Dom 01.07.2007

EL MUNDO  › ESCENARIO

El intruder

› Por Santiago O’Donnell

En los 15 años que lleva destapando y divulgando secretos del gobierno de los Estados Unidos, Carlos Osorio encontró muchas “perlas”, como él las llama.

Entre otras, los manuales que elaboró la CIA para instruir en diversas técnicas de asesinato a los militares guatemaltecos que conspiraban contra Arbenz; los organigramas completos de los aparatos de Inteligencia del Chile pinochetista y de El Salvador de D’Aubisson; el nombre del agente de Manuel Noriega que asesinó a un cura en Panamá, evidencias del autogolpe de Bordaberry en Uruguay, pistas concretas de la responsabilidad de Echeverría en la masacre de Tlatelolco y la confesión del represor argentino Guillermo Suárez Mason a un embajador norteamericano: “firmé entre 50 y 100 sentencias de muerte por día”.

Gran parte de esa información fue aprovechada por jueces y fiscales en distintos juicios y por comisiones de la verdad, historiadores y agrupaciones de derechos humanos locales e internacionales para reconstruir la memoria de los actos de terrorismo de Estado cometidos en la región en nombre de la lucha antisubversiva durante los últimos 40 años.

Osorio trabaja para una fundación con sede en Washington llamada The National Security Archives, que se dedica a la desclasificación de documentos secretos estadounidenses. En estos días la fundación estuvo en las noticias por haber obtenido, tras 15 años de insistencia, la publicación de las llamadas “joyas de la familia” de la CIA, una serie de documentos que detallan las actividades ilegales de la agencia durante la Guerra Fría, incluyendo en intento de asesinar a Fidel Castro en 1961 con la ayuda de dos miembros de la mafia neoyorquina.

La novedad encontró a Osorio en Buenos Aires, adonde vino para reunirse con el equipo de la Unidad de Apoyo a las Investigaciones sobre Terrorismo de Estado a cargo del fiscal Félix Croux, para canalizar el aporte de documentación relevante a varias causas de derechos humanos, entre ellas la del Plan Cóndor y la de las desapariciones durante la contraofensiva de Montoneros de 1979. Viene de Uruguay, donde la semana pasada entregó documentos sobre el llamado Tercer Vuelo de la Muerte, que derivó en la apertura de una investigación penal, y mañana parte a Paraguay para firmar un convenio con la Corte Suprema de ese país para crear una base de datos de violaciones a los derechos humanos.

Después de tanto leer documentos que describen dictaduras y escuadrones de la muerte latinoamericanos, ahora se invirtieron los roles y son los latinoamericanos quienes hablan de las torturas y los atropellos jurídicos que promueve el gobierno norteamericano. Osorio se refiere a los manejos en las cárceles de Irak, Afganistán y Guantánamo con una mezcla de vergüenza e indignación.

“Es como un déjà vu”, masculla en un hotel del centro, mientras apura un café con leche. “Me acuerdo de un documento en el que el subsecretario de Estado de Reagan les explicaba a los generales de la dictadura argentina los pasos a seguir para salir de su aislamiento internacional en 1978. Primero tenían que identificar a todos los detenidos bajo su jurisdicción. Segundo tenían que comprometerse a juzgarlos de acuerdo a derecho y tratarlos dignamente. Y la lista seguía con más exigencias. Hoy en Guantánamo y en las cárceles secretas de la CIA no se sabe cuántos prisioneros hay, ni de dónde vienen, ni de qué se los acusa y el trato que reciben dista mucho de ser digno.”

La fundación de Osorio funciona en un edificio prestado del campus de la Universidad de George Washington en la capital norteamericana. Allí, Osorio y los otros 22 empleados de la fundación y un equipo de analistas e investigadores contratados juega a las escondidas con las agencias del gobierno norteamericano. Es un juego que se parece al que practican los chimenteros de Intrusos en el espectáculo. Pero, más que un intruso, Osorio vendría a ser un intruder, porque en vez de ocuparse de la farándula local, él se dedica a revelar los secretos y mostrar las miserias del gobierno de Estados Unidos y sus aliados ocasionales.

