EL MUNDO
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El fin de la ONU
› Por Claudio Uriarte
El anuncio de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano, de que Estados Unidos está listo para ir a la guerra contra Irak sin Gran Bretaña –su aliado histórico– muestra el grado al cual el sector más radicalizado del gabinete de George W. Bush está no ya dispuesto, sino incluso ansioso, por destruir el sistema de seguridad colectiva instaurado en 1944 con las Naciones Unidas. Es un sistema que ya no les sirve, pero la explicación de lo de ayer requiere un análisis más detallado.
Primero, en septiembre del año pasado, el secretario de Estado Colin Powell fue al Consejo de Seguridad para obtener una resolución contra Irak. La obtuvo: fue la resolución 1441, que volvía a poner a la ONU en posición de promover el desarme iraquí, y que por lo tanto le entregaba también la posición de arbitraje. Pero esa resolución tenía un inconveniente para EE.UU.: que el desarme de Irak nunca fue el motivo (o por lo menos nunca fue todo el motivo) de sus acciones. ¿Qué pasaba si Irak se desarmaba, o por lo menos fingía hacerlo? Si la dudosa conexión de Irak con los atentados del 11 de septiembre era el argumento para la gilada de la opinión pública, el desarme de Irak era lo mismo para el concierto de gobiernos representados en la ONU. Pero el verdadero motivo era otro: un rediseño del mapa regional y, a largo plazo, mundial.
En este punto, intercedió el secretario de Estado Colin Powell, principal enemigo de los planes de Rumsfeld. Su intercesión consistió en llevar el asunto al Consejo de Seguridad de la ONU. Pero el plan de Rumsfeld y el Consejo de Seguridad eran propuestas que se cancelaban mutuamente: si el imperio unipolar quería lanzar una guerra agresiva destinada a cambiar el sistema internacional, era poco razonable que esperara la aprobación de la ONU, que es el organismo que expresa ese sistema internacional. La administración Bush cayó encerrada en la trampa de sus contradicciones internas, y de los informes inevitablemente ambiguos de Hans Blix y Mohammed El Baradei, quienes, como empleados de la ONU, necesitaban quedar bien con Dios y con el diablo para poder conservar su empleo: en un párrafo dirán que “Irak colabora” (para satisfacer a “la vieja Europa”) y en el otro que “no lo suficiente” (para complacer a EE.UU.).
Esta es la farsa que está terminando. Los plazos para la guerra no son ya políticos sino logísticos. Y la única pregunta es de qué modo EE.UU. sellará, con su abandono del proceso de la ONU, el fin del sistema internacional de posguerra.
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