EL MUNDO
• SUBNOTA › UNA CIUDAD SIN AUTORIDADES Y UNA OLA DE SAQUEOS
Cuando Alí Babá volvió a Bagdad
Por Angeles Espinosa *
Desde Bagdad
Alí Husein Abdulhadi cumplió su promesa de vestirse de rojo y salir a las calles de Bagdad a bailar para celebrar la caída de Saddam Hussein. Su euforia era secundada por miles de habitantes de la capital iraquí que recibieron ayer a las tropas estadounidenses con aplausos. Muchos contenían sin embargo su alegría aún temerosos del caos que puede traer el interregno. Desde primeras horas de la mañana, bandas organizadas y particulares se dedicaban al pillaje de comercios y edificios oficiales. En algunas calles de la ciudad, falsos controles asaltaban a quienes se aventuraban en su camino. Alí Baba había vuelto a Bagdad. No existía ninguna autoridad.
“Mientras el jefe siga aquí, no estamos seguros”, confiaba Saad Toma Nayar, un carpintero de 52 años que había salido a la avenida Saadún a presenciar el desfile de carros de combate, blindados y todoterreno artillados con el que las fuerzas estadounidenses entraron ayer en Rusafa, el corazón de Bagdad.
Bagdad había amanecido en medio de un total desamparo. “Nuestros soldados han huido, ya no quieren seguir luchando”, explicaba a esta enviada Abbas Radi durante un recorrido en coche por una ciudad sin signos de autoridad. Un cuñado suyo se encontraba entre los oficiales que la noche anterior habían llegado a casa y habían cambiado el uniforme por la ropa civil. “Nos dijo que no quiere morir”, relataba Radi, “ya no había nadie que diera las órdenes y hace días que estaban sin teléfono, sin electricidad y sin agua”. Su testimonio se confirmaba sobre el terreno. No había presencia militar ni siquiera en el Ministerio de Defensa, cerrado a cal y canto. Durante varios kilómetros por el centro de la capital tampoco se veían milicianos. Unos pocos hombres armados parecían más bien defender sus propiedades. Todo el mundo tiene un arma en Irak.
Los barrios de Ataifiya y Shalhiya están tranquilos e incluso se ve gente por las calles. Sólo que, cuando se enfila hacia la calle Catorce de Ramadán, se percibe un silencio anormal que indica que algo no va bien. El barrio de Mansur, que esa arteria atraviesa de norte a sur, ha sido visitado por las tropas estadounidenses y, aunque no hay rastro de ellas, su simple incursión parece haber expulsado a milicianos baazistas y fedayines de Saddam que sólo dos días antes impedían el paso a los informadores. Ahora el terreno está libre, incluso para los Alí Baba, como aquí se refieren a los ladrones.
Cientos de personas, tal vez miles, saquean los almacenes bombardeados de la explanada del antiguo aeropuerto de Bagdad. Electrodomésticos, muebles, cajas de dudoso contenido fueron llenando todo tipo de vehículos. Algunos incluso llegaron andando y salieron en coche. Enfrente, los menos avezados compraron la mercancía robada. Dentro debía de ser la jungla. Mientras Rabi mostraba el lugar a la periodista, se oyeron disparos. Era el momento de cambiar de escenario, pero la escena se repetía.
En Adhamiya, al otro lado del Tigris, una multitud se llevaba cajas de munición de un edificio del ejército. En Karrada, un barrio de clase media, los vecinos han asaltado varias casas de los servicios secretos y de algunos dirigentes del régimen. Sacaban frigoríficos, alfombras, lámparas, hasta colchones con la ropa de cama aún enrollada alrededor.
Abdulhadi los animaba, aunque no participa del saqueo. Es su venganza por 30 años de represión y silencio. Sin embargo, Rabi, que ha vivido 25 años en Canadá, se mostró desconcertado. “No son las propiedades de Saddam, sino de todos nosotros”, lamentó ante un té.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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