EL MUNDO › LA EX REHEN DE LAS FARC LLEGO A BOGOTA PARA VER A SU HIJO NACIDO EN CAUTIVERIO
Clara Rojas dijo sentirse “conmovida y feliz” de estar de nuevo en Colombia. La esperaba un presente del pequeño que tuvo en la selva y le quitaron con menos de un año. El encuentro fue en un hogar de paso, fue sin cámaras. Clara no reprimió las lágrimas.
› Por Katalina Vásquez Guzmán
desde Bogotá
Fueron separados en un campamento guerrillero y ayer, casi tres años después, Clara Rojas y su hijo Emmanuel se encontraron nuevamente en Bogotá. El momento, que se preveía a la llegada de Clara al aeropuerto militar de Catam, se efectuó en un hogar del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, según informó una fuente del gobierno. “Fue un momento muy emotivo, no pudo contener las lágrimas”, dijo esta misma fuente. Fue en la tarde, después de que la mujer arribó a Bogotá en un avión de la Fuerza Aérea Colombiana desde Venezuela, y habló para los periodistas que la esperaban desde las diez a las afueras del aeropuerto.
Temprano en la mañana, cuando todavía el sol no ardía sobre las calles bogotanas, la entrada a Catam se copó de gente. Hablaban en francés, inglés y español, y llevaban las cámaras de TV, lentes y grabadoras para registrar el momento en que Clara Rojas pisó en libertad tierras colombianas. Esperaban, también, el momento en que la mujer se reuniría con su hijo, quien nació en cautiverio mientras ella estaba secuestrada. Pero, al parecer por la gran cantidad de medios presentes, la familia decidió postergar el ansiado encuentro para un espacio privado.
A las dos y cinco minutos de la tarde, el cielo despegado y el brillo radiante del sol cobijaron el rostro de Clara al bajarse del avión que la trajo de vuelta a su patria. El jueves pasado fue entregada por la guerrilla junto a Consuelo González a la Cruz Roja en selvas colombianas, pero partieron a Venezuela, pues el grupo armado había anunciado el gesto como un desagravio a Chávez, después de que Uribe cancelara su mediación para el intercambio de rehenes por guerrilleros presos en Colombia.
Con las gafas entre el pelo y un ramo de flores en brazos, bajó dos escalones del avión y se detuvo. Levantó la mano derecha, saludó y sonrió. Una brisa suave, en medio de ese inusual día de sol en la capital colombiana, golpeaba en la campera rosa que llevaba puesta desde que salió del Hotel Meliá en Caracas. En tierra, caminó despacio, tranquila, delante de su madre, hacia el micrófono que instalaron junto a la bandera de la República de Colombia, en la pista de aterrizaje. Unos cincuenta periodistas de Colombia, Chile, Francia, España, Argentina, México y Venezuela fueron los primeros a los que pudo saludar a su llegada, después de los representantes del gobierno: Juan Manuel Santos, ministro de Defensa; Luis Carlos Restrepo, alto comisionado para la Paz, y Elvira Forero, directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar que tiene a su cargo al hijo de Clara desde mediados de 2005. Estos subieron hasta el avión con sus ropas de domingo. Con el suéter colgado al cuello y sin su habitual corbata, el ministro de Defensa explicó, cuando el avión aún no aterrizaba, que Clara manifestó que quería saludar al país y que por eso el micrófono. Pero dejó claro que ni él ni el comisionado, y menos la de Bienestar Familiar, darían declaraciones sobre la suerte de Emmanuel.
Anoche se supo que ya Clara se había encontrado con el pequeño en un hogar de paso donde el niño vivía con su madre sustituta, pero la familia no había confirmado la información. La expectativa por ver a la mujer que fue secuestrada en un acto de lealtad a Ingrid Betancourt –en 2002 candidata a la presidencia de Colombia–, que tuvo un hijo con un guerrillero y en cautiverio, que fue separada del niño sin tener éste siquiera un año de edad, era inmensa desde el día de su liberación. Pero ayer, cuando partió de Venezuela y el anuncio se hizo en Colombia, todos querían saludarla.
Para la sed y el hambre de la espera, el grupo de periodistas compró avenas y empanadas, mientras veían veloces camionetas de vidrios oscuros y alta cilindrada. Entró el ministro. Entró el comisionado. Llegó el alcalde de Bogotá. Pero nunca se vio al presidente Uribe. Tras ellos arrancó el ómnibus militar que acercó la prensa hasta la pista de aterrizaje. Adentro, por el hacinamiento, se escuchaban alegatos en francés, inglés y, claro, un español de voces en alto. Afuera quedaron la esposa y el hermano del capitán Herazo, secuestrado hace ocho años y de quien no tienen noticias hace cuatro. El policía hace parte del grupo de canjeables y la familia anhelaba poder encontrarse con Clara para preguntarle por su suerte. “Sólo queremos saber si ella lo vio con vida –dijo a este diario la esposa–, y así sea que tenga que decir que soy periodista para entrar, lo hago, porque de alguna manera tengo que saber de él.” Pero ese momento en el que Clara pronunció, con emoción, palabras de gratitud y orgullo, lo tuvieron que ver en la tele.
Adentro, la cuñada y la sobrina de Clara fueron las únicas distintas a prensa y gobierno que la saludaron. Le llevaron lirios blancos, mientras que la directora de Bienestar Familiar le entregó en una carpetita azul un regalo que su hijo Emmanuel le preparó. Un dibujo o una carta. Pero no la recibió sino hasta después de que, por cinco minutos, dio sus primeras declaraciones de vuelta al país: “Me siento inmensamente conmovida de volver a mi tierra. Me siento feliz de estar aquí, es renacer, volví a vivir. Mil gracias a todos”, fue lo primero que manifestó. Después agradeció a Uribe por ordenar suspender los operativos, “lo que permitió que yo esté hoy aquí”, y a la Cruz Roja Internacional, así como a los medios de comunicación que, contó, la mantenían conectada con el mundo a través de una radio y un par de baterías. “Aplaudan”, decían los periodistas, quienes le perdieron la pista hasta que anocheció.
La caravana donde viajaban Clara Rojas, doña Clarita, su madre; Iván, su hermano; María Camila, su sobrina, y otros familiares, atravesó la ciudad con policías y soldados a bordo. Varias motos las escoltaron hasta la localidad de Suba, donde los esperaba un almuerzo de ajiaco, el plato típico bogotano con pollo y papa. No se sabe si fue antes o después de la bienvenida familiar que Clara se encontró con Emmanuel. Pero, como ella mismo lo tituló, fue “el milagro cumplido”.
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