Por A. E *
Desde Bagdad

“¡Qué alegría!” Ni Abdulhadi ni Flayeh pueden evitar una expresión de contento al conocer la noticia de la detención de Mohamed Hamsa al Zobaidy en la ciudad de Al Hilla. Y con motivo. Ambos son chiítas y Al Zobaidy fue el responsable directo de la brutal represión de la revuelta de esa comunidad que siguió a la guerra del Golfo en 1991. Las atrocidades que se le atribuyen hacen palidecer las acusaciones presentadas contra otros torturadores del mundo.
“Hacía beber gasolina a los detenidos y luego les pegaba un tiro”, explican ambos hombres. Las antorchas humanas no fueron la única muestra de brutalidad de aquel doloroso episodio que la propaganda de Saddam Hussein bautizó como “la página del engaño y la traición”. “No podíamos referirnos a esos hechos como una revuelta, al menos no en público, porque suponía que los respaldábamos”, recuerda Flayeh aún incrédulo de que su país haya podido cambiar tanto en un mes. En otro episodio, una y mil veces repetido por los hombres del sur, el eufemismo para referirse a los chiítas sin llamarlos por su nombre, Al Zobaidy enterró vivos a más de 1000 sublevados y después hizo que una apisonadora aplastara la tierra.
No hay que sorprenderse. Los jerarcas del régimen depuesto incluso grababan tan edificantes actividades. Era una forma de corresponsabilizar a todos los que participaban en ellas y poder, eventualmente, chantajearlos. En una ominosa película que se abrió camino hasta los círculos de la oposición en Londres, podía verse a Al Zobaidy, junto a Alí Hasan Mayid, Alí el Químico, durante uno de esos episodios de represión en el Sur. El ahora detenido da patadas y golpes a los chiítas capturados mientras recomienda ejecutar a uno “para que los demás confiesen”. Los hombres, en el suelo y con las manos atadas a la espalda, imploran piedad antes de que se oiga una ráfaga de ametralladora.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.