EL MUNDO
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No al antiamericanismo
Por Michael Hardt *
Hay un nuevo antieuropeísmo en Washington. Por supuesto, Estados Unidos tiene una larga tradición de conflicto ideológico con Europa. El viejo antieuropeísmo generalmente protestaba contra el inmenso poder de los Estados europeos, su arrogancia y sus tentativas imperialistas. Hoy, sin embargo, esta relación se ha invertido. El nuevo antieuropeísmo está basado en la posición de poder actual de Estados Unidos y protesta contra el hecho de que los Estados europeos no apoyen sus proyectos.
El punto más inmediato para Washington es la falta de apoyo para los planes estadounidenses en Irak. Y la principal estrategia de Washington en las últimas semanas ha sido dividir y conquistar. Por un lado, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, con su habitual y descarada condescendencia, llamó a las naciones europeas que cuestionaron el proyecto norteamericano, fundamentalmente Francia y Alemania, “la Vieja Europa”, descartándolas como irrelevantes. La reciente carta en el Wall Street Journal en apoyo al esfuerzo bélico de Estados Unidos, firmada por Tony Blair, Silvio Berlusconi y José María Aznar, muestra el otro lado de la división.
En un contexto más amplio, el proyecto entero del unilateralismo norteamericano, que se extiende mucho más allá de la guerra que viene en Irak, es en sí necesariamente antieuropeo. Los unilateralistas en Washington están asustados con la idea de que Europa, o cualquier otro grupo de países, pudiera competir con su poder en términos equivalentes. (El valor ascendente del euro con respecto al dólar contribuye, por supuesto, a la percepción de dos bloques de poder potencialmente iguales.) Bush, Rumsfeld y los de su clase no aceptarán la posibilidad de un mundo bipolar. Ya dejaron eso atrás con el fin de la Guerra Fría. Cualquier amenaza al orden unipolar debe ser destruida. El nuevo antieuropeísmo de Washington es realmente una expresión de su proyecto unilateralista.
En correspondencia en parte con el nuevo antieuropeísmo norteamericano, hay hoy en Europa y otras regiones del mundo un antiamericanismo creciente. En particular, las protestas coordinadas la semana pasada contra la guerra estuvieron animadas por varios tipos de antiamericanismos, y esto es inevitable. El gobierno de Estados Unidos no ha dejado duda alguna de que es el autor de esta guerra, por lo que protestar contra la guerra es, inevitablemente, protestar contra Estados Unidos.
De todos modos, este antiamericanismo, que es ciertamente justificable, es una trampa. El problema es que no sólo tiende a crear una visión unificada y homogénea de Estados Unidos, oscureciendo los amplios márgenes de disenso en la nación, sino también tiende, imitando al nuevo antieuropeísmo norteamericano, a reforzar la noción de que nuestras alternativas políticas residen en las naciones más grandes y los bloques de poder. Contribuye a la impresión de que, por ejemplo, los líderes de Europa representan nuestro principal camino político: la alternativa moral y multilateralista contra los norteamericanos belicosos y unilateralistas. El antiamericanismo de los movimientos antibelicistas tiende a cerrar los horizontes de nuestra imaginación política y nos limita a una visión bipolar (o peor, nacionalista) del mundo.
Los movimientos de protesta contra la globalización fueron muy superiores a los movimientos antibelicistas a este respecto. No sólo reconocen la naturaleza compleja y plural de las fuerzas que dominan hoy la globalización capitalista –por supuesto los estados-nación dominantes, pero también el FMI, la Organización Mundial de Comercio, las grandes corporaciones, etcétera–, sino que imaginaron una globalización democrática y alternativa que consiste en los intercambios plurales a través de las fronteras nacionales y regionales basados en la igualdad y la libertad.
En otras palabras, uno de los grandes logros de los movimientos de protesta contra la globalización ha sido poner fin a un pensamiento de lapolítica como una competencia entre naciones y bloques de naciones. El internacionalismo ha sido reinventado como una política de conexiones de redes globales con una visión global de futuros posibles. En este contexto, el antieuropeísmo y el antiamericanismo no tienen más sentido.
Es desafortunado pero inevitable que muchas de las energías que han sido activas en las protestas contra la globalización hayan sido ahora, al menos momentáneamente, redirigidas contra la guerra. Necesitamos oponernos a esta guerra, pero también ver más allá y evitar caer en la trampa de su estrecha lógica política. Mientras nos oponemos a la guerra, debemos mantener la visión política expansiva y los horizontes abiertos logrados por el movimiento contra la globalización. Podemos dejarle a Bush, Chirac, Blair y Schroeder el cansado juego del antieuropeísmo y el antiamericanismo.
* Profesor de Literatura de la Universidad de Duke (Estados Unidos) y coautor con Antonio Negri de Imperio.
De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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