Como fue en Argentina, la crisis en Estados Unidos es tan profunda que los sectores del poder económico no van a reaccionar en forma inmediata. Pero lo van a destrozar apenas se repongan y Obama quiera impulsar regulaciones a la economía o medidas sociales que afecten a los ricos, le inventarán escándalos y ruindades, lo acusarán de ineficiente y, por supuesto, de populista. Una paradoja bastante común: en la votación popular directa, Obama no sacó tanta ventaja como en el colegio electoral, sobre todo por el voto de las zonas más rurales, que votan a la derecha y al neoliberalismo a pesar de que en gran parte dependen de los multimillonarios subsidios públicos.

Para los parámetros argentinos o latinoamericanos, Obama sería un político progresista. Pero en Estados Unidos está a la izquierda de los progresistas tradicionales como los Clinton o Edward Kennedy. “Demasiado radical”, lo cuestiona la derecha. Sin embargo, las raíces del poder en Estados Unidos son más firmes que en cualquier otra parte del mundo y los márgenes de acción para la política son estrechos. Dependerá de cómo los aproveche, pero su victoria electoral por sí sola ha sido una derrota contundente a la cultura política del neoliberalismo justo en su corazón. Esto sucede en Estados Unidos cuando en Argentina se esboza un lento movimiento de retorno a la cultura de los ’90 tras la rebelión de los productores rurales, que volvieron a cuestionar al Estado como “ladrón y confiscatorio”. Una bandera que ahora se levanta para obstaculizar cualquier medida progresista. La paradoja es que ese movimiento regresivo haya sido protagonizado por el sector que más se favoreció con la caída del neoliberalismo y que tenga el respaldo de algunos sectores nebulosamente progresistas o de izquierda. Sin embargo, a todos ellos les encanta Obama. Será porque está lejos.