EL MUNDO › SOSPECHOSOS TERRORISTAS O MEROS CIUDADANOS, TODOS CONTROLADOS
La posibilidad de un ataque terrorista ha generado una gran gama de servicios –algunos invasivos y/o abusivos– para estar preparados.
› Por Eduardo Febbro
desde París
El miedo es un gran negocio. El peligro ronda en tantos lugares a la vez que los industriales han creado una panoplia multitecnológica para protegernos contra miles de amenazas, reales e imaginarias. Cámaras de videovigilancia, programas antivirus, programas antispam, firewal, armas de defensa personal, biometría, escuchas telefónicas privadas, sistemas de alarma ultrasofisticados, detectores de presencias sospechosas, cerraduras que reconocen las huellas digitales, rayos X, ultrasonidos, dispositivos criptográficos de una complejidad metafísica, servicios de seguridad especializados en la lucha antiterrorista o brigadas móviles que intervienen dentro de los aviones o los servicios públicos, las sociedades contemporáneas son cajas de cristal sometidas al bombardeo de la industria del miedo. Los atentados del 11 de septiembre diseñaron un mundo donde la protección es el valor más preciado. Hay de todos y para todos.
Las revistas informáticas que pertenecen al sistema oficial de promoción de productos dedican constantes y abrumadores espacios en donde explican cómo hacer de nuestras computadores una fortaleza inexpugnable. Para cada amenaza, crackers, hackers, espías y allegados oficiales y extraoficiales, existe un producto adecuado y una empresa que lo produce. Los cibercriminales han desarrollado una poderosa industria que los combate. Norton, Mcfee, Windows Live OnCare, Spyware, Kapersky son ya marcas mundiales de esa industria. En 2006, la venta a los particulares de programas de seguridad pasó la cifra de 2000 millones de dólares. El miedo es también un negocio para los otros actores de la industria informática, es decir, los que publican revistas en contra del sistema oficial de Microsoft y sus asociados. Las amenazas y el miedo funcionan como aliados de los peores antagonistas. Las angustias del Homo Informaticus son pan de oro para los encargados de la seguridad. En cada rincón hay algo que nos observa con malas intenciones y debemos ponernos fuera de su alcance: de los hackers, los ladrones, los terroristas, de las sombras y de nosotros mismos.
El gobierno francés ya publicó un decreto para desarrollar en todos los aeropuertos del país un sistema de biometría para centralizar el etiquetaje biométrico de los pasajeros. El nombre del dispositivo es Parafes y se aplicará a los ciudadanos mayores de la Unión Europea. En vez de dos dedos, los pasajeros deberán dejar las huellas digitales de ocho, así como sus datos personales. Oficialmente, Parafes está destinado a mejorar las condiciones de viaje de los pasajeros y reducir los trámites en las fronteras. La iniciativa tiene buenas intenciones, pero nadie sabe después adónde irán todos esos datos personales. Mareyen Marzouki, responsable de la asociación Iris (Imaginemos una Red Internet Solidaria), ya presiente el destino de esos datos: “Lo que está en juego es el desarrollo de una vasta base de datos biométrica europea”.
Terroristas potenciales o meros ciudadanos, todos estamos bajo control. Un ejemplo patético de esa psicosis es el fichero Matrix. Luego de los atentados contra las torres gemelas, los analistas del fichero Matrix le entregaron al FBI los nombres de 120.000 ciudadanos norteamericanos con la mención “coeficiente terrorista elevado”. Pero allí no estaban los nombres de los autores de los atentados. El miedo vale miles de millones y justifica cualquier abuso. La inmigración ilegal, que es también un factor de miedo y amenaza, ha originado la expansión de peligrosos mecanismos de seguridad cuyo costo y alcance van mucho más allá que la “amenaza” que representa la misma inmigración.
La posibilidad de un ataque terrorista masivo, de una acción con armas químicas, en suma, de una hecatombe total, no es una cuestión de pantalla grande. La empresa Synodys vive de esos miedos. Synodys es un grupo implantado en Francia que pertenece a un fondo de inversión norteamericano (American Capital Strategies), cuyo vicepresidente (el del fondo de pensión), Cydoni Farifax, es un antiguo asalariado de la CIA. El pan de cada día de Synodys se llama el gran miedo, es decir, la detección de riesgos NRBC (nucleares, radiológicos, bacteriológicos y químicos). Synodys se consagra a la protección de bienes y personas, a la seguridad de las instalaciones sensibles y, oficialmente, a la protección del medio ambiente contra los riesgos industriales y terroristas. El grupo fabrica equipos contra esas amenazas y, entre otros clientes, suministra material a los bomberos del estado de Florida, al FBI, al puerto de Hamburgo y además trabaja con la policía francesa en el desarrollo de un procedimiento de detección química. Un dirigente de Synodys explicó así al diario Liberation la esencia de la empresa: “Si no hay más peligro no tenemos nada que vender”. La progresión del mercado del miedo se traduce en cifras cristalinas. Hasta hace unos años, Synodys vendía sus dispositivos de seguridad a un puñado de empresas, principalmente a la compañía de suministros eléctricos, EDF, y a la entidad de la energía atómica, CEA. Hoy, sus clientes están en el mundo entero y ambas empresas sólo representan en la actualidad poco más de 10 por ciento de la actividad económica de Synodys. Hace unos quince años, EDF absorbía el 85 por ciento de la producción de Synodys. Las ventas de exportación se elevan a 65 por ciento de la producción total de la empresa. Antony Besso reconoce sin rodeos los porcentajes ascendentes: “Desde el 2000 el crecimiento es una cifra de dos dígitos. Después del 11 de septiembre la dinámica cambió en materia de seguridad civil”. Los clientes llaman a la puerta. La invención más vendida de Synodys es una suerte de caja que mide las radiaciones. Trescientos mil ejemplares vendidos a 400 dólares cada uno.
Con la seguridad no se juega, ni siquiera en broma o como denuncia política. Por haber denunciado el peligro del revolver a impulsiones eléctricas Taser –lo fabrica una empresa norteamericana–, Olivier Besancenot, el líder de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), enfrenta una querella judicial presentada por el representante francés. El juicio también está dirigido contra la RAID-H, la Red de Alerta y de Intervención por los Derechos Humanos, que denunció los estragos causados por esta pistola, la Taser X 26, que emite una descarga de 50.000 voltios. La policía y la gendarmería francesa empiezan a equiparse hoy con ese tipo de armas. La seguridad es un tema intocable: están en juego los negocios y el poder político.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux