Jue 22.08.2002

EL MUNDO  › UNA NUEVA MAFIA RUMANA TRAFICA MINUSVALIDOS PARA QUE PIDAN LIMOSNA

Cómo hacerse rico con la mutilación ajena

En plena capital francesa se da una forma particularmente perversa de la esclavitud: mutilados rumanos son llevados a “trabajar” pidiendo limosna, a cambio de lo cual se les da de comer y una vivienda miserable. En esta nota, Página/12 cuenta cómo es uno de los tráficos humanos más horripilantes.

› Por Eduardo Febbro

La imagen es de una crueldad sin límites. Un hombre amputado de una pierna, y con la que queda en el cuerpo deformada como una goma retorcida, se desplaza con las manos a través de la Plaza de la Concordia. Cada vez que el semáforo se pone en rojo, el hombre se precipita hacia los autos y, con una mano extendida, la lengua afuera y una mirada de dolor y súplica, pide una limosna para aliviar sus males. Pocos resisten a la escena. Los automovilistas le dan monedas de un euro, a veces dos. El hombre las guarda en una bolsa de cuero que lleva colgada al cuello y regresa al borde de la plaza esperando el próximo semáforo. Durante siete horas por día, Mircea se gana el pan cotidiano gracias a la piedad de la gente. Este rumano de 47 años forma parte de un auténtico ejército de minusválidos, discapacitados, amputados, tuertos, mancos y personas afectadas por deformaciones de todo tipo que en los últimos dos años desembarcó en Francia para ganar un mejor salario. París, Lyon, Avignon, Montpellier o Niza: no hay una sola gran ciudad francesa que escape a un fenómeno cuyas proporciones son tan inhumanas y alarmantes que los poderes públicos intervinieron para intentar poner fin a la explotación de la que son víctimas esos “inmigrados” de un nuevo tipo.
Mircea no trabaja para sí mismo sino para una organización de mafiosos rumanos que costean los gastos del viaje y la estadía a cambio de una parte sustancial del producto de la piedad cotidiana. Tráfico de hombres, tráfico del dolor, explotación indecente de las heridas del cuerpo, esa “mafia” maneja centenas de inmigrados ilegales a los que les paga un puñado de monedas por una actividad que deja miles de dólares de ganancia. Los automovilistas de la Plaza de la Concordia o los transeúntes de la Gare de Lyon no advirtieron que Mircea, Ilena Yuro y su familia “trabajan” según una estructura bien montada. Mircea llega a la Plaza de la Concordia a las 11 y media de la mañana a bordo de un lujoso auto que lo deposita en un ángulo de la plaza. El mismo auto viene a buscarlo entre las 6 y las 7 de la tarde para llevarlo a una mísera habitación de hotel del distrito 19 de París. “Si hice un buen día me dejan entre 6 y 9 euros, los días malos apenas 4”, dice Mircea saboreando un café con leche. La familia de Yuro vive el mismo calvario. Al hombre apenas se le notan sus 50 años. Su mujer es más joven, fresca como una flor. De sus dos hijos, a la hija de 17 años le falta una mano y tiene la parte derecha de la cara estropeada por el fuego. La adolescente se acerca a la gente con el muñón de la mano extendido y trata de presentar el lado más dañado de su rostro. La familia de Yuro hace el mismo recorrido cada día: a las 6 y media un auto último modelo viene a buscarla a un hangar de Ille Saint-Denis, en las afueras de París, y la deposita en los alrededores de la Gare de Lyon. “Son nueve horas de trabajo por día, los cuatro. La gente es más sensible ante mi hija quemada. A mi mujer, a mí y al niño de 9 años nos miran con desprecio. La gente es una mierda, qué quiere.” Un amigo de la familia de Yuro al que le falta una pierna se pasea con una pancarta en el hall de entrada de la estación. Está escrita en un perfecto francés y el hombre sonríe con timidez cuando se le pregunta quién se la escribió. Se niega a decir quién pero lo mismo cuenta: “Esta es la cuarta vez que vengo a Francia. Una vez me expulsaron y las otras pude ir y venir sin problemas. El problema es que ahora es mucho más difícil trabajar porque desde hace un año hay una comunidad rumana de mendigos demasiado numerosa. Somos visibles y nos hemos vuelto un problema”. Después de mucho insistir, Yuro y su mujer revelan parte del “contrato” con el que vinieron a París. “Salimos desde Bucarest hasta aquí con el compromiso de ganar por lo menos100 euros por día (su equivalente en dólares). Nos dan un porcentaje variable, entre el 10 y el 15 por ciento. Depende de los días.”
La policía francesa empezó a darse cuenta de que los mendigos rumanos trabajaban para una cadena que movía los hilos detrás de las sombras cuando se percataron de que las pancartas que decían “Ayúdenme a no morir de hambre” estaban escritas por la misma mano. “Se hizo evidente que todos esos inmigrados con malformaciones múltiples, amputaciones y secuelas de poliomielitis no podían haber venido solos, ni por arte de magia. Ahora se trata de profundizar la investigación y descubrir cuál es el gran jefe que trafica con tanta miseria humana. Sabemos que todos siguen el mismo trayecto, Bucarest-París, y que vienen a Francia traídos por la promesa de ganar miles de dólares y, sobre todo, con la esperanza de encontrar asistencia médica adecuada”, comenta uno de los policías parisinos encargados de desmantelar las mafias que explotan la miseria.
