EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
Primero lo más fácil. Mal que les pese a los analistas conservadores, el senador de Arizona John McCain arrasó en las primarias republicanas y prácticamente se aseguró la nominación. Podrá perder alguna primaria más camino a la candidatura, si es que el ánimo de los votantes de algún estado es prolongar un poco más la contienda, pero salvo un milagro, ninguno de sus contrincantes podrá descontar la ventaja que McCain sacó el supermartes.
Del lado demócrata la cosa es un poco más complicada. Si el supermartes fuera un combate de box, podría decirse que Hillary Clinton venció a Barack Obama por puntos en fallo dividido. Ganó la batalla simbólica al imponerse en California, elección que históricamente definió casi siempre al candidato demócrata; venció el mito de invencibilidad de Obama en el sur al llevarse Tennessee y Oklahoma, además de “su” Arkansas; ganó cómoda en Nueva York, sostuvo Nueva Jersey, y doblegó en Massachusetts a los Kennedy, los Kerry y al gobernador Deval Patrick. Además, Clinton sacó una luz de ventaja en el conteo de delegados, algo así como entre 70 y 90 sobre un total de cuatro mil.
Pero la analogía boxística no le hace justicia a la performance de Obama porque el supermartes no definió nada, no hubo fallo del jurado. Lo que hubo es una foto, una foto muy importante pero una foto al fin, dentro de una película que pinta cada vez más favorable para el candidato afroamericano a medida que se acortan las distancias entre él y la ex primera dama. Obama hizo una excelente elección. Demostró que puede ganar en todo el país, que puede arrebatarle el voto blanco a una candidata blanca, que es el favorito de los jóvenes de todos los colores, que sin renegar de sus credenciales demócratas es, según los votantes, el mejor candidato para “unir al país”. Ganó catorce estados el supermartes, contra ocho de Hillary.
Ni siquiera está claro que el conteo de delegados le fue adverso a Obama. Los delegados se eligen por distrito de acuerdo con fórmulas intrincadas y ayer las autoridades seguían contando votos para determinar quién ganó dónde. Además, a medida que se vota en cada estado, los expertos incluyen en sus cuentas a los “superdelegados”, 796 en total. Los “superdelegados” son el conjunto de figuras y autoridades partidarias con voto propio en la convención, e incluyen a personalidades como Ted Kennedy, Jimmy Carter y Bill Clinton. Estos “superdelegados” deciden su voto en la convención y no están atados a ningún candidato, pero los encuestadores se basan en entrevistas para adjudicárselos a uno u otro candidato.
Los expertos dicen que Hillary lleva una ventaja de alrededor de 90 votos entre los “superdelegados”, o sea que sin ellos estaría empatada con Obama. Pero habrá que ver cuántos “superdelegados” mantienen su voto si ningún candidato llega a la convención con mayoría absoluta, algo que ocurrió una sola vez desde que el sistema de primarias se implantó en 1972. Esa vez, en la convención republicana de 1976, Gerald Ford llegó sin mayoría pero con más delegados que Ronald Reagan. A pesar de intensos cabildeos, Ford mantuvo su ventaja y se alzó con la nominación.
Más allá del conteo final, el supermartes ya demostró que los demócratas tienen dos candidatazos y los republicanos, uno más o menos.
La pesada herencia de Bush dividió en tres el voto de su coalición conservadora: los conservadores morales apoyaron al pastor Mike Huckabee, los conservadores fiscales al ex empresario Mitt Romney y los consevadores en temas de seguridad nacional al héroe de guerra McCain. McCain es visto apenas como el mal menor por los conservadores que aborrecen su política económica y sobre todo su política migratoria. Los conservadores odian a los Clinton y desprecian la raza de Obama, pero difícilmente harán grandes esfuerzos para apoyar a un moderado como McCain. En cambio muchos moderados que votaron por McCain en las primarias republicanas podrían cambiar de vereda en la general. Es que los moderados quieren un cambio y McCain fue el gran apoyo de Bush en la guerra de Irak. Además, tiene 72 años y casi 30 como legislador en Washington.
Mientras tanto los demócratas están orgullosos de apoyar a una mujer y a un afroamericano, a un joven brillante con el carisma de JFK y la oratoria de Martin Luther King, y a una baluarte de la última presidencia exitosa de los demócratas, que redefinió el rol de la primera dama y, por qué no, de la mujer en la sociedad norteamericana. Se salen de la vaina por derrotar al partido del odiado Bush y lo han demostrado a lo largo y ancho del país, batiendo records de asistencia a los centros de votación, duplicando casi a los republicanos. El entusiasmo demostrado no es un dato menor en un país donde el voto no es obligatorio.
Falta mucho para las elecciones generales de noviembre y habrá que ver si Hillary y Obama se destruyen mutuamente, como auguran algunos analistas interesados, o si elevan el nivel del debate político, como hicieron en su último encuentro el lunes pasado en California.
Por ahora corre con ventaja el candidato o la candidata de los negros, los putos, las minas, los morochos, los lúmpenes, los zurdos, los viejos y los sidosos, porque del otro lado son todos unos hijos de Bush.
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