EL MUNDO › EL PARTIDO ISLAMITA ES EL FAVORITO POR SUS REFORMAS ECONOMICAS
La elección de hoy decidirá el destino de un país clave por su ubicación estratégica entre Asia, Europa y Medio Oriente, su población musulmana moderada, que busca acercarse a Oriente, y los omnipresentes militares, que representan la tradición laica y mantienen a raya a la guerrilla kurda, que hostiga desde la frontera iraquí.
› Por María Laura Carpineta
Hoy en Turquía se juega más que una elección. Los ojos de Europa, Estados Unidos y Medio Oriente están puestos en Ankara y en el nuevo Parlamento que surja tras la votación. Si el partido del actual primer ministro islámico Recep Tayyip Erdogan logra no sólo mantener su mayoría sino además alcanzar los dos tercios del Congreso unicameral, el país se convertirá –más tarde o más temprano– en el primer miembro de mayoría musulmana de la Unión Europea. Si, en cambio, la oposición, que aglutina a la ultraderecha nacionalista, a los partidos laicos, a los kurdos moderados y a los candidatos liberales, logra evitar el control parlamentario del oficialismo, es muy probable que la crisis de abril pasado –que finalizó con un alerta muy poco sutil de la cúpula militar–- se acentúe y bloquee la elección del próximo presidente.
El ingreso o no al bloque europeo y las consecuencias que esto tendría en su relación con Estados Unidos y con sus vecinos de Medio Oriente no son, sin embargo, la principal preocupación de los 43 millones de turcos que deben acudir hoy a las urnas. Para ellos lo que se juega mañana es uno de los pilares de su república, el laicismo. A pesar de ser de mayoría musulmana –alrededor del 95 por ciento de la población–, Turquía tiene una fuerte tradición laica, defendida principalmente por las fuerzas armadas y por el Poder Judicial. La separación entre la religión y el Estado fue impuesta por el fundador de la república, Kemal Ataturk, en 1923. En el afán de acercarse a las potencias europeas el prócer turco prohibió muchas tradiciones islámicas. Muchas de esas prohibiciones sobreviven hasta el día hoy. Por ejemplo, las mujeres no pueden estudiar con la cabeza tapada en las universidades públicas.
Erdogan se presenta como un dirigente islamista moderado. Sus detractores lo acusan de tener una agenda religiosa radical oculta, algo que a pesar de ser contradictorio con sus cinco años de gobierno, sigue preocupando a Bruselas y a Washington. Durante la campaña, la ultraderecha encarnada por el Partido de la Acción Nacionalista y los sectores laicos representados por el Partido Republicano del Pueblo desempolvaron algunos recuerdos del inicio de la carrera política del premier.
Con la vuelta de la democracia en 1983, tres años después del último de una serie de golpes de estado, Erdogan ganó la alcaldía de Estambul, donde intentó imponer algunas costumbres islámicas, como la separación de hombres y mujeres en lugares públicos, como los colectivos y las escuelas. Quince años después, se convirtió brevemente en un preso político al ser condenado por recitar en la calle un poema. “Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes (torres de las mezquitas desde donde llaman a orar) nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados”, había leído ante un pequeño público.
Pero lejos de los estereotipos creados después del 11 de septiembre, este dirigente islamista –que en sus cincuenta ha aprendido a moderar sus declaraciones y sus políticas– ha sido el mayor promotor de un acercamiento con Europa, desde el laico Ataturk en los años ’20. Desde que asumió, en 2002, ha llevado adelante una serie de reformas que eran pedidas desde Bruselas. Suspendió la pena de muerte, empezó a reconocer los derechos de la minoría kurda y –quizás su principal éxito– logró sacar al país del derrumbe financiero de 2001. En los últimos años, Turquía mantuvo un crecimiento ininterrumpido del 7 por ciento, las inversiones crecieron y la inflación bajó. Su único déficit en este campo es el desempleo, que sigue inalterable en un diez por ciento.
Una economía floreciente y un mercado de 70 millones de personas –sólo Alemania tiene una población mayor en el bloque europeo– no han pasado desapercibidas para Europa, muy interesada en aprovechar las numerosas privatizaciones en sectores claves, como el petrolero y los servicios públicos. Sin embargo, el ingreso de Turquía en la Unión no significaría sólo la suma de millones de musulmanes al mercado común, sino también asumir nuevas fronteras, especialmente con países como Irán, Siria e Irak. Además, el bloque sigue demandando que Ankara reconozca a Chipre, uno de los últimos miembros de la Unión con el que Turquía mantiene una disputa por la isla desde que invadió el norte, en 1974. Con todo, el ingreso de Turquía a la Unión Europea en el corto plazo parece improbable.
A pesar de sus temores, los diplomáticos y los analistas europeos coinciden en que si los partidos opositores logran saltar el umbral electoral del diez por ciento, acceder al Parlamento y restarle bancas al oficialista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), el país perderá el rumbo que ha mantenido hasta ahora. Ultraderechistas, nacionalistas, laicos, liberales y kurdos no coinciden en otra cosa que en desbancar al popular Erdogan y su AKP.
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