Es el peor atentado desde el asesinato de Bhutto. Un terrorista suicida se inmoló frente a la entrada de un tribunal en Lahore. Conmoción en plena campaña electoral para los comicios de febrero.
Fue el atentado más sangriento después del que mató a la ex primera ministra Benazir Bhutto. Al menos 22 policías y cuatro civiles murieron ayer en Lahore cuando un terrorista suicida se inmoló frente a la entrada de un tribunal. Se teme que la cifra de víctimas mortales vaya en aumento, ya que más de 65 personas resultaron heridas en el ataque, entre ellas 16 policías que se encuentran en estado crítico en tres hospitales de la ciudad. Este atentado agrava la crisis que sufre Pakistán después del asesinato de Bhutto, el 27 de diciembre pasado, y en plena campaña electoral para las legislativas del 18 de febrero.
El atentado ocurrió frente a la Alta Corte de Justicia de Lahore, en la provincia paquistaní de Punjab, donde las fuerzas del orden se habían reunido para controlar una manifestación de abogados y magistrados, que desde hace varios meses son el estandarte de la oposición al gobierno del presidente Pervez Musharraf. Los letrados que iban a participar en la protesta estaban asistiendo a una reunión del colegio local de abogados dentro del edificio del Tribunal Supremo cuando se produjo la explosión. Un kamikaze que viajaba en una motocicleta hizo detonar la carga explosiva de aproximadamente 14 kilos que llevaba en su chaleco cuando uno de los policías le pidió que parase, según explicó el oficial de policía Malik Mohamad Iqbal.
El portavoz del Ministerio del Interior, Javed Igbal Cheema, dijo que 22 policías y cuatro civiles murieron en el ataque y seis policías están gravemente heridos y otros 35 policías y decenas de civiles tienen heridas menores. La explosión se produjo en el corazón de uno de los barrios más comerciales y frecuentados de esta ciudad de siete millones de habitantes, destruyó varias ventanas del edificio de la Corte, esparció metralla y esquirlas en un radio de 100 metros e hizo explotar decenas de bombas lacrimógenas que portaban los policías atacados, lo que impidió acercarse a los heridos en los primeros momentos. La zona fue acordonada y los heridos fueron trasladados a los hospitales más cercanos.
Aunque ninguna organización se atribuyó el ataque, todas las sospechas recayeron en grupos inspirados o vinculados con la red islamista Al Qaida o el movimiento integrista afgano talibán, ambos muy activos en el convulsionado país sudasiático. Tras el violento asalto por las fuerzas del orden paquistaníes de la Mezquita Roja de Islamabad en julio pasado, en la que murieron un centenar de fundamentalistas, los militantes islamistas de las zonas tribales del noroeste del país juraron atentar contra los agentes de la seguridad. El propio Osama bin Laden declaró el pasado 20 de septiembre la Jihad –la “guerra santa”– al presidente Musharraf, a su gobierno y a su ejército, para vengar a los militantes muertos en la Mezquita Roja.
Las imágenes televisivas mostraron cuerpos mutilados cerca de una moto carbonizada, mientras numerosas víctimas eran cargadas en ambulancias.
La policía había sido desplegada frente a la Corte en preparación para una marcha de protesta de abogados que tenía previsto iniciarse 15 minutos antes del atentado. Cuando éste ocurrió, policías británicos visitaban los laboratorios forenses en Lahore, para extraer evidencia sobre el asesinato de la ex primera ministra Bhutto.
El presidente Pervez Musharraf condenó el ataque y reiteró su firme determinación de “continuar la lucha contra el terrorismo y el extremismo, y no ser desalentado por tales actos”. El ministro jefe de la provincia de Punjab, Ijaz Nisar, dijo que fuerzas paramilitares se desplegaron en puntos estratégicos de Lahore y que el ejército se encuentra acuartelado.
El ataque suicida se produjo un día antes de que comience el mes sagrado musulmán del Muharram, período durante el cual 36 localidades de cuatro provincias paquistaníes –que fueron declaradas en riesgo de violencia– verán redoblada la vigilancia sobre ellas.
Pakistán, aliado de Estados Unidos en la “guerra contra el terrorismo”, es escenario desde hace meses de una ola de hechos sangrientos y ataques religiosos que dejaron durante el año 2007 un saldo de más de 800 muertos. El país, que cuenta con armas nucleares, ha sufrido 20 atentados suicidas en las últimas 13 semanas, en los que han muerto más de 400 personas, entre ellas la líder opositora y ex primera ministra Bhutto.
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