EL MUNDO • SUBNOTA › RODEADO POR UNA MULTITUD LLEGó HASTA LA FRONTERA, HABLó CON UN MILITAR Y SE VOLVIó A NICARAGUA
Mientras Zelaya esperaba una respuesta a su oferta de diálogo con la cúpula militar, del otro lado de la frontera miles de hondureños eran reprimidos en la ruta, a sólo unos kilómetros de allí. Micheletti extendió el toque de queda.
› Por María Laura Carpineta
Diálogo y paz. Esas fueron las dos palabras que el presidente hondureño Manuel Zelaya llevó ayer hasta la frontera entre su país y Nicaragua, en su segundo intento por volver a su tierra después del golpe de Estado que lo expulsó hace casi un mes. Llegó acompañado de asesores, aliados y amigos, sin policías o armas, pero se encontró con una frontera hondureña totalmente militarizada, con francotiradores, helicópteros y amenazas de detención. “Estamos dispuestos a sentar un precedente para que este golpe no se repita”, aseguró el mandatario después de poner un pie en Honduras y tener que retroceder. Mientras esperaba una respuesta a su oferta de diálogo con la cúpula militar, del otro lado de la frontera miles de hondureños eran reprimidos en la ruta, a sólo unos kilómetros de allí. Apenas un puñado de manifestantes logró escaparse por los montes, esquivar las barreras militares y sumarse al cortejo de Zelaya en Nicaragua. Al cierre de esta edición, el mandatario hondureño seguía esperando la respuesta de los militares y los zelayistas se preparaban para pasar otra noche en la ruta, bajo la mirada atenta de los fusiles.
Las caravanas arrancaron desde muy temprano en los dos lados de la frontera. Zelaya recorrió lentamente los pocos kilómetros que le quedaban para llegar a Esteli, la última ciudad nicaragüense antes de la frontera con Honduras, mientras que sus seguidores se largaron a la ruta no bien amaneció, con la esperanza de hacer los 100 kilómetros que separan a Tegucigalpa de la frontera antes que los militares. Zelaya llegó antes del mediodía (hora local) a la frontera, pero sus aliados se quedaron varados en el camino, presos de los siete retenes militares, instalados anteanoche en los últimos 20 kilómetros del recorrido.
Durante unos minutos parecía que Zelaya iba a cruzar la frontera, sin pensarlo demasiado. Rodeado de amigos y asesores que alejaban a todos los que no fueran periodistas, el mandatario hondureño caminaba resueltamente. La escena hacía recordar los finales triunfantes, en los que el héroe supera sus miedos y desafía el poder con una sonrisa, botas tejanas y un impecable sombrero al estilo western. La primera línea que cruzó fue la frontera nicaragüense. La gente estalló en aplausos, gritos y la emoción crecía.
“Estamos en Honduras”, gritaban al unísono las cientos de personas que acompañaban a Zelaya. El mandatario derrocado hace cerca de un mes había entrado en el territorio neutro que separa los dos países centroamericanos. A sólo unos metros de allí lo esperaban el puesto de control fronterizo hondureño y cientos de policías y militares armados hasta los dientes. Zelaya siguió avanzando y se detuvo cuando llegó a la cadena que marcaba la línea fronteriza de su país. Sonrió para las decenas de cámaras que lo apuntaban, levantó la pequeña cadena y puso un pie sobre su tierra natal por primera vez en 26 días. La pequeña multitud detrás suyo gritaba extasiada.
Era el final esperado, pero Zelaya no dio un paso más. Allí, a apenas centímetros del final del territorio hondureño, lo recibió el teniente coronel Luis Ricarte. Hablaron, amablemente, unos minutos. Volvieron a estrechar sus manos y, por primera vez en el día, Zelaya retrocedió.
“Pedí hablar con el Estado Mayor. Quiero entrar en Honduras, pero sin violencia”, explicó a su gente y se preparó para una larga espera. Aprovechó para dar entrevistas y charlar con el canciller venezolano Nicolás Maduro, que ayer lo acompañó en su jeep blanco en la mayoría del trayecto.
Cada media hora daba un parte. “He tenido tres llamadas de miembros asesores cercanos al Estado Mayor y están haciendo las comunicaciones con el fin de garantizar la paz”, informó entrada la tarde. Con el pasar de las horas, la información se volvía cada vez más confusa. Mientras Zelaya repartía sonrisas y contagiaba su optimismo, desde Honduras las noticias eran desalentadoras.
El gobierno de facto de Roberto Micheletti realizó una manifestación masiva en San Pedro Sula, la segunda ciudad del país, y ratificó la orden de detener a Zelaya no bien entre en el país; lo mismo hizo el jefe de la Policía Nacional más tarde. Los únicos que guardaron silencio fueron los comandantes de las fuerzas armadas. Pero aún con esa ambigüedad, las órdenes se cumplían sin grises en la zona fronteriza hondureña.
Al mediodía Micheletti dio la orden de adelantar el toque de queda 12 horas en la zona fronteriza, es decir de la medianoche al mediodía. “Nos agarró de sorpresa; no podíamos hacer otra cosa que seguir caminando”, explicó a este diario Gregorio Baca, dirigente de Unificación Democrática, el único partido político que apoyó a Zelaya en el Congreso hasta el día del golpe.
Baca y otros 600 manifestantes estaban anoche varados a unos kilómetros de la frontera con Nicaragua a la altura de la ciudad de Danlí. Detrás suyo, contó vía telefónica, hay cerca de un kilómetro y medio de autos y camiones a la espera de la luz verde de los militares, que nunca va a llegar. “La orden de Micheletti es impedir el paso a cualquier costo. Esperamos que el ejército se reúna y decida a favor del país. La situación es muy crítica, parece que hay francotiradores apostados a lo largo de la ruta, apuntándonos”, explicó el líder campesino Rafael Alegría.
A diferencia, del lado nicaragüense de la frontera, donde las cámaras siguen el minuto a minuto, poco se conocía ayer lo que sucedía del lado hondureño. Los manifestantes denunciaron dos heridos graves, varios leves y 120 detenidos en las ciudades de Danlí y Paraíso, las dos más cercanas a la frontera.
En diálogo con Página/12, Alegría, uno de los miembros de la delegación que negoció en nombre de Zelaya en la segunda ronda en Costa Rica, aseguró que le aconsejaron al presidente no cruzar la frontera. “Primero tiene que llegar la gente. Si no lo acompañan muchas personas, lo más seguro es que lo detengan”, señaló. Los zelayistas decidieron quedarse en la ruta y esperar el tiempo que sea necesario hasta reencontrarse con su líder elegido en las urnas.
“La posibilidad de una vuelta pacífica del presidente Zelaya está en las manos de las fuerzas armadas y nadie más. La única fuerza que tiene el gobierno de Micheletti son las fuerzas armadas, sin ellas toda la pesadilla que vivimos este mes se cae en cinco minutos”, aseguró Alegría, parado frente a cientos de policías y soldados, intentando mantener viva la esperanza.
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