EL MUNDO • SUBNOTA › NO LE CONTESTó A LA SENADORA Y HOY SE DEFINE UNA PRIMARIA CRUCIAL PARA LA CANDIDATURA
› Por Antonio Caño *
Desde Washington
Con la pasión desatada entre todos, políticos, votantes y medios de comunicación, con la incertidumbre de una campaña que consiguió despistar a los más sesudos, con la preocupación por el discurso destructivo entre los dos contendientes y con la emoción por lo mucho que hay en juego, el estado de Pensilvania elige hoy, martes 22 de abril, entre Barack Obama y Hillary Clinton un candidato demócrata para las elecciones presidenciales. La esencia de las críticas de Clinton es que si Obama conoció o tuvo trato alguna vez con un violento activista de los sesenta, un reverendo radical o el líder de un partido extremista, él debe de ser tratado como uno de ellos y debe dar explicaciones por la conducta de aquéllos. Así, según Clinton, los dirigentes demócratas comprenderían que Obama no tendría posibilidad alguna de ganarle a John McCain y le darían la candidatura a la senadora de Nueva York, cualquiera sea la asignación de delegados elegidos directamente para la Convención Demócrata.
Obama reaccionó a esa táctica con un gesto muy castizo pero arriesgado: un día después del debate de Filadelfia, el senador de Illinois se sacudía sonriente el hombro, dejando claro que las acusaciones de su rival le resbalaban. La campaña de Obama intenta etiquetar a Clinton como una representante del viejo establishment, “que aprendió mucho de la política, pero precisamente lo peor de la política”. El otro flanco contra Clinton es el de su presunto oportunismo y falta de criterio firme sobre los grandes asuntos. “Toma posiciones distintas en temas tan fundamentales como el comercio o la guerra, según convenga en cada momento. Y cuando la agarran haciendo eso, su única respuesta es: bueno, ya se sabe, esto es política”, decía ayer el aspirante demócrata.
Por su parte, Clinton atacó el lunes lo que puede ser el penúltimo desliz de Obama. Este dijo el domingo que “cualquiera de los dos candidatos demócratas sería mejor que McCain, pero cualquiera de los tres sería mejor que George Bush”. Clinton respondió el lunes advirtiendo a los electores que “no necesitamos un candidato que le haga la ola a McCain sino uno que esté dispuesto a combatirlo”.
Los demócratas están, obviamente, alarmados por esta situación, en la que se desvanecen las opciones de victoria para su partido, mientras crecen las de los republicanos, pero se ven impotentes para ponerle fin. Pero el presidente de un partido en Estados Unidos no es una figura de gran poder. Es como el rey de una monarquía constitucional, arbitra pero no manda. La decisión de seguir en la carrera o retirarse les corresponde exclusivamente a los candidatos.
Pensilvania es muy importante en ese sentido. Clinton necesita una victoria abultada –por encima de diez puntos– para argumentar que Obama se está hundiendo y que es incapaz de ganar el voto blanco de la clase trabajadora. Una derrota de Obama por la mínima podría acabar de convencer a los superdelegados de que su ventaja actual es ya insuperable. Obama pronosticó el lunes: “No una victoria, pero sí un resultado mejor que el que muchos esperan”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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