EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
La política suele adquirir una dinámica que excede a sus actores más poderosos. Uno podrá tener un plan, una estrategia, pero de repente aparecen circunstancias inesperadas, y entonces hay que adaptarse para no terminar remando en contra de la corriente. Entonces cambia el tablero, se reacomodan las fichas, se ajustan los discursos y el juego vuelve a empezar, con nuevos peligros y nuevas oportunidades.
Cuando nadie lo esperaba aparece una valija, de las tantas que circulan durante las campañas entre políticos de todo signo y color, y cae bajo la órbita de un funcionario con fama de honesto y medianamente independiente, nombrado por el primer gobierno de los Kirchner precisamente para limpiar las mafias de los aeropuertos que se remontan a la época de Yabrán.
Cuando nadie lo esperaba, la mamá de Ingrid Betancourt, desesperada porque el presidente colombiano había despedido a Chávez de su rol de mediador, sale a pedirles a todos los gobiernos del mundo ayuda, y reflota una vieja amistad con el canciller Jorge Taiana, a quien había conocido durante una misión diplomática en Guatemala, y Taiana la invita a la asunción de Cristina Kirchner y se sacan la foto y todo parece que va a terminar ahí. Cuando nadie lo esperaba, la guerrilla colombiana de las FARC, después de una década de intransigencia total, decide entregarle tres rehenes a Hugo Chávez.
Y de repente todo cambia.
A principios de mes Cristina enviaba señales de sutil despegue de la alianza con Venezuela y de sutil acercamiento con Estados Unidos como un paso más para seguir saliendo del aislamiento causado por el default del 2001, pasos que incluyen un eventual arreglo con el Club de París y un mayor protagonismo en la región de la mano de una alianza estratégica con Lula y con Brasil.
A principios de mes Chávez buscaba una forma de retomar la iniciativa tras ser derrotado en un referéndum para reformar la Constitución y ser relevado por el gobierno de Colombia de su rol de mediador con las FARC. Para el líder bolivariano la legitimación permanente a través del voto (nueve elecciones en diez años) y el alto perfil de su política exterior han sido las dos armas fundamentales para imponerle a la oligarquía venezolana su programa de reformas sociales y redistribución de petrodólares.
A principios de mes parecía claro que la “doctrina Shannon” se había impuesto en el Departamento de Estado (o Relaciones Exteriores) de Estados Unidos. A diferencia de su antecesor, el anticastrista furioso Roger Noriega, que se la pasaba provocando peleas con Chávez como un capítulo más de una interminable Guerra Fría, Shannon hizo todo lo posible para bajarle el perfil a la disputa con el venezolano con la idea de que lo mejor que se le podía hacer a Chávez era bajarse del ring y dejarlo tirando golpes al aire. A Shannon no parecía molestarle demasiado lo que él consideraba apenas excesos de populismo de algunos gobiernos de la región, incluyendo la Argentina, siempre y cuando la colaboración fuese total en lo que realmente importaba en la Guerra contra el Terrorismo, o sea las áreas de inteligencia, aduanas y migraciones. Por encima de Shannon América latina no aparecía –y sigue sin aparecer– en el radar del Departamento de Estado. Su titular, Condi Rice, dedicó su vida académica a estudiar la Unión Soviética y está metida hasta las orejas en Medio Oriente. Cuando le queda tiempo se ocupa de Irak, Irán, Afganistán, Pakistán, Europa, China, Corea del Norte y una larga lista de etcéteras donde entra la cuestión migratoria con México y hasta escenarios casi desconocidos en la Argentina pero importantes para los norteamericanos como la situación en Darfour. Escaso de recursos y fracasado el intento de sometimiento a través de un tratado de libre comercio continental, la política exterior de Washington hacia América latina se había reducido al fortalecimiento de los lazos con Brasil, a quien considera un país serio y con suficiente músculo como para contener a los populistas del ALBA (Bolivia, Ecuador, Venezuela, Nicaragua), y a financiar a unos pocos países satélite (Perú, Colombia, México, Guatemala), como para moverse cómodos en la región si alguna vez la circunstancias lo requieren.
