EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
La explicación oficial (el presidente Manuel Zelaya cayó casi de improviso en la embajada de Brasil en Tegucigalpa) suena naïve. Pero aún si se la acepta (el olfato indica que el acuerdo era previo) es llamativo el compromiso que tomó el presidente Lula da Silva con su colega constitucional hondureño. El vigor de su intervención es proporcional a la gravedad que asigna al caso. Su acción es heterodoxa, su fundamento racional. Es conspicuo el nivel de profesionalidad de la Cancillería brasileña. Y hay consenso extendido acerca de las dotes de Lula da Silva, un líder nacional y regional de enorme altura. Cerca del final de su segundo mandato goza de una altísima popularidad en su país y una enorme reputación fuera de ella. Ha consolidado a Brasil como potencia mundial y regional. La continuidad de la política exterior brasileña es proverbial, su salida no la tronchará..., pero las personalidades dejan su marca. El cronista supone que muy pronto, cuando el referente petista ya no esté, la región, la Argentina y el mismo escriba lo van a extrañar.
Sin apearse de su tono sereno y su discurso bien modulado, el brasileño juega fuerte. No es la primera vez que su acción internacional trasciende el jogo bonito y se interna en terreno barroso, sin certeza acerca de las consecuencias inmediatas. Así fue cuando su asesor estrella Marco Aurelio García viajó a Bolivia acompañado por Eduardo Sguiglia en representación del gobierno argentino, a fin de cimentar la salida electoral a la sangrienta crisis provocada por el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Reincidió cuando el peripatético Marco Aurelio se internó en la selva colombiana para participar en la liberación de Ingrid Betancourt. La primera jugada salió muy bien, quizá mejor de lo esperado, remató en el amplísimo triunfo de Evo Morales en las presidenciales. En Colombia, el trámite fracasó, cuanto menos transitoriamente.
El régimen de facto hondureño parece inviable en el mediano plazo. Una nación pequeña, para nada condenada al éxito y con nulas perspectivas de “vivir con lo nuestro” es un mal prospecto de supervivencia si su gobierno recibe un aislamiento internacional machazo. Como jamás antes en la cruel historia del patio trasero, ningún Estado reconoció al presidente golpista. Pero el desenlace dista de ser automático en el corto plazo, signado por la radicalización del gobierno usurpador, la presencia de tropas en las calles, el toque de queda y el estado de sitio.
Claro que algo “había que hacer” para alterar la inercia pro golpista: la coyuntura, tres días atrás, pintaba fatal para el régimen constitucional. El transcurso del tiempo conspiraba contra Zelaya, su retorno cambia las coordenadas en un escenario abierto a muchas alternativas, que desautorizan vaticinios y sólo dejan pie a conjeturas.
Es patente que Lula da Silva considera que el caso es crucial, habilitando (o imponiendo) movidas plenas de tensión. Hace casi un siglo Lenin le enmendó la plana a Marx, explicando que el socialismo podía emerger en el eslabón más débil del sistema capitalista. Muchos presidentes de este Sur advierten hoy que Honduras puede ser el eslabón débil de una cadena digna de sostén: la inédita coexistencia de regímenes democráticos populares que garantizan sustentabilidad al vecindario.
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Hace pocas décadas la política exterior argentina estaba signada por la paranoia y una deformada imagen corporal. Aquélla se extasiaba con hipótesis de conflicto contra países limítrofes. Esta se obsesionaba en suponerse pares de Brasil. Las disfunciones empezaron a corregirse desde los albores del mandato de Raúl Alfonsín. Siguieron mejorando hasta hoy. Los Kirchner comprendieron, a poco de andar, que Lula era un aliado ideal y que el lugar de Argentina era acompañarlo. Disipada cierta suspicacia inicial, Néstor Kirchner actuó de consuno con él en el desendeudamiento con el FMI, en Haití, en la Cumbre marplatense que le dijo “no al ALCA”. Cristina Fernández perseveró en la correcta doctrina, en las cumbres del Grupo Río y de Unasur que promovieron acciones concertadas en el conflicto entre Colombia y Ecuador, tanto como en el salvaje levantamiento de la rosca separatista boliviana contra el gobierno de Evo Morales.
Ese comportamiento sistémico constituye a Argentina en garante de la paz y la democracia regionales. Un factor común los une, también percibido por otros presidentes, es la derecha la que intenta golpes acá o allá (Bolivia, Venezuela, Honduras), mientras los regímenes populistas o sedicentes socialistas (aún los más radicales) eligen someter su revalidación al veredicto electoral.
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Es un dato que subsisten en Estados Unidos agencias estatales, funcionarios y políticos relevantes empáticos con Micheletti, sus métodos y sus objetivos. Puede discutirse si el presidente Barack Obama, que no concuerda con ellos, hace todo lo que puede por defender el sistema democrático hondureño. Es un debate espinoso, siendo evidente que la política exterior norteamericana no puede girar ciento ochenta grados y que Obama es (en el mejor de los casos) lo más avanzado que puede dar hoy su país pero no un revolucionario. También es innegable que la conducta de la administración Obama frente al golpe difirió de lo que fue moneda corriente en épocas pasadas. No lo motorizó, no lo apoyó. Ayer mismo, Obama conferenciaba sobre el cambio climático, mientras el Departamento de Estado hacía apelaciones a la paz y la contención sin mover un dedo a favor del usurpador.
El cambio es pausado y parcial, pero abre algunas perspectivas. Claro que la suerte de nuestras naciones depende de sus propias acciones, lo que explica y resalta la decisión de Lula. El momento en que se tomó, concomitante con la Asamblea General de las Naciones Unidas, le da una resonancia especial.
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Las comunicaciones se cortan, los aeropuertos se cierran. Mel Zelaya y su esposa Xiomara Castro (que sabe un montón, micrófono en mano) se explayan a través de radios y programas de tevé de todo el mundo. Telesur consigue imágenes inigualadas desde Tegucigalpa. La CNN en español dispensa un trato institucional al presidente legal de Honduras. José Miguel Insulza hace lo mejor que puede para mantener a flote a la enclenque Organización de Estados Americanos (OEA), en lo que quizá sea su última chance de hacer algo útil. Los cancilleres, reunidos en Nueva York al cierre de esta nota, elaboran un enésimo documento de repudio conjunto.
La ruptura del orden institucional se despliega en un cuadro distinto, con ingredientes que sorprenden a quienes vivimos instancias más convencionales. Hay resquicios de esperanza, un protagonismo encomiable de los presidentes de naciones hermanas, los medios muestran la brutalidad y la torpeza de los golpistas. Pero nada es nuevo del todo: el fantasma de la derecha brutal sigue latente, ahora en un eslabón débil de la cadena, con un presidente constitucional que parece salido de Macondo. Consultados por este cronista varios diplomáticos de Argentina y países cercanos, ninguno creía que Micheletti fuera tan torpe y suicida de violar la extraterritorialidad de la embajada brasileña pero ninguno apostaba una cena por ese pálpito.
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