EL MUNDO
• SUBNOTA › COMO QUEDO AL SHAAB DESPUES DE LOS MISILAZOS
Escenas de un día tenebroso
Por Francisco Peregil
Enviado especial a Bagdad
En una calle cuyas aceras están separadas más de 200 metros por dos carreteras y un boulevard, bastaron dos misiles que impactaron el miércoles frente a una acera para provocar al menos 14 muertos civiles. Entre los muertos, un electricista, el propietario de un taller de reparación de neumáticos, el conserje de un edificio y dos bebés que viajaban en el asiento trasero de uno de los coches, según declararon varios testigos. La calle, en el barrio de Shaab, al norte de la ciudad, mide varios kilómetros de largo. Los proyectiles volaron a lo largo de la calle, sobre las cabezas de los coches y transeúntes, impactaron en el suelo y dejaron un escenario tétrico, en medio de una luz rojiza provocada por la tormenta de arena, la lluvia de barro que inundó todo horas después del ataque y, a lo lejos, el humo del petróleo quemado.
A las once y media, en el zoco de Mahada, especializado en verdura y pescado, los tenderos gritaban vendiendo sus productos. Sonaron bombas a lo lejos, pero nadie les prestaba atención. Miles de personas a esa hora en decenas de zocos como ése seguían el curso de sus vidas como si las bombas no existieran. “Yo tampoco les daba importancia a las explosiones. Aquí estábamos muy tranquilos esta mañana hasta que cayeron los dos proyectiles”, comentaba Abderrasí Abdul, amigo de uno de los heridos. “¿Esta es la exactitud y la precisión de la que habla Bush?”, le preguntaba Ahmed, amigo de una de las víctimas, a un miembro del grupo de brigadistas españoles que desplegó sobre el lugar del ataque una pancarta con el “No a la guerra”.
“He visto los cadáveres de niños y mayores –declaraba Abus Hussein, de 33 años–, los vi en mitad de la calle nada más producirse la explosión. Y después no recuerdo nada más porque me desmayé.” “Aquí, en este restaurante, estaban comiendo varias personas y de repente algunas murieron”, comentaba otro testigo. A su lado se veía un carrito con los helados aún esparcidos sobre la calle. El amigo de un herido prometía ante una cámara de televisión: “La venganza vendrá. Mataremos a los que traten de entrar en Bagdad”. La periodista le preguntó: “Bush ha afirmado que liberará al pueblo iraquí de la tiranía de Hussein, ¿Cuál es su respuesta?”. Abderrasí Abdul, de 22 años, dijo señalando las casas y los coches destrozados por uno de los misiles: “Esta es mi respuesta, no necesita más comentarios”.
Detrás de la mano de Abderrasí Abdul lo que hasta hace unas horas era una tienda de neumáticos se veía totalmente calcinado. Al lado, sobre la acera, varios coches ennegrecidos, aplastados como si fueran inmensos pegotes de plastilina negra. Y en la casa de atrás de ese escenario, una familia trataba de recomponer los destrozos. Los hombres de la casa portaban kalashnikovs. En el suelo de la cocina aún se veía el potaje que no habían tenido tiempo de limpiar. Los armarios estaban todos rotos y con las maderas dobladas. Había cristales por todas partes. Desde la azotea de la casa se divisaba todo el panorama de destrucción: coches aplastados aquí y allá hasta sumar más de 10, sangre por el suelo de la acera. Y en la acera de enfrente, un espectáculo parecido. Gallinas muertas sobre las aceras, más coches aplastados, una familia sacando libros de una tienda, un muchacho sin una idea de inglés explicándoles con gestos a los periodistas que aquel amasijo de chatarra era hace poco un kiosquito de cigarrillos, y que su dueño sigue vivo pero ha perdido el brazo.
A pesar de que el miércoles, desde las cuatro de la tarde, nada era discernible a partir de 20 metros debido a la tormenta de arena, al pasar junto a las hogueras de petróleo quemado se podía comprobar que los milicianos iraquíes continúan con su táctica de provocar humo, incluso cuando el humo se lo traga la arena suspendida en el aire. En medio de ese panorama de humo, arena, lluvia, barro y viento, a las siete de la noche, la alarma antiaérea comenzó a ulular sobre toda Bagdad.
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