Sáb 05.06.2010

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINIóN

Manchas

› Por Washington Uranga

Las “manchas”, del más diverso tipo ganaron las primeras planas noticiosas en los últimos días. Una de las más prominentes es la ocasionada por el derrame de petróleo en el Golfo de México, que se sigue expandiendo y amenaza con convertirse para el presidente Barack Obama en algo peor que lo que fue el huracán Katrina y sus consecuencias para su antecesor George Bush. Podría decirse mucho sobre la virtual declaración de derrota del mandatario estadounidense cuando admite que no tiene medios y recursos para detener el desastre ecológico. El poderoso Estado norteamericano es incapaz de poner límite a los perjuicios causados por una empresa privada que, en busca de maximizar sus ganancias, tampoco se preocupó antes de estimar los riesgos y prevenir las medidas necesarias ante la posibilidad de una catástrofe de este tipo. No es la derrota de los Estados Unidos o de Obama en particular, sino un nuevo retroceso de la humanidad frente a la voracidad capitalista que sólo repara en la superexplotación irracional de los recursos naturales y que se nos suele presentar como “desarrollo”. El filósofo francés Edgar Morin escribió ya en el 2002 que “el desarrollo, incluso en su forma suave de desarrollo sostenible, consiste en seguir la vía que conduce al desastre”, y sostuvo sin vueltas que “hay que cambiar de vía para un nuevo comienzo” (en Morín, E., ¿Hacia el abismo?, Paidós, Buenos Aires, 2010). Tal como lo señala el analista francés, lo que está en tela de juicio es el modelo de desarrollo, y con ello la racionalidad y los equilibrios que la sociedad internacional necesita para su propia sobrevivencia. Y para este fin es evidente que no funcionan los organismos y los espacios internacionales, incluso aquellos que se adjudican la gobernanza global. En primer lugar porque el sistema internacional está viciado en sus bases: no todas las opiniones valen lo mismo ni hay condición alguna de igualdad entre los estados. Basta con advertir lo que pasa en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, actuando como un mecanismo permanente de legitimación de los abusos de los poderosos y sus aliados. Pero también en situaciones que nos atañen más directamente, como la acción abusiva de Gran Bretaña en las aguas de Malvinas. ¿Acaso alguien piensa que el pronunciamiento formal, mayoritario, recurrente y reiterado de los distintos foros internacionales a favor de la reapertura de las negociaciones por la soberanía del archipiélago entre argentinos y británicos producirá algún cambio en la posición de Londres? Pensar que ello puede ocurrir sería tan ingenuo como sostener la presunta neutralidad de Estados Unidos, en 1982 y ahora, en esa disputa.

No habría que desconectar totalmente estos episodios de lo ocurrido frente a Gaza por la irracional acción de las fuerzas armadas israelíes contra la flota de barcos encabezados por el Mavi Marmara. Es una mancha de otro tipo. Aun corriendo el riesgo de equivocación –por la distancia y las múltiples mediaciones que tiene la noticia–, casi se podría decir que la condición de “partidarios violentos del terrorismo” que Benjamin Netanyahu pretende adjudicarles a los participantes de la llamada “flota humanitaria” es un nuevo exceso verborrágico para ocultar los errores propios. Y que las armas que los israelíes denuncian que estaban a bordo de los barcos repletos de ayuda humanitaria para Gaza son tan inexistentes como las “armas químicas” que los norteamericanos usaron de pretexto para arrasar Irak y acabar con Saddam Hussein. Estados Unidos, igual que en el caso anterior pero ahora claramente a favor de sus intereses en la región, declaró también su “impotencia”: se “lamentó” por las víctimas, pero no condenó a Israel. Faltó decir que “el fin justifica los medios”, como sí lo dicen de diferentes maneras muchos representantes del Estado israelí.

En todo caso, el pueblo palestino de Gaza no puede seguir siendo otra víctima inocente del conflicto árabe-israelí. Partiendo de la condena a cualquier tipo de terrorismo, está ciertamente demostrado que el uso de la fuerza irracional, tampoco por parte de los estados, no es una vía para alcanzar la paz duradera.

Las dos manchas se conectan por un cordón umbilical: la política imperialista de los poderosos. Que son estados o empresas o una combinación de ambos. Que se expresan política y económicamente. Y que tienen como víctimas a pueblos, grupos y comunidades que son rehenes de las decisiones del poder y de sus ambiciones. Situación que sólo es posible modificar a través de una nueva forma de relaciones internacionales en las que reine una ciudadanía democrática planetaria. ¿Mirada ingenua o utópica? Seguramente tan ingenua como utópica, pero imprescindible para evitar más manchas que conduzcan a más catástrofes. Habrá que construir entonces la viabilidad para un mundo con relaciones diferentes. Es tarea de todos. Morin dice en el mismo texto citado anteriormente que “tomar conciencia de los peligros puede ser un golpe de efecto para encaminarse en la vía de la sabiduría” y que “la vía de la sabiduría requiere una toma de conciencia capital de la solidaridad humana y el destino de una comunidad planetaria” (pág. 112). Ojalá que así sea.

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