EL MUNDO
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“Iremos aunque haya sangre”
Por Juan Jesús Aznárez
Desde Caracas
La oposición venezolana prepara en secreto la temida marcha sobre el Palacio de Miraflores, para no alertar al gobierno y porque discrepa sobre el formato de una baza de cruentas reminiscencias. La desarrollada el pasado 11 de abril causó 19 muertos y el derrocamiento de Hugo Chávez durante 47 horas. El objetivo es forzar su renuncia o las elecciones anticipadas. “Por razones estratégicas no puedo opinar sobre la organización de una acción que se prepara milimétricamente”, dijo ayer Eduardo Mendoza, gobernador del estado de Miranda.
“Hay que ir, cueste lo que cueste, aunque haya sangre”, apremia el flanco temerario de la oposición. Sólo el despeñadero y una nueva catarsis, porfían los más osados, expulsará al presidente, a punta de bayoneta o cediendo en la mesa de negociación presidida por César Gaviria, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). Las diarias marchas y contramarchas de oposición certifican la vigencia de la plena libertad de expresión, según subraya el gobierno, con cierta sorna. Pero la civilizada convivencia puede concluir. El 11 de abril, cientos de miles de enardecidos opositores cambiaron el rumbo previsto, en repuesta a las arengas de una tarima y fueron hacia Miraflores. La refriega a tiros en accesos desató el golpe castrense que defenestró a Chávez, posteriormente sofocado. El gobierno sabe de la gran apuesta. “El pueblo está en las calles en defensa de su democracia, del gobierno y en contra de los golpistas”, advirtió el ex ministro del Interior y Justicia Ramón Rodríguez Chacín, “halcón” del oficialismo. Otros también lo han hecho, entre ellos el alcalde Freddy Bernal, activista de los “Círculos Bolivarianos”. “Tomaremos las azoteas y los edificios para evitar francotiradores. Saturaremos la vigilancia de la Guardia Nacional, con cinco mil hombres si es preciso.” Pero todo es posible en un país donde la pistola y la pasión pueden imponerse a las barreras y a la cordura. El negociador Américo Martín fue ayer inflamado y premonitorio tribuno durante un acto de reafirmación huelguista. “Si se niegan a darnos una salida electoral pacífica y constitucional, si se empeñan en bloquear todos los caminos de la legalidad y de la paz –advirtió–, si obstruyen toda posibilidad de que el pueblo venezolano se cuente (vaya a elecciones), conducirán a Venezuela a una carnicería. Pero ellos no saldrán indemnes de esa carnicería. Serán sepultados, serán arrastrados por la violencia popular.” El gobierno dice que “buscan la violencia para atraer a los militares, pero los militares están con la Constitución”. Los extremos convergen peligrosamente. La “comandante” Lina Ron convocó a la vigilia patriótica. “Al pueblo caraqueño, al pueblo de los cerros, a ustedes tierruos cerreros (marginales) –dijo–. A mis camaradas, mis indigentes, mis recogelatas, mi pueblo, mis prostitutas, mi pobre gente que ha sido tan, tan ofendida, tan denigrada, tan aporreada (...) Vamos a celebrar la ‘chavidad’, no la Navidad, porque la Navidad se la cogieron estos señores.”
Desde el lado opuesto, el historiador Jorge Olavarría admitió en un programa de radio el callado anhelo de los otros jefes militares dados de baja por su participación en el golpe de abril, por encabezar la gran manifestación con bandas y charreteras. Esa falange castrense en rebeldía, agregó, tiene que constituirse en la punta de lanza hacia Miraflores, cabezas de fila de una masa susceptible de ser carne de cañón y la espoleta de una intervención de las fuerzas armadas contra la presidencia del ex teniente coronel.
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