Mircea confirmó a Página/12 las explicaciones de los poderes públicos. “Lo que más me importaba era encontrar un sistema hospitalario que me atendiera mis males. En Rumania me dijeron que era posible operarme... Pero una vez en París me encontré con otra realidad. Vivimos como ratas, no he visto a ningún médico porque me encuentro en situación ilegal y, además, me sacan casi todo lo que gano.” Una mirada atenta a las jornadas de Mircea en la Plaza de la Concordia no tardaría en descubrir que el hombre está celosamente vigilado. A fin de evitar que se quede con dinero en el bolsillo, todas las horas, hombres a los que él llama “emisarios” pasan a recoger el dinero ganado hasta ese momento. “Estamos más controlados por el gran patrón que por la misma policía”, se queja la hija de Yuro. El y su familia viajaron a Francia con la misma ilusión: “Ganar lo suficiente y conseguir que en algún hospital de París le hicieran la cirugía estética a mi hija. Pero al ritmo que vamos... de la plata no nos queda casi nada y eso de ir a un hospital es una mentira”.
La situación de los rumanos plantea un auténtico problema de ética a las autoridades francesas. Enfermos, explotados como animales, sin documentos. Hace dos semanas, la policía controló una villa miseria de los alrededores de Lyon donde vivían decenas de rumanos minusválidos y hasta encontró un libro de contabilidad donde figuraban las ganancias diarias de cada niño rumano. “La manera de operar es similar en todas las regiones en donde se han instalado”, explica un juez de instrucción, que agrega: “Todas las mañanas, los niños, los minusválidos y sus padres suben a autos de lujo que los dejan en los cruces estratégicos de las grandes ciudades. Los autos se alejan y luego vuelven con frecuencias regulares a buscar el botín. Es escandaloso”.
Las tres redes desmanteladas hasta hoy hielan la sangre. Los “patrones” locales residen en casas rodantes en donde atesoran miles de dólares. Una parte del dinero la envían a Rumania, la otra la usan acá para comprar autos caros y ropa de primera calidad”. Según informaciones convergentes, cada célula mafiosa controlaría cuatro familias, las cuales dejan una ganancia de 400 dólares diarios por familia. A este cuadro ya espantoso se le agrega el de la prostitución infantil, también protagonizada por los rumanos y manipulada por esas mismas mafias. En total, habría unos 5000 rumanos repartidos en toda Francia. “Vivimos bajo la amenaza física y moral de quienes nos trajeron a París”, se queja un rumano de 30 años, amigo de Mircea. Sin embargo, al igual que la familia de la Gare de Lyon, el hombre realiza constantes viajes desde su país a Francia. “Por más infernal que sea, siempre se gana más que en Bucarest. Al final de cuentas, con un poco de ahorro puedo comer varios meses en Rumania. Allá no hay ni trabajo, ni lugar, ni respeto para un discapacitado como yo.” Al hombre la falta un brazo y la mitad del otro. Asegura que los perdió en un accidente de trabajo y que prefiere “vivir explotado en Francia que morirse de hambre en Bucarest”. El problema de la detección de losinmigrados es tanto más complejo cuanto que los ciudadanos rumanos no necesitan visa para ingresar al territorio de los países de la Unión Europea que forman parte del llamado espacio de Schengen. Los traficantes rumanos entregan a los mendigos candidatos a la “explotación” los 500 euros exigidos para cada ciudadano que pretende viajar a Occidente. “Una vez que pasamos la frontera tenemos que devolver la plata”, cuenta una mujer a la que le faltan el brazo y la pierna derecha. Irina vino como los demás: “Tenía la ilusión de ganar dinero y de poder operarme en Francia... Pero fue un engaño”.
Enfrentado a un drama de semejante magnitud, el Estado francés intenta conciliar la ley y los principios humanitarios. “Allá, los discapacitados no cuentan con ninguna ayuda y nadie hace nada para ayudarlos, por más que los expulsemos entrarán por otra puerta”, argumenta Jean-Paul Nunez, responsable del organismo encargado de centralizar las demandas de asilo político. Por ahora, el gobierno ha llegado a un acuerdo con las autoridades rumanas, un sistema de colaboración doble: París ayuda a los rumanos a regresar a su tierra en buenas condiciones a cambio de que el Estado rumano los proteja una vez que hayan regresado. “Eso está por verse”, dice Irina. “Cuando regresamos a Bucarest, todo vuelve a ser igual. La misma pobreza, la misma nada, el mismo abandono. Por eso regresamos cada vez, cueste lo que cueste.”

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