El juego del intruder es así: primero los investigadores de la fundación se enteran de un secreto o identifican un tema en el que intuyen que el gobierno esconde secretos. Después le piden, o más bien le exigen, al gobierno que haga público el material secreto que tiene referido a ese tema, ya sea informes de Inteligencia, cables diplomáticos, directivas secretas o lo que fuera.

El gobierno puede invocar ciertas excepciones que le permite la ley para esconder algunas cosas, pero otras las tiene que mostrar porque un juez eventualmente puede condenar al funcionario que esconde información sin razones válidas. El juego también se parece a la batalla naval, porque la fundación apunta los cañones y dispara 200, 300, hasta mil pedidos de información sobre un mismo tema a distintas agencias con la esperanza de hacer blanco en algún documento revelador.

El juego no sale gratis. La fundación tiene un presupuesto de más de un millón de dólares por año. El 15% se cubre a través de la publicación de colecciones de documentos como “las joyas de la familia”, y por eso es importante obtener material de alto impacto mediático. Pero la mayoría del financiamiento proviene de cuatro grandes fundaciones estadounidenses: la Ford, la Carnegie, la Rockefeller y la McArthur, apellidos que no se asocian fácilmente con la defensa de los derechos humanos. También hay aportes para investigaciones específicas. Algunas se ocupan del presente, como la referida, la militarización del espacio, y otras del pasado, que sirve para entender el presente, como la de la guerra de Vietnam, o la del apoyo a Bin Laden en los ’80 para combatir a los soviéticos en Afganistán. Aunque los trámites para obtener material secreto, incluyendo los distintos niveles de apelaciones, pueden durar años y hasta décadas, no existen plazos para desclasificar documentos, dice Osorio. La divulgación o no se decide en base a las órdenes ejecutivas que emiten los presidentes. “Reagan había decidido que todos los documentos son secretos hasta que se demuestre lo contrario, pero Clinton dispuso lo opuesto, o sea que las agencias debían acreditar las razones de seguridad nacional para retener un documento. Además decretó que todos los documentos deben hacerse públicos después de 25 años, a menos que haya razones poderosas para que sigan siendo secretos. Bush hijo respetó el criterio impuesto por Clinton, pero no le dio el mismo aliento. Ahora todo es más difícil”, explica el especialista.

Por eso puede resultar llamativo que se dé a conocer justo ahora la serie de “las joyas de la familia”, pero Osorio no se muestra sorprendido. “Es una colección que se venía trabajando desde hace mucho tiempo y que estaba lista. La mayoría de la información ya había salido publicada en los diarios. La CIA debió pensar que su publicación servirá para limpiar la imagen de la agencia con un acto de supuesta transferencia en un momento en que se encuentra muy cuestionada.”

Osorio, de 50 años, es hijo de la globalización. Nacido y criado en El Salvador, estudió ingeniería la Universidad de Chile y volvió a su país para partir al exilio durante la guerra civil. Antes de recalar en Washington fue vocero de la guerrilla salvadoreña del FMLN en Ottawa, Canadá.

En estos días enfrenta lo que él llama “un dilema ético”. Por un lado le gustaría estar más involucrado en el incipiente movimiento de derechos civiles surgido a partir del 9-11 y la pérdida de libertades individuales en aras de la guerra contra el terrorismo. Pero por otro lado reconoce la enorme importancia de su trabajo en Latinoamérica y no quiere dejarlo de lado. “Siempre hay algo para hacer. Ahora me interesa mucho la situación en Venezuela. Estamos haciendo varios pedidos de desclasificación vinculados al apoyo que se le dio al golpe fallido contra (el gobierno de Hugo) Chávez. Hasta ahora no se ha vinculado la política exterior autónoma e independiente de Chávez con la guerra al terrorismo, pero hay que estar muy atentos, porque alguien puede intentarlo. También estamos procurando documentos sobre el ejército colombiano, su relación con los paramilitares y el conocimiento que existía de las masacres y desapariciones que ocurrieron en ese país.”

Cuando se le pregunta por las “perlas” que guarda en sus alforjas, el intruder contesta que tiene algunas que todavía no puede divulgar, referidas a la Argentina. Da algunas pistas pero no suelta prenda y remata con una sonrisa pícara: “Preparate porque ya te vas a enterar”.

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