EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Santiago O’Donnell
La wikiguerra empezó el día que un soldado asignado al área de inteligencia del Ejército llamado Bradley Manning sacó información de una red que compartían 500.000 empleados del gobierno de Estados Unidos, y esa información llegó a Wikileaks, un sitio fundado por un ex hacker que se dedica a publicar documentos secretos. Entre los cientos de miles de cables sustraídos por Manning había documentos sobre las guerras de Irak y Afganistán y, como ninguna guerra es prolija, la información dejaba mal parado al gobierno estadounidense. También había cables diplomáticos llenos de opiniones positivas y negativas sobre distintos hechos y personas, salpicados con jugosos detalles desconocidos. Las opiniones negativas, miles y miles de ellas, y los datos desconocidos, justamente porque lo que no se dice en público suele ser lo más comprometedor, dejaban mal parado al gobierno de Estados Unidos.
Para responder a esta amenaza el gobierno hizo dos cosas. Por un lado bajó línea a través de sus voceros autorizados de que la información era puro chisme y ordenó a los demás empleados no hablar del tema. Por el otro, el Pentágono contrató a una importante firma de abogados/lobbystas y a una reconocida consultora de seguridad que es una de las principales contratistas de sus fuerzas armadas y la agencia de inteligencia, para atacar a Wikileaks.
La consultora de seguridad a su vez subcontrató para distintas tareas a un grupo de empresas especializadas en cibercrimen de alta tecnología. Esas empresas presentaron planes. Por ejemplo, lanzar una campaña de desinformación filtrando documentos truchos de Wikileaks y después denunciándolos. O trabajar las redes sociales para averiguar información sensible sobre los miembros de Wikileaks, para explotar sus debilidades. O perseguir a todas las personas que le hacen donaciones a Wikileaks, porque las transacciones financieras son más fáciles de rastrear.
“¿Y cómo sabemos todo eso? Porque Wikileaks tiene un aliado. En realidad tiene el apoyo de toda la cultura pirata de Internet, miles y miles de militantes del cyberanarquismo que se unieron primero para defender la bajada de música, después libros, cine, deportes y ahora secretos. Pero puntualmente Wikileaks tiene el inestimable apoyo de un grupo de hackers que velan por la libertad en la web llamado Annonymous. Estos hackers tienen fama de poder atacar cualquier sistema informático que se proponen. Cuando Visa, MasterCard y Paypal cerraron sus cuentas para procesar donaciones a Wikileaks, Annonymous lanzó un ataque cibernético devastador en contra de esas empresas.
Bueno, resulta que una de las empresas subcontratadas para atacar a Wikileaks tenía un presidente al que le gustaba hablar demasiado. En una entrevista dijo que no le resultaría difícil penetrar la organización de Wikileaks, y que de hecho ya lo había logrado con Annonymous, y que ya había identificado a los líderes del grupo de hackers.
Annonymous respondió con un comunicado. Dijo que este señor había querido robarse la miel y al hacerlo había alterado la colmena y que ahora las abejas lo iban a picar. Al mismo tiempo subió a la web un archivo completo con todos los e-mails y documentos internos de la empresa y un motor de búsqueda para facilitar las cosas. A través de esos mails y documentos nos enteramos de la ofensiva del Pentágono para ganar la wikiguerra.
Mientras tanto, Manning sigue preso en una cárcel militar de Virginia. Lo habían acusado de robar secretos del gobierno o algo así, una felonía castigada con no más de cinco años de cárcel. En realidad, esos cargos eran una excusa para ganar tiempo, La semana pasada le sumaron los cargos de espionaje y colaboración con el enemigo, delitos penados con la muerte, aunque el fiscal aclaró que no va la pena capital. Lo que buscan, además de una pena ejemplificadora para Manning, es que el soldado entregue a Julian Assange, el fundador de Wikileaks. Los estadounidenses todavía no saben cómo los documentos de Manning llegaron a Wikileaks.
Pero para condenar a Manning de traición, aun con toda la presión del gobierno para que así sea, la fiscalía la tiene muy cuesta arriba. Encontrar el vínculo entre Manning y Assange sería apenas un primer paso. Después hay que demostrar que Wikileaks es un enemigo. Ahí se chocan con los grandes medios y el lobby por la libertad de expresión. Porque Assange no robó nada. Hizo algo que siempre hicieron los medios: publicar información secreta.
Por eso lo buscan por crímenes sexuales, en un caso muy raro en el que el supuesto crimen ocurrió en medio de relaciones consensuadas. La semana pasada la Justicia británica aceptó el pedido de Suecia y ordenó su extradición en los próximos días.
Los cables siguen dando la vuelta al mundo y cada vez más medios los usan. El relato del embajador de la vida corrupta del dictador tunecino disparó un alzamiento que se extendió a toda la Península Arábiga, derrocando o poniendo en peligro a un importante número de aliados no democráticos que Estados Unidos tiene en la región.
Las últimas noticias dicen que la Cámara de Comercio de Estados Unidos y el Bank of America se sumaron a la Wikiguerra del Pentágono con recursos propios después de que Assange le dijera a la revista Forbes que tenía una información que podría hacer caer a “un importante banco americano”.
Para completar el panorama, el diario británico The Guardian y el estadounidense The New York Times, los dos medios que más se beneficiaron con las revelaciones de Wikileaks, publicaron a principios de año sendos perfiles del fundador de Wikileaks en que describen a Assange como un paranoico perseguido, sin mencionar, al menos en esos perfiles, los planes del Pentágono para acabar con él.
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