A principios de mes el presidente colombiano Alvaro Uribe parecía satisfecho con su estrategia de explotar la pésima imagen que las FARC tienen en la inmensa mayoría de la sociedad colombiana, especialmente en los centros urbanos, a partir de los intentos fallidos de su predecesor Andrés Pastrana, que había accedido a despejar dos provincias enteras durante meses para negociar con la guerrilla sin obtener absolutamente nada. Pensó que Chávez fracasaría también, que el fracaso desgastaría por igual a su rival venezolano y a la guerrilla, y que reafirmaría la validez de su política de mano dura. Además, mientras los colombianos se entregaban a la telenovela de los rehenes, podría acomodar un poco el escándalo de los presuntos lazos de su entorno familiar con los paramilitares, banda de asesinos a quienes los norteamericanos habían declarado grupo terrorista. La carambola funcionaba: los índices de aprobación de Uribe no bajaban del 60 por ciento y los fondos provistos por el Congreso estadounidense para el plan Colombia seguían fluyendo. No se podían comparar con los petrodólares chavistas, pero superaban con creces la ayuda dispensada por el gobierno de Bush a todo el resto de la región combinada.
Pero la detención del valijero Antonini Wilson en Florida por parte del FBI pateó el tablero. Resulta que Florida es la cuna del anticastrismo furioso y por lo tanto el único punto de los Estados Unidos donde las relaciones con America latina importan y tienen incidencia electoral. Encima su importancia se multiplica en tiempos de campaña, como ahora, porque Florida es el más importante de los cinco o seis estados que año a año deciden las elecciones. Esto, los fiscales y los jurados lo tienen muy claro y obran en consecuencia.
El FBI y la CIA mantienen una vieja interna que se remonta a los tiempos de Watergate, cuando la CIA aportó los gusanos que intentaron colocar micrófonos en la sede del Partido Demócrata y en todo momento facilitó el encubrimiento que intentó el gobierno de Nixon, mientras el FBI fue la principal fuente de información para los periodistas y congresistas que destaparon el escándalo. La CIA depende del Departamento de Estado, el FBI del Departamento de Justicia. Fuera de Estados Unidos manda el Departamento de Estado. Los agentes del FBI y la DEA, otra agencia que depende de Justicia, se viven quejando porque cada vez que pescan un pez gordo vendiendo droga, llámese Manuel Noriega en Panamá, o los contra en Nicaragua, la CIA interviene pisando la investigación con el argumento de que se trata de un tema “político” que afecta a la “seguridad nacional”. Pero dentro del territorio estadounidense, en Miami o donde sea, la CIA no puede interferir con una investigación del FBI por supuesto espionaje.
Los venezolanos presos figuraban en una lista de “agentes extranjeros” elaborada a partir de la ley antiterrorista, la Patriot Act del 2002, y por eso les habían retenido varios millones de dólares en el American Express Bank. Cuando les llegó la acusación del valijero los muchachos del FBI seguramente revisaron su lista y cantaron bingo. Y como todo esto ocurría en territorio estadounidense, por fin podían actuar sin interferencias de la CIA.
En Estados Unidos el fiscal general tiene rango de ministro y conduce el Departamento de Justicia. Podría haber “instruido” al fiscal para evitar el show de involucrar al gobierno argentino, que poco o nada le aporta a su acusación, y así evitar un conflicto internacional. Pero hubiera pagado un costo. La CIA tiene un solo patrón que es el gobierno norteamericano. En cambio, el FBI tiene dos patrones, si se quiere: el gobierno y el sistema de justicia. Al FBI le conviene preservar cierta imagen de independencia política porque debe competir con otras agencias de seguridad (DEA, ATF, Policía Aduanera, Servicio Secreto Uniformado, Patrulla Fronteriza) por las partidas presupuestarias que reparte el Congreso para combatir determinados delitos. Fuera de los Estados Unidos la CIA sólo tiene competencia en escenarios bélicos, donde actúa también la DIA (del Departamento de Defensa) y Operaciones Especiales, que opera desde el Pentágono pero le responde directamente a la Casa Blanca. En el resto del mundo la CIA tiene vía libre para espiar y operar de acuerdo con los objetivos trazados por el gobierno. En cambio, fuera de su país el FBI no puede hacer mucho más que perseguir narcos, peritar atentados terroristas y ubicar a estadounidenses perdidos.
