EL MUNDO › EN MEDIO DE LA CRISIS POLITICA TRAS LA FRACASADA INVASION DEL LIBANO
Duros y moderados de todos los colores coinciden en denunciar la amenaza iraní y en descalificar a su líder, al que demonizan por negar el Holocausto. Pero Ahmadinejad pone el dedo en la llaga cuando acusa a Israel de maltrato a los palestinos, en medio de un proceso de paz desgastado y sin futuro a la vista.
› Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
Lee Bollinger, el presidente de la Universidad de Columbia, fue esta última semana el blanco predilecto de los representantes y defensores de la política exterior de Israel. La invitación que le efectuó al presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, para que “disertara” en la prestigiosa institución académica norteamericana le valió a Bollinger una lluvia de condenas e indignadas críticas. Tanto o más que su excéntrico y popular invitado, sobre el cual no hay duda de que es una suerte de nuevo Hitler, el osado anfitrión pasó a ser el gran enemigo de la causa nacional que, sin tapujos, actúa desde el corazón del “mundo libre”. “Este señor no sólo está tergiversando el sentido más elemental de la libertad de expresión, sino que es un verdadero idiota”, dijo Shlomo Avineri, destacado académico y asiduo analista en los medios israelíes.
Otra voz, distanciada de la posición oficialista, pudo escucharse de parte de Yariv Openheimer, secretario general del movimiento Paz Ahora, quien explicó: “No hay duda de que Ahmadinejad representa a un régimen dictatorial y es un manipulador muy sagaz, y justamente por eso sabe poner el dedo en la llaga de los israelíes cuando habla de la opresión de los palestinos. No es su derecho a exponer sus ideas en una tribuna internacional lo que a mí me preocupa, sino cómo nosotros, los israelíes, resolvemos el problema de la ocupación de las tierras palestinas y recuperamos el verdadero principio de autodefensa contra potenciales amenazas como las que desarrolla Irán”. Bastante más lejos llegó el escritor y periodista Benny Zifer, para quien la reacción de los funcionarios israelíes ante las apariciones de Ahmadinejad en Nueva York (además de Columbia, en la sede de la ONU) constituye un acto de arrogancia que exhibe su propia autoimagen mucho más de lo que revela acerca del carácter del “enemigo”. “Israel –ironiza–, la cuna de la democracia, viene a advertir a los Estados Unidos, el soldado raso en asuntos democráticos, sobre el uso erróneo de la libertad de expresión y de la libertad de información.” Y, además, Zifer analiza el componente más irritante –en Israel– de la personalidad de Mahmud Ahmadinejad: “Si bien el presidente de Irán se ha ganado un lugar destacado en la lista de los negadores del Holocausto, manifestar contra él con pancartas que muestran la imagen de Hitler es participar en un juego peligroso cuyas reglas las determina él mismo (Ahmadinejad). En ese juego el Holocausto se degrada paulatinamente de la encumbrada posición que le fue otorgada como el crimen más terrible de la historia mundial al bajo escalafón de instrumento al servicio de la ponzoña política. Así, de acuerdo con esta lógica, equiparar a Ahmadinejad con Hitler es magnificar la importancia de esta persona odiada, también para los propios iraníes (algo que los israelíes ignoran por completo)”. El crítico concluye esgrimiendo la siguiente moraleja: “Quien le espeta a otro el calificativo de diablo, que no se asombre de la facilidad con la que le endilgarán a él la cualidad del mismísimo diablo”.
Al margen de las demonizaciones retóricas, la actual política de Israel frente al programa nuclear iraní consiste en criticar la incapacidad de la comunidad internacional para adoptar sanciones diplomáticas y económicas de peso contra el país dominado por los ayatolas. Y, mientras sostiene a voz en cuello que la cuenta regresiva se acerca al punto de “no-retorno”, el gobierno de Ehud Olmert ha optado por dejarles a los halcones de la dirigencia norteamericana la tentación irresistible de mostrar la carta fuerte, la del ataque militar. Según el semanario Newsweek, ese naipe está siendo barajado por el vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, quien evaluó la posibilidad de un ataque israelí a Irán, que generaría una reacción en cadena y, finalmente, una guerra.
Contra esa línea de confrontación total, por ahora minoritaria en el gobierno de George Bush, se debaten los esfuerzos diplomáticos y la presión económica encabezados por la ministra de Relaciones Exteriores, Condoleezza Rice. De esta agenda política forma parte la próxima “cumbre internacional” sobre el Medio Oriente, programada para el mes de noviembre, en la que –si todo sigue el plan de sus promotores– el premier israelí Olmert y el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, firmarán una declaración conjunta que implique algún avance hacia la creación del Estado palestino en Cisjordania (o partes de ella), Gaza y parte de Jerusalén. Pocos en Israel creen que esta iniciativa negociadora podrá sobreponerse a los serios escollos que abundan en el terreno de las relaciones diarias entre palestinos e israelíes y, paralelamente, en el interior de cada una de las partes en conflicto. La división política entre Al Fatah y Hamas, correspondiente a la separación geográfica entre Cisjordania (aún controlada por los nacionalistas laicos) y la Franja de Gaza (en manos de los islamistas), es, sin duda, la mayor dificultad que deberá sortear Abbas para que cualquier acuerdo con Israel sea representativo de la mayoría de los palestinos. Ultimamente Hamas se ha sumado a las otras fuerzas extremistas que, atacando desde Gaza a poblados israelíes con morteros y cohetes caseros, intentan boicotear todo fruto que pueda dar lo que ellos llaman el “traicionero romance” entre Al Fatah, Israel y los Estados Unidos.
Del lado israelí, el relativamente nuevo ministro de Defensa, Ehud Barak, es quien se muestra más escéptico respecto de la capacidad de Mahmud Abbas, el “partner” palestino reavivado luego de siete años de agonía y aislamiento, para imponerle una solución negociada con Israel a la población de Cisjordania y Gaza. En concordancia con ese pesimismo, Barak ordenó intensificar la reacción militar contra Gaza y anunció que, tarde o temprano, el ejército realizará allí un operativo de gran envergadura. Difícilmente, sin embargo, el premier Olmert apruebe un paso de esa naturaleza, que arruinaría la anunciada cumbre de noviembre patrocinada por el gobierno norteamericano.
Frente a esas disputas y diferencias, qué oportunidad imperdible le brinda Ahmadinejad a la dirigencia israelí para mostrarse mancomunada e imprescindible cada vez que aprovecha una tribuna pública con la finalidad de atacar y amenazar a la “entidad sionista”.
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