Jue 06.03.2008

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

El protagonista menos confiable de la crisis

› Por Luis Bruschtein

Ni siquiera en la época de las dictaduras militares los dictadores realizaron acciones como la que ordenó Uribe en Ecuador. Pese a la afinidad ideológica, los militares eran celosos de la presencia de fuerzas de otros países en sus territorios. Para poder hacerlo crearon una infraestructura especial que se llamó Operación Cóndor. Cada vez que un represor se introducía en un país vecino, avisaba y coordinaba con los locales. Lo que hizo el mandatario colombiano, Alvaro Uribe, no habría sido permitido ni siquiera por aquellas dictaduras que tenían un basamento doctrinario (la doctrina de la seguridad nacional y la tercera guerra mundial) bastante emparentado con la actual guerra contra el terrorismo, de George Bush.

La reacción furibunda del presidente ecuatoriano Rafael Correa fue porque la operación antiguerrillera se montó aprovechando el proceso de negociación que, con la autorización del mismo Uribe, habían comenzado varios países, en especial Francia y Ecuador, utilizando como vía de contacto al presidente venezolano Hugo Chávez. Todos han sido críticos con las FARC. Las fuerzas armadas de Ecuador han desmontado más de 40 campamentos guerrilleros en la frontera. Nadie podrá decir que el presidente conservador de Francia, Nicolas Sarkozy, sea pro guerrillero. Y hasta el mismo Chávez ha sido muy crítico con la guerrilla colombiana.

El proceso de negociación para la liberación de los rehenes implicó contactos, ofertas (desde económicas hasta políticas), y por supuesto, en un proceso de negociación se evitan las declaraciones públicas que lo entorpezcan. Aunque no le gustara, Uribe estaba en conocimiento de todos estos contactos y conversaciones con las FARC, cuyo vocero era Raúl Reyes.

Había antecedentes. Cuando fue la primera entrega de pruebas de vida, Uribe emboscó a los mensajeros y frustró ese comienzo de la negociación. Cuando fue la Operación Emanuel, las fuerzas armadas colombianas bombardearon durante un mes y medio la zona donde debía hacerse la entrega de los primeros rehenes y la entrega no se hizo.

Los franceses aseguran que la negociación había avanzado nuevamente con la liberación de otros rehenes la semana pasada. Para ellos el acuerdo para liberar a Ingrid Betancourt y a otros rehenes era inminente. En ese momento se produjo el ataque donde murió el negociador de la guerrilla, que para cumplir su función se había colocado en una situación muy vulnerable. Aunque la operación había sido planificada varios días antes, Uribe no avisó a Correa. No podía avisarle porque Correa, de acuerdo con Uribe, también estaba negociando.

Tras el ataque, Uribe le mintió a Correa, diciéndole que había sido una respuesta defensiva y Correa reaccionó en un primer momento con resignación, seguramente responsabilizando de los hechos a una actitud de provocación irracional por parte de las FARC. A las pocas horas se dio cuenta de que el ataque en su territorio había sido planificado con anterioridad, que primero Uribe se lo había ocultado, que luego le había mentido y que incluso tanto él como Chávez habían participado involuntariamente en la trampa.

Y luego Uribe fue desleal con todos ellos porque presentó el contenido de las negociaciones –que él había consentido y de las que estaba enterado– como connivencia con la guerrilla. “Estamos cansados de las mentiras de las FARC”, argumenta Uribe para descalificar cualquier posibilidad de negociar una salida pacífica con la guerrilla. Lo paradójico es que a lo largo de este proceso que ya lleva varios meses, quien aparece como el protagonista menos confiable es el mismo Uribe.

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