Dom 08.08.2004

EL MUNDO • SUBNOTA

El hombre reina, la mujer gobierna, o todas las mujeres del presidente

Las esposas e hijas de los candidatos ejercen una creciente influencia en las elecciones presidenciales de noviembre en EE.UU. Aquí están, éstas son.

› Por Mercedes López San Miguel

Detrás de cada político en campaña en EE.UU. hay una/s mujer/es. Por afuera de Hillary Clinton, senadora por Nueva York –y que coqueteó con la candidatura para el próximo 2 de noviembre–, una mujer que podría también llegar a Primera Dama es Teresa Heinz. La esposa multimillonaria del aspirante demócrata, John Kerry, fácilmente rompe con el protocolo y no se calla nada. El matrimonio tiene dos hijas, Vanessa y Alexandra. Del otro frente, la Primera Dama Laura y las mellizas Bush hacen de soporte a la reelección de papi George W. A la lista se suman las mujeres de ambas fórmulas: la hasta ahora desconocida abogada Elizabeth Edwards, cónyuge del otro John, el “político más sexy” según la revista Time, y la maestra de historia Lynne Cheney, esposa del vicepresidente, Dick Cheney. Infaltable: Mary Cheney, su hija lesbiana –que participó activamente en la pasada convención republicana–, mientras el gobierno ataca los derechos civiles de los homosexuales respondiendo a las demandas ultraconservadoras.
“El hombre reina y la mujer gobierna”, la frase de Ponson du Terrail podría servir (¿de presagio?) en caso de que John Kerry se quede con la silla presidencial. Si hay algo que Teresa Heinz Kerry está dejando en claro en esta campaña es que es tan inteligente como impredecible y, desde luego, no tiene pelos en la lengua. La adinerada viuda de un senador republicano –estrellado en una avioneta hace 13 años– y que se casó con John Kerry en 1995, fascinó a los delegados en la Convención Demócrata del mes pasado al hablar de su marido como “un luchador que ganó sus medallas a la antigua, arriesgando la vida por su país” (en Vietnam). La señora Kerry saludó en las otras lenguas que domina –portugués, español, italiano y francés– e hizo un canto a la capacidad de asimilación de EE.UU., al hablar de cómo la hija de un médico portugués en Mozambique puede terminar en la Casa Blanca. En medio, se publicitó un enfrentamiento verbal suyo con un periodista. “Cierre la boca”, le dijo Teresa a un redactor de un diario local de Pittsburgh (Pennsylvania) que le había pedido que explicara las palabras que había pronunciado. “Dijiste algo que yo no dije”, le reprochó, exaltada,
Heredera del imperio agroalimentario Heinz, Teresa se involucró un año atrás en la campaña presidencial de su marido. Tiene una imagen más natural que sofisticada, igual que su discurso. A veces se lanza a hacer digresiones inesperadas, revelando, por ejemplo, que intenta reducir sus arrugas a base de inyecciones de Botox o improvisando propuestas políticas. Su personalidad contrasta con la de Laura Welch, la discreta y decorativa esposa del presidente republicano George W. Bush, símbolo de la mujer norteamericana tradicional. El segmento: casadas con hijos recibieron con mayor impacto la imagen de Laura Bush en las pasadas elecciones. Los republicanos creen que la figura de la Primera Dama es crucial para recaudar fondos. Por lo general, Laura habla de libros y niños. El libro infantil inculca los valores con mayúscula para el clan Bush. Recuérdese la retórica conservadora de Bush sobre valores y moral –oposición al matrimonio gay, al aborto, etc.– que prende fuerte en el sector rural y religioso de Estados Unidos. Para algunos, Laura es la real artífice de que Bush hijo esté hoy a la cabeza de su país. “O Jim Beam o yo” le exigió al entonces marido alcohólico de 40 años. El pasado con el alcohol de Bush volvió a tematizarse cuando hace dos años las mellizas Jenna y Bárbara, aún menores de edad, fueron denunciadas por beber alcohol sin permiso.
Como Laura, Lynne Cheney, 64, defiende la moral y la religión aprendidas en la escuela –como espacio hegemónico de transmisión de los valores republicanos–, y en 2002 su libro América, un manual del patriota (especie de abc ilustrado para los infantes patriotas) estuvo entre los más vendidos. Una de sus dos hijas, la abogada Mary, decidió recibir un sueldo de 100.000 dólares anuales para trabajar en la campaña de reelección del vicepresidente, según informó una asociación de derechos civiles. Esta misma le envió una carta a Mary, gay asumida públicamente, en oposición a los planes de Bush de prohibir los matrimonios de homosexuales en una enmienda de la Constitución. El Senado norteamericano le bajó el pulgar al mandatario el mes pasado.
La otra candidata a “Segunda Dama”, Elizabeth Edwards, oculta una mente aguda y una larga carrera como abogada. Ella misma se define como una mujer “anti-Barbie”: bajita, regordeta y con cara de vecina de las que siempre presta una tacita de azúcar, esta mujer de 54 años se está revelando como uno de los grandes activos de su marido, el senador John Edwards, en su campaña por la vicepresidencia. Si su esposo llega a la Casa Blanca, Elizabeth considera que su principal papel seguirá siendo el de madre de sus hijos, pero apunta que le gustaría desempeñar alguna tarea en cuestiones educativas. Hay quien ha dicho de ella que tiene “la calidez de Tipper Gore –la ex “Segunda Dama” demócrata– y el cerebro de Hillary Clinton”. Durante los primeros 19 años de matrimonio de los Edwards todo parecía ir a la perfección. Tuvieron la parejita –Wade y Catherine–, John se convirtió en uno de los mejores –y mejor pagados– especialistas en litigios médicos y Elizabeth conseguía compaginar su papel como asesora legal en casos de quiebra con el de madre dedicada. Pero todo se truncó en abril de 1996. El hijo mayor, Wade, de 16 años, murió en un accidente de tránsito. Elizabeth se vio especialmente afectada. Dejó de trabajar y adoptó el apellido de su esposo, algo que hasta entonces había rechazado hacer. Y John entró en política, algo a lo que su hijo siempre le había animado.
La campaña electoral ha sumado otras protagonistas. Las consanguíneas del presidente Bush y Kerry participan para apuntalar, como se pueda, la imagen de sus padres. Hay dos de cada lado del ring. En la casa Bush, las mellizas Jenna y Bárbara (22) ya se graduaron, un acto que en EE.UU. implica el ingreso a la adultez y la libertad de los medios para ocuparse de las personas. Las chicas aparecieron superproducidas en fotos en Vogue, Time y People. La rubia Jenna, más cerca de su madre bibliotecaria, terminó los estudios de lengua y literatura inglesa en la Universidad de Austin; la castaña Bárbara se especializó en Humanidades en Yale, la misma casa de estudios que alojó antes a George W. y, antes aún, a su abuelo.
Por el lado de Kerry, Vanessa (27), estudiante de medicina, sigue a su padre a todos lados y ya apareció en uno de sus spots publicitarios. Alexandra (30), antropóloga y cineasta, llevó el apellido Kerry a los paparazzi en el último Festival de Cannes. La delgada hija mayor del demócrata presentó un corto, The Last Full Measure, que cuenta la historia de la dura reinserción social de un hombre que vuelve de la guerra de Vietnam. Los flashes no se detuvieron en Alexandra por su film y la coincidencia de su elección bélica en pleno conflicto en Irak –y las tintas cargadas de su padre contra Bush–, sino por su vestido negro de un solo hombro que traslucía su silueta.
Sólo faltan 80 días para ver cuáles de estas leonas seguirán en carrera por los próximos cuatro años.

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