Jue 25.11.2010

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINIóN

Días de guerra, la escalada narco en Río de Janeiro

› Por Eric Nepomuceno *

Las acciones del narcotráfico en Río y ciudades vecinas ganaron una grave dimensión desde el sábado pasado y ayer alcanzaron su auge. En menos de una jornada (o sea, de las once de la noche del martes a las cinco de la tarde del miércoles), 22 vehículos (coches, buses y un camión) fueron atacados e incendiados, cuatro puestos de la Policía Militar fueron ametrallados y la respuesta de la policía provocó 22 muertos. Hubo por lo menos 25 detenciones el miércoles. Considerables cantidades de droga y armas fueron aprehendidas. Esa cuenta, vale reiterar, corresponde a las seis de la tarde de ayer. Hubo acciones en la noche, por la madrugada, a plena luz del sol.

Antes, entre domingo y lunes, otros ocho coches fueron incendiados, hubo al menos dos muertos y tres ataques a puestos policiales. Si la cuenta se extiende un poquito más –hasta el viernes de la semana pasada—, el total de vehículos incendiados (entre automóviles, vans e buses) supera la marca de la treintena. Los presos, 150.

Es la respuesta contundente –y asustadora– de dos bandos del narcotráfico en Río y sus alrededores, los hasta ahora rivales del Comando Rojo y Amigos de los Amigos. Para presionar al gobierno del estado contra la política de ocupación de favelas, con las Unidades de Policía Pacificadora, e intentar forzar algún tipo de negociación, los bandos dejaron disputas de lado y se unieron para ataques en diversos puntos de la ciudad y de municipios vecinos, de los barrios ricos de la zona sur a las pobladas y suburbios, con preferencia por las principales vías de acceso a Río. Quien viene de San Pablo por la carretera que une las dos mayores ciudades de Brasil es advertido para no viajar después de las ocho de la noche. Lo mismo pasa con quienes llegan desde Minas Gerais, por otra importante carretera. La advertencia está en las emisoras de radio, que relatan ataques de bandos armados que se lanzan en acciones relámpago.

Todo empezó hace dos meses, con acciones concentradas inicialmente en los barrios ricos de la ciudad. Como una especie de ola que crece sin aviso previo, sacudió a toda la población desde el pasado fin de semana. Ayer, el efectivo total de la Policía Militar fue puesto en “estado de alerta”, ya que los fuertes enfrentamientos con narcotraficantes fueron suficientes para controlar la situación.

En un gran conglomerado de favelas de los cerros que circundan el viejo barrio de Penha, en la zona norte de Río –región de gente modesta—, los tiroteos de la mañana del martes se extendieron hasta mediados de la tarde y luego cesaron sin explicación. La balacera recrudeció en la tarde de ayer. Casi a la misma hora, a muchos kilómetros de distancia, en el pacato y elegante barrio de Cosme Velho, en la privilegiada zona sur, ráfagas de ametralladoras y fusiles de calibre respetable disparados al azar rompieron la rutina e impusieron un clima de pavor. Son acciones claramente intimidatorias. Los vehículos fueron incendiados luego de que sus ocupantes fuesen invitados a bajar y correr.

Para especialistas en seguridad urbana, la ola de violencia es el precio que la sociedad paga a raíz de la fuerte represión al tráfico de drogas y a la ocupación de las favelas. Además, otra razón es la transferencia de varios cabecillas del narcotráfico de presidios de Río para cárceles federales de máxima seguridad, en estados distantes.

Los especialistas recomiendan que la política de implantación de puestos policiales permanentes en las favelas (con la consecuente expulsión del narco) sea intensificada y que se retome la ocupación de otras comunidades, aunque sin la instalación de Unidades de Policía Pacificadora.

Varios juristas, a su vez, reiteran severas críticas al sistema penitenciario brasileño. Es que los cabecillas detenidos siguen controlando sus bandos desde la cárcel, a través de órdenes enviadas por familiares y sus propios abogados. Gracias a una estructura carcelaria ineficaz y altamente corrupta, desde los grandes conglomerados penitenciarios de Río se diseñan estrategias como la actual, para intentar forzar al gobierno a negociar una tregua o a retroceder.

Hay indicios de que, por más que dispongan de munición (y efectivos) para mantener ese clima de terror por varios días, los grupos están debilitados desde que se implantaron las Unidades de Policía Pacificadora en favelas que eran grandes distribuidoras de drogas. La jerarquía de los narcos se puso a salvo, pero no el grueso de sus tropas, que se quedaron sin fuente de ingresos y sintiéndose humilladas por la acción del Estado. Así, desde las cárceles esas tropas fueron movilizadas y siguen bajo control de los comandos.

* Periodista y escritor.

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