EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Robert Fisk *
El “presidente” Mahmud Ahmadinejad –las comillas se están volviendo cada vez más apropiadas en el Irán de hoy– está en serios problemas. Ya hay tres investigaciones distintas en torno de su supuesta victoria electoral y la violencia que siguió. Asimismo, legisladores conservadores iraníes se pelearon a puñetazos durante una reunión privada en la Asamblea, ya que les molestó la opinión de un funcionario del gobierno que habló de la dignidad del líder opositor Mirhosein Mussavi, cuando respondía a las preguntas de los parlamentarios.
Amigos cercanos al hombre que aún cree que es el presidente de Irán dicen que está profundamente perturbado –traumatizado, incluso– por las masivas manifestaciones en su contra. Decenas de miles de seguidores de Mussavi marcharon anteanoche vestidos de negro por las calles del centro de Teherán, en una emotiva manifestación de duelo (la segunda en sólo dos días) por los muertos que resultaron de la crisis poselectoral. En una ciudad que se caracteriza por su brutal tránsito y ensordecedores niveles de ruido, la multitud caminó en total silencio un tramo de unos cinco kilómetros, llevando banderas y carteles en que condenaban los asesinatos en la Universidad de Teherán, la plaza Azadi y en otras ciudades iraníes. No hay duda de los riesgos políticos –y físicos– que corrían.
Un ingeniero químico que caminaba en el centro de la muchedumbre vestida de negro lo pensó unos momentos antes de responderme cuando le pregunté qué pasará ahora. “Nadie lo sabe, pero pensamos en ello todo el tiempo –-me contestó–. Ya no podemos detenernos. Si lo hacemos nos devorarán. Lo mejor sería que Naciones Unidas o alguna organización internacional monitoreara una nueva elección. Sobre ilusiones como ésta se construyen los desastres.” Pero tanto el hombre como su esposa tenían un sentido del humor que prácticamente era el de la multitud enlutada. Ella es abogada comercial pero estudió psicología. “Si aflojamos ahora, tendremos que enfrentarnos a alguien como Pinochet, y aquí nuestros dictadores ni siquiera están de moda –me dijo sin rastro de una sonrisa–. Mi formación en psicología es muy útil. Ahmadinejad tiene un clásico problema de psicosis. Miente mucho y tiende a las alucinaciones. ¡Cree que tiene relación con alguien allá arriba!” La mujer apuntó en dirección al cielo. Pero no hubo chistes sobre religión. Estos manifestantes entonaban la plegaria musulmana salavat, en la cual se saluda al profeta Mahoma y su familia.
Ayer, el líder supremo, Alí Jamenei, encabezó los rezos en la Universidad de Teherán, en el mismo campus donde siete jóvenes fueron muertos a manos de la milicia basiji la noche del pasado domingo. Mussavi había prometido que llevaría a sus propios simpatizantes, con crespones de luto por los fallecidos, para demostrar su lealtad a Jamenei. Los acólitos de Ahmadinejad alegan que la oposición trata de derrocar a la república islámica y a Jamenei. Esto es una calumnia que sería peligrosa en cualquier revolución, pero que es particularmente incendiaria en estos días.
La oposición sospechaba que Jamenei intentaría restaurar el orden y decirle a Mussavi y su gente que se les ha permitido llevar a cabo sus masivas manifestaciones, pese a desafortunados incidentes –esa maravillosa frase hecha autocrática ya fue usada por el vocero del Parlamento, Ali Larijani–, y que eso fue un acto generoso y democrático del gobierno. Jamenei dijo ayer que ya fue suficiente; que cualquier grupo que perturbe la paz el fin de semana será considerado contrarrevolucionario y se actuará contra él conforme a la ley (su expresión favorita).
Por esto, Mussavi y sus asesores –que incluyen al ex presidente Mohammed Jatami y a su aliado en la elección, Mehdi Karroubi– deberán comportarse con enorme cautela si no quieren verse atrapados por el silencio después de semejante advertencia.
El problema es casi infranqueable. Si continúan las protestas, se los acusará de violar la ley –y el impulso detrás de las marchas ya no está logrando que la gente de Teherán participe desde sus balcones y azoteas–. Pero si cesan las protestas, los basijis y la policía se convierten en los reyes de las calles iraníes.
El arresto del primer ministro del Exterior de la república islámica, Ibrahim Yazdi, que literalmente fue sacado de su cama de hospital en Teherán, enfermo de cáncer de próstata, demuestra el nivel de paranoia que impera en las autoridades. A nadie se le ocurrió sugerir una razón coherente por la cual un hombre que trabajó junto con el fundador del régimen islámico, el mismo ayatolá Jomeini, deba desaparecer. Yazdi sugirió boicotear las elecciones de hace cuatro años, en las que Ahmadinejad resultó electo, pero también urgió a todos los ciudadanos iraníes a participar en los comicios del pasado fin de semana.
Si alguien aún necesita pruebas del estado de indecisión del gobierno, basta ver los diarios del último jueves. De pronto las manifestaciones masivas fueron plenamente reconocidas. Una primera plana entera de fotos muestra la marcha de Mussavi del miércoles. Ahmadinejad dijo el fin de semana que sus opositores eran nada más que capas de polvo, una aseveración tan torpe como infantil. En una imagen publicada en la prensa se puede ver a manifestantes llevando una pancarta que dice “Las capas de polvo están haciendo historia”.
Otros periódicos mostraron a los seis principales futbolistas del equipo iraní en su enfrentamiento contra Corea del Sur en Seúl, llevando en las muñecas las cintas verdes de apoyo a Mussavi. Los jugadores obedecieron la orden de quitarse las cintas en el segundo tiempo del partido que se transmitió en todo Irán y terminó en empate. Incluso dejó de estar bloqueada la página web de Mussavi. Podemos preguntarnos qué significa todo esto, y lo mismo se pregunta Irán.
Estaba claro, desde antes de que los legisladores de derecha recurrieran a los puñetazos, que las autoridades simplemente no saben cómo manejar esta revuelta –que no revolución– sin precedente. Con un hombre más inteligente, pensante y menos arrogante en el poder, sería posible buscar un compromiso político, quizá maniobrar un poco con la Constitución para crear una vicepresidencia (que Mussavi no aceptaría), o incluso un puesto de primer ministro, que Mussavi ocupó durante la guerra Irán-Irak de 1980 a 1988.
¿Pero quién querría trabajar con Ahmadinejad? Son genuinos y bien recibidos sus esfuerzos para mejorar las condiciones de los millones de iraníes pobres, cuya existencia es paradójica en una nación con tanta riqueza petrolera. Fuera de eso, sus prostituidas dudas sobre el Holocausto judío, su tonta retórica sobre Israel y su insistencia en comparar la elección con un juego de fútbol no le interesan a nadie y es impensable que Mussavi pueda trabajar con una persona así de impredecible e inestable.
Los compinches de Ahmadinejad sostienen que algunos traidores causaron destrozos en la Universidad de Teherán, incluyendo computadoras –un acto sin explicación inteligente posible–, pero según la investigación realizada por un comité gubernamental los responsables fueron agentes vestidos de civil. Esto demuestra que el presidente Mahmud Ahmadinejad es un hombre muy solo.
* Desde Teherán. De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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