EL MUNDO • SUBNOTA
› Por Martín Granovsky
Entre la fundación del Partido de los Trabajadores en 1980 y la asunción de Lula como presidente pasaron sólo 23 años. Además de dirigente de los metalúrgicos de San Pablo, Lula fue diputado federal, candidato a gobernador de San Pablo y cinco veces candidato a la Presidencia. Perdió las primeras tres veces y ganó en las dos últimas, en 2002 y en 2006.
–En 1982 fui candidato a gobernador de San Pablo –cuenta Lula mientras toma su segundo café y se le dibuja una sonrisa–. Salí cuarto. Me aplastaron. Con un millón doscientos cincuenta mil votos, me sentía el más insignificante de los seres humanos. ¡Y la propaganda del partido! ¡Qué locura! Aparecía una voz en off y decía esto: “Luiz Inácio Lula da Silva. Ex sastre. Ex tornero mecánico. Ex sindicalista. Ex preso político. Un brasileño igualito a vos”. Y había otro: “Altino Dantas, hijo de general, condenado a 96 años de cárcel”. O éste: “Athos Magno: secuestró un avión”. Parecía un prontuario, no una campaña política... Bueno, la cuestión es que me puse muy triste cuando perdí la gobernación con Franco Montoro. Y un día, de viaje por Cuba, hablando con Fidel, me preguntó: “Lula, ¿ya pensaste si hay otro lugar del mundo en que un obrero haya sacado un millón doscientos cincuenta mil votos? No hay. Así que tenés que darte cuenta de algo: tu votación fue estupenda”. En ese momento me di cuenta de que mi derrota había sido una victoria. En las presidenciales de 1989 saqué más del 40 por ciento en la segunda vuelta. Pensé que era posible que consolidáramos la democracia en América latina. Me acuerdo de una reunión de junio de 1990, en San Pablo, cuando nos juntamos en el Hotel Danubio las izquierdas de América latina. Convocamos a todos los partidos de izquierda. De la Argentina vinieron cuatro o cinco. De la República Dominicana 10 o 12, porque algunos grupos tenían dos o tres afiliados. Recuerdo que cuando hablaban entre ellos, lo único que unificaba a los argentinos era Maradona, porque en ese momento la Argentina jugaba el Mundial del ’90. Después vino el Foro de San Pablo. Nos reunimos muchas veces. Hoy, muchos de los partidos que participaron están en el poder. Hasta en El Salvador. Al principio no aceptábamos a Hugo Chávez. Era golpista. Hoy él, como el resto, está democráticamente en el gobierno. Por eso el valor que le doy a la democracia. ¿Cómo hubiera sido posible que un indio llegase a la presidencia de Bolivia sin participación popular? Esa es la revolución. La de Evo Morales, la de Nelson Mandela en Sudáfrica, la que me llevó a mí a la Presidencia en Brasil, la que llevó a Barack Obama en los Estados Unidos. No es poca cosa que los norteamericanos hayan votado a un negro para la presidencia. Primero hubo una revolución en el Partido Demócrata. Obama le ganó las elecciones a una rubia de ojos azules. No tengo nada contra las mujeres de ojos azules, ¿eh? Los de mi esposa son así. Después Obama ganó en el pueblo norteamericano. Entonces, Obama no necesita hacer demasiado. Solo tener la osadía que el pueblo norteamericano demostró al votarlo.
–Usted habla cada tanto sobre los grandes medios. ¿En algún momento usó la expresión “prensa golpista”?
–No, no. No uso la palabra “golpismo”. Ahora, para entender bien lo que pasa hay que seguir a la prensa brasileña y ver lo que intentaron hacer en 2005. Es que no estaban habituados a un gobierno así, porque la elite brasileña obligó en 1954 al presidente Getúlio Vargas a suicidarse. Es importante recordar que decían que Juscelino (Kubitschek) no podía ser presidente. Que no podía ser candidato. Que si era candidato, no debía ganar. Que si ganaba, no debía asumir. Y que si asumía, no debía poder gobernar. Lo decían en 1955. Esa elite es la misma de hoy. A veces no está representada por los más viejos sino por otros más nuevos, que no solo heredaron su patrimonio. En algunos casos también heredaron el mismo comportamiento y la misma postura política. Es un dato objetivo. Son los que llevaron a João Goulart a renunciar y luego defendieron el golpe militar. Bien, cuando llegué a la Presidencia esa elite pensó: “Vamos a respetar la democracia y vamos a dejar que este obrero llegue”. El obrero llegó. Ellos creían, e hinchaban por eso, que yo sería un fracaso total y absoluto, y que la izquierda y su obrero metalúrgico sucumbirían ante la incapacidad de gobernar el país. ¿Y qué pasó? Que el obrero empezó a hacer más que ellos. Entonces se pusieron nerviosos.
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