La canciller israelí se perfila como la nueva estrella de la política de su país, pero antes debe sortear la limitación que le significa pertenecer a Kadima, un partido cuestionado.
› Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
Tzipi Livni quiere ser, luego de Golda Meir, la segunda mujer en ejercer el cargo de primer ministro de Israel. Así lo reveló la actual canciller en una entrevista publicada recientemente en The New York Times. Su ambición, fortalecida por el trato favorable y abundante que le dispensan tanto los medios israelíes como los norteamericanos y europeos, deberá sortear serios escollos que depara la política de su país.
Livni expresó su aspiración de llegar a la cumbre de la dirigencia estatal en un momento paradójico: tras el recambio de ministros que incluyó la incorporación de Ehud Barak, el nuevo-viejo dirigente del Partido Laborista, como ministro de Defensa, el gobierno encabezado por Ehud Olmert ha consolidado significativamente su base de apoyo partidaria, lo cual le vuelve a imprimir a su gestión algo del halo de la estabilidad que, en varias oportunidades, parecía que iba a conmoverse como consecuencia de los magros resultados obtenidos en la guerra del Líbano. Y, sin embargo, su partido, Kadima, se perfila como una fuerza inercial cuyo aliento de supervivencia se extinguirá en las próximas elecciones. Tal como lo pronostican todas las encuestas, la disputa por suceder a Olmert será protagonizada por dos viejos rivales, los ex primeros ministros Benjamin Netanyhau (líder del partido derechista Likud) y Ehud Barak (coronado días atrás como la máxima autoridad del laborismo). Pese a que su popularidad no se vio afectada por la infructuosa y negligente conducción de la última guerra, en la que supo mantener una posición independiente y moderada, ni por los casos de corrupción en los que están involucrados varios funcionarios gubernamentales de alto rango, el problema de Tzipi Livni, entonces, radicaría en que se encuentra en el partido no adecuado. La resurrección del viejo bipartidismo (Likud-laborismo) amenaza con convertir a Kadima en uno más, entre otros, de los episodios breves y pasajeros que abundan en la política israelí.
La misma distancia entre su reluciente imagen pública y su endeble posición política se produjo meses atrás, cuando la Comisión Winograd que investiga el desempeño del gobierno israelí durante la guerra del Líbano dio a conocer su informe parcial, que incluía duras críticas a la máxima dirigencia oficial. Entonces Livni se pronunció abiertamente en favor de la renuncia de Ehud Olmert. Cuando el premier logró neutralizar fácilmente el intento de destitución promovido por la canciller, esta última optó, pese a todo, por permanecer en el gobierno. La decisión le valió no sólo tener que vérselas con el trato rencoroso y poco amigable de su jefe, sino también la crítica casi unánime, no exenta de estereotipos machistas, por parte de los medios a su “falta de coraje”. En ese mismo momento Time, el prestigioso semanario norteamericano, incluyó a Tzipi Livni en la lista de las cien personas “más influyentes del mundo” y de los veinte dirigentes y políticos más importantes del 2007.
La actual canciller de Israel proviene del seno de lo que se llama la “familia combatiente”: su padre, Eitan Livni, fue comandante de la Organización Militar Nacional, uno de los grupos sionistas más extremistas que luchaban, también por medios terroristas, contra la administración británica y contra objetivos árabes en la Palestina de entreguerras. Tzipi Livni comenzó su carrera política en 1996, cuando integró la lista de candidatos a diputados por el partido Likud. En esa oportunidad no ingresó a la Knesset (Parlamento), pero por recomendación de Avigdor Lieberman, entonces secretario de la Oficina del Primer Ministro y actualmente líder del partido ultranacionalista Israel Beytenu, fue nombrada titular de la Red de Empresas Gubernamentales. Desde ese cargo implementó un componente sustancial de la política económica del gobierno de Benjamin Netanyahu, consistente en la privatización de varias empresas estatales. En 1999 fue elegida diputada; en los dos gobiernos encabezados por Ariel Sharon desempeñó, sucesivamente, los cargos de ministra de Desarrollo Regional, Agricultura, Inmigración, Vivienda y Construcción y Justicia. En 2004 recibió el premio “Gobierno de Calidad” otorgado por el Movimiento Por La Transparencia Gubernamental, en reconocimiento a “la lucha contra la corrupción y la salvaguarda de la honestidad en el servicio público”. Como ministra de Justicia, Livni se ocupó de los aspectos jurídico-legales del plan de retirada unilateral de la Franja de Gaza. En noviembre de 2005, tras la escisión del partido Likud causada por la evacuación de los colonos judíos de Gaza, se sumó a la nueva fuerza creada por Ariel Sharon: Kadima. Después del coma que paralizó a Sharon, fue nombrada vicepremier de su sucesor, Ehud Olmert, y posicionada en el tercer puesto de la jerarquía del nuevo partido, luego de Olmert y de Shimon Peres. En enero de 2006 comenzó su actual cargo como canciller.
Además de que su nombre está asociado a la ética gubernamental, otros dos rasgos componen la imagen que hace de Tzipi Livni una política tan atractiva: uno es su capacidad para transgredir fronteras sectoriales y salir de encapsulamientos ideológicos, y la otra es su aparente posición moderada en relación al conflicto israelí-palestino. Un ejemplo del primero tuvo lugar el 12 de noviembre de 2005, cuando pronunció un discurso en la concentración anual en memoria de Yitzhak Rabin, el premier asesinado una década antes, convirtiéndose en la primera representante de la derecha que participó en ese evento. Otro ocurrió el pasado 12 de julio, cuando asistió al acto organizado por los familiares de los soldados secuestrados un año atrás en la frontera con Gaza y en la frontera norte, hecho que actuó como detonante de la guerra del Líbano. La presencia de la canciller en el acto, en el cual se escucharon duras críticas dirigidas a la falta de disposición del gobierno a pagar el precio exigido a cambio de la liberación de los israelíes capturados por el Hezbolá (en el norte) y por una organización palestina vinculada al Hamas (en el sur), contrastó con la notoria ausencia de Ehud Olmert en todas las conmemoraciones oficiales por los muertos en la última contienda bélica.
Con respecto a su orientación conciliadora en torno de las relaciones con los palestinos y con el mundo árabe, el caso de Livni no es una excepción a la regla regida por la brecha abismal entre las declaraciones de principios (a favor de un Estado palestino) y la política de los hechos consumados (la expansiva colonización de Cisjordania).
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