EL MUNDO › OPINION
› Por Santiago O’Donnell
Después de la liberación de Emmanuel, Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo, surge la pregunta de qué harán las FARC con los más de 40 rehenes “canjeables” y los más de 200 rehenes colombianos que permanecen bajo su custodia.
La decisión de la guerrilla demuestra un cambio de estrategia por parte de las FARC, en los últimos seis años. Hasta ahora, nunca en más de seis años habían entregado un rehén “canjeable”, a pesar de que los sucesivos gobiernos colombianos habían autorizado decenas de misiones humanitarias.
La entrega de ayer consolida la alianza táctica entre la guerrilla y el presidente venezolano Hugo Chávez, quien tuvo éxito donde tantos otros fallaron. Es la primera vez desde que rompió con Fidel Castro en los ’70 que la guerrilla acepta atar su suerte a una figura internacional.
A diferencia de otros movimientos guerrilleros, como el ELN del Comandante Marcos o los sandinistas, las FARC nunca demostraron mucho interés por ganarse el apoyo de las corrientes progresistas de la opinión pública internacional o aun de la colombiana.
Tampoco demostró en los últimos años que ambicione tomar el poder en Colombia sino más bien afianzarse en un territorio a través de una guerra prolongada. Por ausencia del Estado, las FARC controlan decenas de pueblos y caseríos enclavados en la selva, donde regulan una economía basada en la producción de coca, proveen servicios de salud y educación, y ejercen el poder de policía.
Cada vez que se habló de canje de rehenes, la guerrilla exigió el despeje de dos municipios, o sea un territorio libre de hostigamiento del ejército colombiano para ejercer funciones de Estado por un tiempo determinado, como primer paso para abrir negociaciones que lleven a la creación de un Estado marxista-leninista independiente del poder de Bogotá.
El presidente venezolano Hugo Chávez comparte kilómetros y kilómetros de frontera con las FARC, algo que a las FARC sin dudas interesa. Aunque haya elegido el camino de la democracia electoral, Chávez entiende el idioma de la guerrilla y se ha mostrado como interlocutor válido y habilidoso negociador ante la comunidad internacional. A la vez garantiza que cada gesto humanitario de la guerrilla se traduzca en una derrota mediática para el enemigo de las FARC, el presidente colombiano Alvaro Uribe, campeón de la mano dura.
Será difícil obtener más concesiones humanitarias de las FARC. No se consiguen con bombardeos financiados por los Estados Unidos, como pretende Uribe, sino con legitimidad, llenando el vacío que dejaron las instituciones colombianas, especialmente en lo social, a lo ancho de las zonas rurales bajo control guerrillero.
Pero nada es imposible. Por lo pronto las FARC cambiaron su táctica, y quienes apostaron a involucrarse en el drama humanitario, con todos los riesgos que eso implica, incluyendo la Argentina, serán reconocidos por su audacia y sentido solidario. Chávez, moviéndose en el estrecho margen que le abrió las FARC, ha demostrado lo que se puede hacer. La presión internacional se siente en todos lados, aun en la selva colombiana, pero sobre todo en Bogotá.
El compromiso, ahora, es con los demás rehenes.
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