Un informe de una comisión investigadora del gobierno de Río pone la lupa sobre los nexos de los organizadores del carnaval oficial con el narcotráfico y lavado de dinero.
› Por Darío Pignotti
desde Brasilia
“El carnaval es un commodity.” La definición, que no es de un operador de Bolsa sino de José Luiz Azevedo, director de una de las mayores escolas de samba de Río de Janeiro, parece dar en el clavo: el desfile de las grandes carrozas por el Sambódromo Marqués de Sapucaí, que hoy será televisado para unos 400 millones de personas en más de 100 países, es antes que nada un producto de consumo y exportación.
Las declaraciones de Azevedo fueron publicadas el viernes pasado, luego de que una Comisión Investigadora del Concejo Deliberante de Río de Janeiro recomendara quitar el monopolio económico del carnaval-espectáculo (no el que cientos de “bloques” de barrio seguidos por miles de cariocas festejaron ayer en las calles) a la Liga Independiente de Escolas de Samba (Liesa), varios de cuyos dirigentes están procesados por lavado de dinero y sospechados de “estar ligados al narcotráfico” según el viceministro de Justicia, Antonio Carlos Biscaia.
Azevedo, de la Escola Mocedad Independiente, y los directivos de la Liesa repelen cualquier fiscalización del negocio de la principal pasarela carnavalesca de Río, alegando que se trata de un emprendimiento privado y “exitoso” que, de acuerdo con cálculos elaborados por el diario Valor Económico, rinde unos 50 millones de dólares.
Esa defensa rudimentaria del libre mercado no pasa de una coartada de los barones carnavalescos cercados por la policía y la Justicia. La semana próxima, después del Miércoles de Cenizas, la Comisaría 17 de Río de Janeiro comenzará a analizar los libros contables de la Escola de Samba Mangueira, la más tradicional del carnaval carioca, para esclarecer hasta dónde llegan sus vínculos con el tráfico de drogas.
Sucede que el largo brazo de las bandas que controlan el comercio de drogas en las más de 600 favelas cariocas parece haber tomado el control, al menos parcial, del negocio y la influencia que giran en torno del Sambódromo proyectado por el mítico arquitecto Oscar Niemeyer.
A principios de enero la “Operación Carnaval” de la policía descubrió una fortaleza construida de hormigón armado en lo alto del morro Mangueira, zona norte de Río, que alberga a la “escola” homónima. El fortín camuflado entre la vegetación semiselvática desde donde los narcos repelían las incursiones terrestres y aéreas de la policía también era centro de torturas y ejecuciones.
Dentro de la casamata de 15 metros de ancho por casi 4 de alto fue hallado un “horno a microondas”, expresión que en la jerga de los sicarios refiere al lugar donde los integrantes de bandas enemigas son incinerados, generalmente luego de haber sido torturados.
Varios cráneos parcialmente calcinados estaban diseminados en el lugar donde también fueron confiscadas armas de guerra, cocaína, marihuana y un cargamento de crack en cuyo envoltorio se leía “Ronaldinho Gaúcho, el mejor ‘crack’ del mundo”.
La “Operación Carnaval”, avalada por el gobernador de Río, Sergio Cabral Filho –quien siguiendo el modelo colombiano de represión al delito, declaró una “guerra sin cuartel” al crimen organizado– confirmó los vínculos desde hace tiempo sospechados entre el narcotráfico y la Escola Mangueira.
Un pasadizo secreto ligaba la sede de esa “institución recreativa y social” con uno de los reductos de la banda, entre cuyos líderes está Paulo Testas Monteiro.
Conocido por el apodo de Tuchinha, Testas Monteiro es considerado por la policía como el jefe del tráfico en la favela, cuyas “bocas de fumo”, puntos de venta a consumidores venidos de toda la ciudad, reportan unos 500 mil dólares mensuales.
El túnel construido entre el salón donde los 1800 miembros de Mangueira ensayan sus cuadros coreográficos y el escondite de Tuchinha es apenas una de las pruebas que sumieron a la agrupación carnavalesca en el peor escándalo de su historia.
Tuchinha también fue el autor del samba que pondrá marco musical al desfile de Mangueira en el Sambódromo Marqués de Sapucaí, cuyas 80.000 localidades están vendidas desde hace semanas.
Tuchinha continúa prófugo, al igual que uno de sus secuaces, Marcelo da Silva Leandro, alias “Marcelo Niterói”, lugarteniente de Fernandinho Beira Mar, detenido en 2001 en Colombia, cuando presuntamente negociaba la entrega de armas a cambio de cocaína para el morro Mangueira.
Será difícil para los directivos de la comparsa, que tiene entre sus socios vitalicios al cantante Chico Buarque y al mentor de la Bossa Nova, Tom Jobim, borrar la mancha que significa haber escogido a un narcotraficante como autor de su canción-estandarte de 2008, año del centenario del poeta popular Cartola (fallecido), fundador de la agrupación.
Tampoco resultará sencillo a las autoridades de Mangueira explicar convincentemente que no hay dinero sucio en los casi tres millones de dólares invertidos en los fastuosos carros alegóricos que desfilarán esta noche con un “enredo” (argumento) dedicado al frevo, danza popular del nordeste.
En 2007, la “Operación Huracán” de la Policía Federal había detenido al ex presidente de la Liga de Escolas de Samba, Ailton Guimaraes Jorge (a) “Capitán Guimaraes”, que en la falsa pared de una de sus oficinas ocultaba dos millones de dólares, recaudados, se supone, en el carnaval y/o las apuestas clandestinas.
El Capitán Guimaraes es uno de los capos del juego del “Bicho”, equiparable a la quiniela clandestina, actividad que durante décadas controló el negocio del carnaval. En la misma operación fue apresado Aniz Abrahao David, (a) “Anisio Beixa Flor”, también “bichero” y padrino de la Escola Beixa Flor, campeona del último carnaval.
La orden de captura contra el narco Tuchinha, padrino de Mangueira, librada en enero pasado, puede ser un síntoma de que el negocio, o el “commodity”, llamado carnaval puede estar cambiando de dueños.
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