadura, los entonces arzobispos de Río de Janeiro y de San Pablo, el cardenal Jaime de Barros y Angelo Cardinal Rossi, respectivamente.
En la Argentina, por supuesto, no se vivía ese nivel de confrontación institucional. “Los elementos reaccionarios y no comprometidos de la Iglesia dieron una bienvenida muy calurosa al golpe militar de junio de 1966”, aseguraba la agencia de Inteligencia y destacaba las figuras del entonces arzobispo de Buenos Aires y de Santa Fe, los cardenales Antonio Caggiano y Nicolas Fasolino. Sin embargo, la CIA advertía sobre la creciente militancia política o cercanía de algunos curas de base con los movimientos obreros y estudiantiles. El Movimiento de los Curas del Tercer Mundo, en donde confluían los ideólogos de la Teoría de la Liberación de la región, es identificado como un grupo radical, es decir, que estaba a favor del uso de violencia para alcanzar cambios sociales, económicos y políticos.
La CIA, recordando el ejemplo del cura colombiano Camilo Torres, que dejó los hábitos, se sumó a la lucha armada y se terminó convirtiendo en un mártir y un símbolo para muchos religiosos y luchadores sociales, explicaba la amenaza latente. “Es lógico asumir que varios tipos de comunistas y otros izquierdistas extremos están intentando penetrar los sectores comprometidos de la Iglesia Católica en América latina”, sostenía. Si se permitía que estos acercamientos prosperaran, pronosticaba la agencia, las relaciones entre la Iglesia y el Estado argentino podrían deteriorarse.
Siguiendo el discurso de la Guerra Fría, toda amenaza debía estar relacionada, al menos tangencialmente, con el brazo largo del comunismo. Para justificar esta alianza –no respaldada en ningún análisis histórico serio sobre la época ni por los mismos comunistas– la agencia de Inteligencia estadounidense cita un extracto de un conferencia que dio el cura colombiano René García Lizarralde, uno de los firmantes del emblemático Mensaje a los Pueblos del Tercer Mundo (Colombia, 1967), en el que obispos y curas de todo el mundo alzaron su voz a favor de la justicia social, la libertad política y denunciaron a los gobiernos que atentaban contra estos principios. Según el informe, García Lizarralde les habría dicho a sus alumnos que era fundamental abrirse al marxismo porque esta ideología proveía la metodología necesaria para los revolucionarios cristianos.
Es cierto que en su análisis, la agencia de Inteligencia estadounidense reconoce que todavía faltaba mucho para que los elementos “radicales” tomaran las riendas de la siempre conservadora Iglesia Católica. Sin embargo, el verdadero temor de la agencia y de los elementos más duros de Washington era el avance y la aceptación dentro de las estructuras eclesiásticas de las figuras progresistas que buscaban el cambio, pero sin la violencia y siempre desde dentro de la institución. Chile era el ejemplo del poder de una Iglesia reformista y moderna, que se alejó de las tradicionales clases altas –”los grandes terratenientes” que en el resto de la región promocionaban golpes o gobiernos conservadores– para apoyar un proyecto moderado como
el de la Democracia Cristiana de Eduardo Frei. Pero como demostró la historia, a pesar de los cambios que introdujo Juan XXIII con el Concilio II, las cúpulas de la Iglesia Católica en América latina –y en el resto del mundo– no fueron cooptadas por los pocos obispos progresistas ni mucho menos por los supuestos curas radicales, que en cambio se sumaron a la lista de enemigos de las dictaduras de los oscuros años setenta y muchos terminaron engrosando las largas listas de asesinados y desaparecidos.
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