EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Juan José Tamayo *
Desde Madrid
La visita de Benedicto XVI a España desde hoy hasta el 21 de agosto con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), nueve meses después de la realizada a Santiago de Compostela y Barcelona, demuestra la importancia estratégica que el Papa concede a España en el conjunto del catolicismo mundial para el desarrollo de su programa de restauración de la cristiandad.
El viaje de noviembre pasado no logró el objetivo previsto, que era la presencia multitudinaria en torno de la figura del Papa como baluarte de un catolicismo beligerante con la modernidad, el laicismo, la progresiva secularización de la sociedad española y el avance de la increencia, sobre todo entre la juventud.
Esta es una Iglesia muy distinta de la que predicó Jesús de Nazaret y de la que impulsó el Vaticano II. Pero el relativo fracaso del viaje anterior, lejos de disuadir al Papa y a los obispos españoles de repetir la experiencia, ha servido de acicate para intensificar los trabajos de propaganda y movilización de todos los sectores católicos para participar en la JMJ, cuya convocatoria no se circunscribe al territorio español, sino que se dirige a todo el orbe cristiano.
El viaje se ha organizado en torno de la idea de la religión como espectáculo, representación teatral, fenómeno de masas y culto a la personalidad del pontífice, sin apenas componente religioso y espiritual, ni horizonte alternativo y transformador, ni dimensión mística y liberadora, que constituyen la verdadera naturaleza de la religión.
Recuerdo a este respecto el relato del primer libro bíblico de los Reyes sobre el profeta Elías. Tras 40 días y 40 noches vagando sin rumbo, el profeta llega al Monte Horeb y entra en una gruta donde pasa la noche. Dios le pide que salga de la cueva y permanezca de pie en la montaña porque va a pasar El.
Primero vino un viento fuerte e impetuoso, pero Dios no estaba en el viento. Luego pasó un terremoto, pero Dios tampoco estaba en el terremoto. A continuación apareció un fuego, pero Dios no se encontraba en el fuego. Por fin llegó el susurro de una brisa suave, y ahí sí se encontraba Dios (Re 19,9-14). ¿Se encontrará Dios en los actos de papolatría de la JMJ?
Estamos ante un modelo de Iglesia muy distinto del movimiento igualitario de hombres y mujeres que puso en marcha Jesús de Nazaret y muy alejado de la revolución copernicana del Vaticano II, que definió a la Iglesia como misterio, pueblo de Dios y comunidad de fe solidaria con los gozos y esperanzas, tristezas y sufrimientos.
Entre los actos programados figuran todo tipo de celebraciones religiosas: Vía Crucis, misa en privado en la Nunciatura, confesiones, misas multitudinarias; encuentros con seminaristas, con profesores universitarios jóvenes, con religiosas jóvenes (a quienes se les exige llevar hábito); reuniones con el rey y el presidente del gobierno; comida con los cardenales y obispos de Madrid; visita a un centro de discapacitados.
Pero no figuran encuentros, por ejemplo, con los “indignados” del 15-M, con los jóvenes desempleados –alrededor del 44 por ciento de la juventud española–, con los inmigrantes, con las mujeres maltratadas, con los desahuciados, con los vecinos de la Cañada Real, con los cristianos y cristianas de base, etcétera.
¡Otra ocasión perdida para compartir las esperanzas y los sufrimientos de los sectores más vulnerables de la sociedad y hacer realidad la opción por los pobres!
La preocupación fundamental de los organizadores se centra en conseguir la asistencia del mayor número de peregrinos venidos de todo el mundo para aclamar al Papa: un millón, millón y medio, dos millones...
En eso va a residir el éxito o el fracaso del viaje. ¿Qué diferencia existe entre estas concentraciones y las de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, en pleno nacionalcatolicismo?
Unas y otras tienen el mismo espíritu y responden a similares objetivos: la reconquista católica de los sectores alejados de la fe y la ocupación confesional del espacio público. Por ejemplo, la colocación de más de doscientos confesionarios en el Parque del Retiro, el Vía Crucis en la plaza de Cibeles, así como la misa y la vigilia de oración en el aeródromo de Cuatro Vientos.
Hay, con todo, una diferencia no pequeña entre aquellas manifestaciones y las actuales: vivimos en un nuevo escenario cultural, político y religioso; la religión católica tiene que respetar la laicidad del espacio público y vivir en la sociedad secularizada, como dijera Bonhoeffer, “etsi Deus non daretur”, como si Dios no existiera, sin las condiciones de plausibilidad que en épocas pasadas prestaban el Estado y sus instituciones al catolicismo, al menos aquí en España durante el franquismo. Pero al llegar aquí me asalta una duda y me surge un interrogante: ¿en realidad se ha producido ese cambio de era al que me refería antes en el terreno político-religioso en nuestro país?
Yo creo que no, y a los hechos me remito. Las diferentes administraciones públicas, sean municipales, autonómicas o estatales, se postrarán de hinojos a los pies del Papa, y las instituciones educativas, sanitarias, policiales, culturales, urbanísticas e incluso militares se pondrán a su servicio durante los días de la visita. ¿No es esto incurrir en un “pecado de lesa laicidad”?
* Teólogo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid, autor de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Del neoconservadurismo al integrismo, RBA, Barcelona, 2011.
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