EL MUNDO • SUBNOTA › TESTIMONIOS DE LOS INTELECTUALES QUE IMPULSARON LA REBELIóN
› Por V. R.
Apenas hay nada en la Praga de hoy que recuerde aquellos días trágicos de hace 40 años. Entre los pocos actos conmemorativos, destaca la exposición fotográfica de Jan Koudelka, cuyo libro gráfico Invasión 68 se publicó semanas atrás en casi toda Europa. “En mis imágenes se puede ver la incredulidad y la amargura de los ciudadanos ante la agresión de quienes consideraban aliados y amigos –me explica Koudelka–. La gente hablaba con los soldados y trataba de explicarles que aquí no había una contrarrevolución sino que pretendíamos construir un socialismo en libertad.”
La radio oficial jugó un papel esencial aquel dramático 21 de agosto del ’68. Pese a la presencia de los tanques soviéticos en sus puertas, continuó informando al pueblo checoslovaco. “Conseguimos seguir en el aire desde distintos lugares de Praga; luchamos por mantener la emisión porque con ello demostrábamos que la invasión militar triunfaba, pero constituía una debacle política”, me cuenta Jiri Dienstbier, quien pagaría con años de cárcel su arriesgado ejercicio de libertad. Destacado periodista, corresponsal en Vietnam y Nueva York, firmante de la Carta 77 –principal documento de la disidencia política–, asegura que “las purgas posteriores a la invasión hicieron que más de medio millón de personas perdieran sus puestos de trabajo; los intelectuales más lúcidos, y por tanto más críticos, fueron considerados contrarrevolucionarios y expulsados de las universidades, los centros de investigación, las editoriales, los medios de comunicación, y tuvieron que trabajar como obreros. Eso hizo que entonces Checoslovaquia tuviera la clase obrera más culta del mundo”. Recuperadas las libertades, Dienstbier sería ministro de Asuntos Exteriores y, después, representante de la ONU en Kosovo.
“La represión más dura se produjo un año después de la invasión”, recuerda Petr Uhl, uno de los principales dirigentes estudiantiles de la época. “Cuando la policía política checoslovaca y las fuerzas armadas tomaron el relevo de los soviéticos, el propio Partido Comunista sufrió una purga colosal, con la expulsión de la cuarta parte de sus afiliados.”
Uhl fue condenado a cuatro años de cárcel en 1969 y a otros cinco en 1979, acusado de subversión. Fue secretario de Estado de Derechos Humanos. Miembro del Partido Verde desde 2002, lo abandonó cuando éste formó coalición con la derecha en 2007. “Ahora, quienes ocupan el poder condenan duramente al socialismo, olvidando el intento reformista de 1968, cuando ellos jamás se rebelaron contra el stalinismo”, dice con amargura.
La novelista Lenka Prochazkova comparte las opiniones de Petr Uhl. “Extraña que aquella época tan intensa no haya sido elaborada literaria ni artísticamente –comenta–. Es como si los viejos sueños no hubieran existido, excepto en la obra de exiliados como Kundera o Kohout. O como si no se quisiera revivir el dolor de entonces”, señaló. Hija del célebre escritor Jan Prochazka, autora de éxito, Lenka acaba de publicar una novela sobre Jan Palach, el estudiante que se autoinmoló en el centro de Praga en enero de 1969. Casada con Ludwik Vaculik, una de las principales figuras intelectuales checas, soportó los aspectos más sucios de la represión cuando las autoridades stalinistas publicaron unas fotografías eróticas de su marido para desacreditarlo. Lenka Prochazkova mantiene una firme posición crítica ante la derecha que gobierna la República Checa. “Quienes tenían entre 16 y 25 años en 1968 nunca podrán olvidar sus viejos ideales –afirma–, ni soportar el actual programa de gobierno, cuyo lema principal es que hay que enriquecerse por el medio que sea.”
Zdeneck Pink, dirigente de juventudes, fue uno de los disidentes más conocidos como firmante de la Carta 77. “Lo ocurrido en agosto de 1968 fue una experiencia clave en nuestras vidas –sentencia Pink, que hoy ocupa el vicedecanato de la Facultad de Humanidades–, porque demostró que cambiar el sistema comunista para mejor, democratizarlo por las buenas, resultaba imposible. Esa fue nuestra utopía.” Pink también condena el inmovilismo y la falta de ideales de la mayoría de la actual sociedad checa. Sin embargo, se enorgullece de que los alumnos de su universidad se dediquen a “estudiar sin meterse en política, porque viven una situación de normalidad democrática”. Y tuerce el gesto cuando le recuerdo que, según Salvador Allende, “ser joven y no ser revolucionario supone una contradicción casi biológica”. Efectivamente, agosto del ’68 queda ya demasiado lejos en la Praga de hoy.
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