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En el frente norte (americano) Rumsfeld lucha con sus generales
Por Enric González
Desde Washington
¿Le faltan unidades blindadas a la fuerza expedicionaria? ¿Está demasiado expuesta la retaguardia? ¿Son vulnerables las líneas de aprovisionamiento? Tras apenas seis días de guerra, el plan desarrollado por el general Tommy Franks suscita algunas dudas en Washington. La proliferación de comentaristas militares en la prensa estadounidense y la necesidad de opinar continuamente en canales de televisión como CNN y Fox News provoca un debate constante sobre cuestiones estratégicas. Pero las incipientes críticas se deben también, en parte, a las tensas relaciones entre el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y un gran número de altos mandos militares del Pentágono, especialmente los de Infantería, Artillería y Caballería.
Las dudas son razonables. El rapidísimo avance hacia Bagdad, que ha dejado atrás enormes bolsas de resistencia iraquí, no cuenta con el respaldo de las unidades blindadas que, según la doctrina militar clásica, deberían proteger la retaguardia del avance y la larga ruta desde Kuwait, aunque su presencia imprimiera un ritmo más lento a la invasión. Esa carencia, parcialmente compensada con helicópteros, permite a las fuerzas iraquíes hostigar desde los flancos y desde atrás. La emboscada en que una unidad de mantenimiento cayó el fin de semana demostró la vulnerabilidad del “patio trasero”. “Deberíamos disponer de al menos dos divisiones pesadas y de un regimiento de caballería blindada; eso dice la doctrina”, afirma el general Barry McCaffrey, que dirigió una división en la guerra de 1991. Pero sólo hay una división pesada en Irak, el Tercero de Infantería.
Desde que George W. Bush empezó a hablar de una nueva guerra en Irak, en el verano de 2002, los generales del ejército aconsejaron una campaña parecida a la de la primera guerra del Golfo. Querían, como en 1991, una estrategia de dos fases, la aérea y la terrestre, que permitiera destrozar con bombardeos masivos las defensas y los ánimos de las tropas iraquíes, y fuera seguida de un despliegue de tanques, artillería, helicópteros e infantería tan apabullante como el de entonces. En aquella guerra, la coalición encabezada por Estados Unidos desplegó una fuerza que superaba el medio millón de efectivos.
Pero Donald Rumsfeld, el hombre que fue designado secretario de Defensa con la misión de transformar un Pentágono “inmovilista y con síntomas de esclerosis”, en sus propias palabras, decidió que el mejor lugar para forzar el cambio era el campo de batalla. Afganistán supuso un ensayo general de la “modernidad” preconizada por Rumsfeld: mucha fuerza aérea, mucha participación de la CIA y de las fuerzas de operaciones especiales, mucha propaganda y un uso limitado de las fuerzas convencionales. Las tesis del secretario de Defensa se alineaban con las de quienes consideraban que la superioridad tecnológica estadounidense permitía combatir desde una distancia relativamente segura, minimizar las bajas propias y acortar la duración de cualquier conflicto.
Cuando se empezó a planificar la invasión de Irak, Rumsfeld pidió al general Tommy Franks que esbozara propuestas contando con una fuerza expedicionaria de unos 120.000 soldados. En su opinión, gran parte del esfuerzo para acabar con Saddam Hussein lo realizarían los propios iraquíes, que se unirían masivamente a los invasores. Franks respondió que todo eso era un disparate, y fue respaldado por casi todos sus compañeros de armas, en activo o retirados, y por un funcionario del gobierno como el secretario de Estado, Colin Powell, que presidió el Estado Mayor Conjunto en la primera guerra del Golfo.
Poco a poco, Rumsfeld cedió hasta llegarse al compromiso de los 300.000 soldados. Era el máximo que estaba dispuesto a permitir, y el mínimo aceptable para los mandos uniformados. En opinión de los generales, latropa desplegada era suficiente para vencer al ejército iraquí, pero quizá no para cumplir otros objetivos de la campaña, como ocupar el país y ejercer misiones casi policiales. Cualquier sorpresa podía desequilibrar el plan. Y la primera sorpresa se produjo en Turquía: casi una división entera, la Cuarta de Infantería, destinada a crear un “frente norte” a partir de territorio turco, quedó inutilizada por la negativa del Parlamento de Ankara. Los soldados de la Cuarta ya están en Kuwait, pero su material viaja en barco y no llegará al emirato hasta principios de abril. La segunda sorpresa, la falta de cooperación activa por parte de los iraquíes, podría complicar adicionalmente los planes estadounidenses.
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