EL MUNDO › FATAH Y HAMAS SE PERSIGUEN EN SUS FEUDOS
› Por Juan Miguel Muñoz *
desde Tulkarem
Quince meses de lucha a tiro limpio por el poder tras el triunfo electoral de Hamas concluyeron en junio. Fue entonces cuando los islamistas se adueñaron de Gaza y la fractura con Al Fatah, el partido del presidente Mahmud Abbas, se consumó. Ya no se matan. Pero la batalla continúa. Soterrada. Sucia. Los palestinos persiguen a los palestinos en una pugna que repugna a los escasos defensores de los derechos humanos. En Cisjordania, Abbas no da respiro a nada de lo que huela a islamismo y pone toda la carne en el asador para desestabilizar al gobierno islamista de Ismail Haniye. “Tenemos que derrocar a esta pandilla que tomó Gaza con la fuerza armada”, amenaza el mandatario. En la franja, Hamas no afloja, y reprime con dureza creciente al partido enemigo, cuyos matones colocan bombas y promueven huelgas.
Si se observa desde cierta distancia, el control policial al este de Tulkarem parece más propio del ejército israelí. Taufik Tirawi, jefe de la inteligencia de la Autoridad Palestina, ha advertido: “Los servicios de seguridad no permitirán que Hamas repita en Cisjordania lo sucedido en Gaza. No se rearmarán”. Más de un millar de dirigentes y miembros del movimiento fundamentalista han sido detenidos en seis meses por la policía de Abbas; el primer ministro Salam Fayad ordenó el cierre de un centenar de instituciones caritativas de Hamas y la congelación de sus cuentas corrientes, para secar así el pozo que nutre al partido islamista en Cisjordania. Hombres encapuchados han entregado a varios militantes islamistas en hospitales con señales evidentes de tortura, y los uniformados han asaltado la residencia de mujeres de la Universidad An Najah de Nablus y golpeado a varias estudiantes.
Resulta muy difícil que alguien confiese su pertenencia a Hamas. No hay tregua en su persecución. Aunque en Gaza se autorizó la manifestación en memoria de Yasser Arafat en noviembre, Abbas prohibió a Hamas conmemorar su vigésimo aniversario en Cisjordania. En la protesta contra la conferencia de Annapolis en Ramalá, civiles pistola en mano golpeaban a los manifestantes islamistas con tal furia que incluso los policías tenían que frenarlos. Si se pregunta en Tulkarem, Kalkilia o Ramalá, nadie dice simpatizar con los islamistas.
Corren malos tiempos para el movimiento fundamentalista: por el hostigamiento en Cisjordania y por el bloqueo económico en Gaza. Pero ya han padecido trances similares. En su despacho del Parlamento en la ciudad de Gaza, el dirigente de Hamas Salah Bardawil explica: “Lo que sucede en Cisjordania ya nos sucedió aquí en 1996 y 1997. Y fue mucho más duro. Entonces creyeron que habíamos desaparecido. Resurgiremos. Nosotros sabemos quedarnos quietos un tiempo. Ahora hay órdenes estrictas de no mover un dedo”. Ni siquiera para pasar las páginas del periódico editado por Hamas, censurado en los dominios de Abbas.
En Gaza sí se pueden leer los diarios de Al Fatah y las enseñas amarillas del partido ondean en los tejados. El laico Raji Sourani, presidente del Centro Palestino de Derechos Humanos (CPDH) y crítico acérrimo de Hamas, explica en su despacho de Gaza que los activistas de su organización sufren amenazas continuas en Cisjordania. “Aquí podemos hablar con tranquilidad. Pero en Cisjordania la policía sabe cómo aterrorizar a la gente.”
En realidad, es sólo una cuestión de cálculo político la que invita a Hamas a demostrar mayor contención a la hora de la venganza. Pero cuando dice basta, se aplica a la represión con idénticas cotas de brutalidad. En el territorio dominado por los fundamentalistas, las denuncias del CPDH sobre las torturas en las comisarías son frecuentes. “Sí, se ha disparado a los pies de varios de los instigadores del caos y se han cometido otros excesos”, admite una fuente del partido islamista. Además, la mayoría de los dirigentes de Al Fatah han abandonado Gaza. Y su retorno se antoja improbable.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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