EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Patrick Cockburn *
Todos los partidos en Egipto sobreactuaron en los dos años y medio siguientes a la caída de Hosni Mubarak en 2011. En los primeros meses fue la cúpula del ejército la que se engañó a sí misma creyendo que podía marginar a aquellos que pedían un cambio democrático radical. Después fue el presidente Mohamed Mursi y los Hermanos Musulmanes los que interpretaron que un triunfo electoral por estrecha ventaja les permitía gobernar en soledad. Con el golpe militar contra Mursi el 3 de julio y la masacre contra los islamistas el 14 de agosto, el ejército egipcio apostó a asegurarse una victoria y eliminar para siempre a los Hermanos Musulmanes de la vida política. Se derramó demasiada sangre como para que pueda lograrlo.
A principios de agosto hubo quienes pensaban que la crisis podía superarse. Ahora esa hipótesis es anacrónica. Los militares no querrán devolverles el poder a los líderes de la Hermandad –que están tras las rejas, incluyendo a Mursi– y éstos nunca van a legitimar un golpe contra un gobierno elegido en las urnas. No queda claro cuán lejos esperan llegar el general Abdel Fatah al Sisi y sus hombres. Probablemente los generales no estaban muy preocupados de generar un enfrentamiento sangriento. Pensaron que si los tiempos de tranquilidad política son reemplazados por batallas en las calles, guerra de guerrillas o incluso una guerra civil, entonces ello simplemente refuerza la primacía de las fuerzas de seguridad. Ese proceso está en marcha: los aliados civiles del general Sisi durante el golpe están siendo desechados o ignorados, como el Nobel Mohammed El Baradei, quien renunció a la vicepresidencia en protesta. Egipto efectivamente está bajo mando militar, si se tiene en cuenta que 10 generales retirados de la era Mubarak dirigen gobernaciones provinciales.
Muchos expertos se equivocaron en sus pronósticos y en parte se debió a que creyeron que los actores políticos actuarían persiguiendo sus mejores intereses. Pero aotra vez los que están en el poder optan por estrategias autodestructivas con consecuencias desastrosas. Mursi creyó que las manifestaciones en su contra eran “absurdas e inconstitucionales”. Se convenció a sí mismo de que las fuerzas egipcias habían aceptado ocupar un rol secundario mientras sus intereses estuvieran protegidos. Los Hermanos Musulmanes asumieron la contradictoria posición de querer llevar adelante ellos mismos los desafíos de cambio y esperaron que los rivales se ciñeran a las leyes y a respetar una polémica Constitución.
Pero sus políticas fallidas llevaron a que se formara una rara alianza en su contra entre ex simpatizantes de Mubarak, el ejército, activistas de izquierda anti Mubarak, hombres de negocios, coptos, intelectuales e incluso salafistas. Por supuesto que esa alianza no podía durar mucho. Los intelectuales y progresistas que pensaban que el ejército iba a compartir el poder con otros se equivocaron.
Ahora los generales están sitiando a los Hermanos Musulmanes en todo el sentido de la palabra. Los Hermanos son demonizados como “terroristas” que “deben ser exterminados”, de acuerdo con la propaganda estatal. Puede ser que algunos islamistas tengan armas, pero la mayoría ha protestado de forma pacífica y sin armas, como ilustra la enorme cifra de víctimas. Aun cuando siguen llegando cuerpos a las morgues, el ministro de Interior, Bader Abdel Atty, dijo que los manifestantes “levantan las banderas de Al Qaida en el corazón de El Cairo. Disparan contra civiles”.
El ejército controla la mayoría de los instrumentos de poder, pero ¿puede emerger como ganador? La Unión Europea y EE.UU. repudiaron el baño de sangre de los últimos días, pero se mantuvieron callados con el golpe de Estado del 3 de julio, como para que quedara claro que preferían a los militares antes que a los Hermanos Musulmanes. Los militares tendrán presente que Washington entrena a 500 soldados egipcios al año –incluyendo al general Sisi y el jefe de la Fuerza Aérea, Reda Mahmud.
No sorprende que los generales apliquen recetas militares a problemas políticos. Y, si el uso de la fuerza fracasa, ellos lo usarán como argumento para usar más la fuerza, antes que hacer concesiones. Esa es una lección que dejó el golpe de Estado de 1980 en Turquía, en el que cientos de activistas fueron encarcelados y torturados, lo mismo sucedió en Argelia en 1992. Las dictaduras militares frecuentemente se imponen, pero a un costo espeluznante. Los egipcios serán afortunados si no empieza una era oscura de represión militar.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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