EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Emir Sader
La gran disputa electoral en Brasil ha vuelto a poner en el tapete los intereses de Estados Unidos en América del Sur. Aislado con el proyecto de la Alianza para el Pacífico, sus intereses han vuelto a aparecer más claramente con los dos candidatos opositores en Brasil: Marina Silva y Aécio Neves.
Prioridad de acuerdos bilaterales –claramente, en primer lugar, con Washington–, debilitando todos los proyectos de integración regional –del Mercosur, a la Celac, pasando por la Unasur–. Es decir, cambio de la inserción internacional de Brasil que, al moverse, con el peso que ha adquirido, significaría el cambio más grande en las relaciones políticas regionales desde la elección de la serie de gobiernos antineoliberales a lo largo de la primera década del nuevo siglo.
En lo interno, un giro radical hacia políticas de mercado, con duro ajuste fiscal, que debilitaría el rol del Estado. Arminio Fraga, el comandante económico de Aécio Neves, dijo cosas muy significativas, que estuvieron de moda cuando él participaba del gobierno de Cardoso: que el salario mínimo es muy alto (sic) en Brasil, frenando con ello el repunte del crecimiento de la economía. Que un cierto nivel de desempleo es saludable (sic), claramente para debilitar la capacidad de negociación de los trabajadores. Que los bancos públicos han crecido demasiado, etc., etc. Todas melodías para los oídos de los economistas, instituciones y gobiernos ortodoxos y, en primer lugar, para los Estados Unidos.
Sería un nuevo gran viraje en la economía brasileña, similar al que se dio con Cardoso, con la diferencia de que en el aquel momento había realmente un descontrol inflacionario, mientras que ahora la inflación está bajo control, alrededor del 6 por ciento al año. A pesar de la campaña terrorista de los medios respecto de los riesgos inflacionarios, y aunque ese nivel sea menos que la mitad de la inflación que Cardoso entregó a Lula (12,5 por ciento).
Sería un viraje netamente conservador, neoliberal, antipopular, entreguista, con todas sus letras. El riesgo sirve para reafirmar a los que dudaban, cómo los intereses de la política externa brasileña se chocan frontalmente con los de la de Estados Unidos y cómo el modelo de desarrollo económico con distribución de la renta es contradictorio con los intereses del gran empresariado brasileño.
Los trámites de la campaña electoral brasileña reafirman cómo el gran empresariado, en bloque, no sólo se opone, sino que se juega por entero en contra del gobierno, subiendo la Bolsa de Valores de San Pablo conforme hay encuestas favorables a Dilma y bajando netamente cuando se da lo contrario. Los voceros de los grandes medios nacionales e internacionales, los del FMI, del gobierno de los EE.UU., no dejan de expresar confianza y esperanza en la candidatura que defiende expresamente sus intereses.
Todo lo que Estados Unidos quiere es que Brasil cambie radicalmente de política, de inserción internacional, de modelo económico, de discurso político, de alianzas en la región y en el mundo. Todo lo que EE.UU. quiere es que el candidato de la oposición haga retornar el modelo del gobierno de Cardoso y la política de subordinación con el Norte.
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