Todo indica que el fiscal Thomas Mulvihill jugó para la tribuna anticastrista cuando involucró a Cristina Kirchner en el asunto de la valija. Escándalo internacional, titulares garantizados en los noticieros y el Miami Herald. El sistema de gran jurado que se usa en Florida para acusar fue abolido en casi todo el resto de Estados Unidos porque la fiscalía controla todo el proceso y adquiere un poder desmedido. El gran jurado, que se reúne en secreto con el fiscal, sin la supervisión del juez, puede citar testigos y ordenar allanamientos sin que la defensa se entere de nada. O puede avalar la investigación del fiscal sin citar un solo testigo, como hizo en el caso del valijero, con un endictment, que equivale a un procesamiento en el sistema legal argentino.
Si el fiscal Mulvihill sólo se basó en los testimonios del valijero y las escuchas de supuestos agentes venezolanos, no tuvo en cuenta que a todos ellos les conviene involucrar a una jefa de Estado porque ganan en importancia. El valijero ya había involucrado a Chávez en un almuerzo que resultó ser mentira. Claro que no es un detalle menor la presencia de Claudio Uberti en todo este lío, si se tiene en cuenta su activo rol en la captación de fondos para las distintas campañas del kirchnerismo. Pero de mínima el fiscal se pasó de rosca, se apuró. En todo caso, tendrá que probar su acusación y no le será fácil.
El gobierno norteamericano, ni hablar de Bush, no está por encima de las operaciones políticas con olor a basura. Han apoyado a las peores dictaduras y los más cruentos golpes de Estado, incluyendo uno contra Chávez. Hace dos años Bush se hizo fotografiar sirviendo pavo en el Día de Acción de Gracias a las tropas en Irak, pero al poco tiempo el Washington Post reveló que el pavo era de plástico. En cuanto al valijero, los voceros del gobierno norteamericano no dijeron que la basura venía de Miami porque queda mal, pero se despegaron todo lo que pudieron. Es probable que los millonarios acusados de espionaje terminen condenados y pasen un largo rato en la cárcel, sin que Shannon mueva un dedo para aliviarles el castigo, por mucho que tengan para contar sobre los chanchullos boliburgueses de la revolución chavista.
En todo caso pasó lo que pasó y Chávez no desaprovechó la oportunidad para acercarse a Cristina Kirchner y recuperar terreno en la región, tal como marca la doctrina Shannon: cada ataque de Estados Unidos fortalece al líder bolivariano. Después de la invitación de Taiana a la mamá de Ingrid este cronista tuvo la oportunidad de hablar en Caracas con la senadora colombiana Piedad Córdoba, la socia de Chávez en la mediación por los rehenes. En ese entonces se hablaba de una mediación de Cristina, o de Lula, o de Sarkozy. Córdoba no les daba ninguna validez a esos rumores y se los tomaba como una maniobra sutil de esos gobernantes para despegarse de Chávez justo cuando acababa de perder el referéndum. “Ninguno de ellos tiene llegada a la FARC, sólo nosotros. No van a poder hacer nada”, dijo entonces la senadora.
Después saltó lo de la valija. Después vino el anuncio de las FARC. Y Chávez, en una brillante movida de ajedrez, juntó a todos los mediadores ad hoc que andaban dando vueltas, más su aliados del ALBA, y armó una coalición. El rol estelar en el rescate se lo reservó a los Kirchner, sus socios en el lío de la valija, justo en la semana en que el fiscal presentaba su caso en Miami.
Ahora el que parece arrinconado es Uribe, que debe tolerar que todos esos helicópteros extranjeros se metan en la selva mientras él no hace nada más que recibir las recriminaciones de los familiares de los rehenes que lo acusan de haberlos abandonado. Si las FARC y Chávez dosifican bien la liberación de los cautivos la peor pesadilla de Uribe se hará realidad: habrá mediador para rato.
El gobierno de Cristina Kirchner, en tanto, siguiendo un rumbo que no se había trazado, cumplió en veinte días uno de los objetivos de máxima de su política exterior: ocupar el centro de la escena mundial con un caso que lo muestra como un referente universal de los derechos humanos.
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