EL MUNDO
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Hagamos la plata, no la guerra
Por Enric González *
Desde Washington
La crisis iraquí, alimentada a diario desde la Casa Blanca con creciente urgencia y dramatismo, ha eliminado de las portadas estadounidenses informaciones de otro tipo. La guerra es presentada como inminente e inevitable, y su vértigo ha arrastrado a la oposición demócrata, que opta por seguir mansamente las instrucciones de George W. Bush por miedo a parecer poco patriota. Y, sin embargo, bajo el fragor belicista se ocultan noticias que en otras circunstancias perjudicarían seriamente al actual gobierno de Estados Unidos, como la implicación en el escándalo de Enron de Thomas White, secretario general del Ejército, el número dos del secretario de Defensa en el Ejército. Y las discutibles condiciones en que Dick Cheney obtuvo un regalo de 8,5 millones de dólares de Haliburton, la empresa que dirigía, cuando dimitió para convertirse en vicepresidente del país.
La situación de Thomas White sería insostenible en otras circunstancias. Distintas investigaciones sobre la crisis energética que azotó California durante el invierno y la primavera del año pasado indican que fue provocada por un grupo de grandes compañías, entre ellas Enron, que manipularon el mercado en su provecho. Una de las personas que dirigían Enron, quebrada el pasado 2 de diciembre tras una serie de gigantescos fraudes contables, era White. En la autopsia judicial y parlamentaria de la que llegó a ser la mayor empresa energética del mundo han aparecido mensajes electrónicos que demuestran la responsabilidad del actual secretario del Ejército. En febrero de 2001, Thomas White fue informado de que las pérdidas se acumulaban en los negocios de los que era responsable. Los negocios consistían, por ejemplo, en un contrato de suministro de gas y electricidad, durante 15 años, a una firma farmacéutica de Indiana llamada Eli Lilly, por el que Enron añadió grandes beneficios a sus cuentas. En realidad, el mercado de la energía no estaba liberalizado en Indiana, y Eli Lilly nunca recibió nada ni pagó un dólar. La respuesta de White ante el agravamiento del agujero fue la siguiente: “Cierra un negocio mayor. Oculta las pérdidas antes del primer trimestre”. Justo antes de que Enron se desplomara y sus acciones perdieran todo valor, White vendió las suyas por 12 millones de dólares.
La elección de Thomas White como jefe civil del Ejército fue una decisión personal del vicepresidente Dick Cheney, quien la justificó por la “experiencia empresarial” del ex directivo de Enron. Cheney también procedía del mundo de los negocios, y también accedió al gobierno en muy buena situación económica. Era director ejecutivo de Haliburton, una compañía concesionaria de importantes contratos de construcción y limpieza adjudicados por el Pentágono. En el último tramo de su gestión, vendió una división de la compañía utilizando una fórmula legal que privó de las pensiones a todos los trabajadores. Y, sin embargo, cuando Cheney se jubiló para regresar a la política, el consejo de administración modificó su contrato para concederle una generosa pensión que fue cargada sobre los beneficios de 2001: en total, 8,5 millones de dólares.
Cheney, cuyo patrimonio ronda los 100 millones de dólares, no es el único millonario en el gobierno de George W. Bush. The Washington Post reveló el miércoles que el gabinete rebosa dinero. Según las estimaciones efectuadas por los propios interesados y entregadas al Congreso, los dos más ricos son el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld (hasta 253 millones), y el secretario del Tesoro, Paul O’Neill (hasta 115 millones). El secretario de Estado, Colin Powell, y el secretario de Comercio, Donald Evans, poseen patrimonios cercanos a los 50 millones de dólares.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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