EL MUNDO
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Azores contra Resto del Mundo
› Por Mario Wainfeld
En enero de 2003, cuando la invasión a Irak era un hecho, millones de personas en todo el mundo se movilizaron contra la guerra. Marcharon habitantes de muchos países, incluidos de los países agresores. Seguramente por primera vez en la historia de la humanidad ciudadanos de potencias imperiales se opusieron desde el vamos y poniendo el cuerpo a la prepotencia de sus gobiernos.
En marzo de 2003, George W. Bush, José María Aznar y Tony Blair, gobernantes de las potencias agresoras, se reunieron en una base de las islas Azores (ver foto) para dar un mensaje de unidad y disciplinamiento a ese nuevo mundo algo díscolo. Desdeñaban, como siempre hicieron los imperios, a sus colonias. Pero como pocas veces (quizá ninguna vez) en la historia de la humanidad debieron hacerlo casi a escondidas, lejos de las multitudes (aun las de sus compatriotas), que de haberlos tenido a mano los hubieran abucheado o cosa peor.
Esos contertulios de las Azores no eran, valga precisar, exactamente emperadores. Eran (uno de ellos en especial) gobernantes de países con reglas democráticas, sujetos a escrutinio popular y alternancia. Sucedida la invasión a Irak, vencida (si que parcialmente) la resistencia local por una fuerza militar obscenamente superior, deben empezar a pasar por elecciones en sus países. Elecciones que, en especial la de Estados Unidos, importan a todo el mundo pero en las que votan sólo los habitantes del “imperio”.
Aznar ya mordió el polvo en España. Para que eso ocurriera debieron acontecer hechos tremendos. El central fue la mentira que Aznar propinó a los españoles, no ya acerca de los arsenales de Saddam Husseim sino de quién había urdido el atentado a Atocha. Su doblez, su mendacidad, le costaron la reelección. La oposición, la movilización a último momento de una sociedad civil que no se dejó timar, sellaron su suerte. La política, joder, metió la cola y el petimetre se quedó afuera.
Ayer en Estados Unidos George W. Bush, un representante cuasi paródico de las peores lacras de la derecha (borrachín, mentiroso, santurrón, ligado a negocios espurios, de un fascismo primitivo y desvengorzado), jugó su suerte contra John Kerry. La paridad de la tenida tributaba a la decisión política que mostraron muchos de sus contrincantes, que expresan lo mejor de un complejo país. Las minorías de todo pelaje, los progres y ciertos radicales se pusieron de pie y realizaron un potente esfuerzo militante en pos de dos objetivos deseables: tumbar a Bush y ampliar las fronteras del voto.
Claro está que Kerry no es tan distinto de Bush, visto desde acá lejos, desde el Sur. Pero lo sugestivo para terceros países no era tanto su eventual éxito sino que Bush fuera vencido. Una derrota del líder de la agresión imperial, en su propio país, no hubiera sido un dato menor para la humanidad. Máxime si esa caída venía de la mano de una masiva incorporación a la actividad política de nuevos votantes, muchos de ellos pertenecientes a sectores sojuzgados de la sociedad opulenta.
La historia tiene su discurrir, que incluye climas de época, tendencias imitativas, ejemplos que repercuten. Todo el mundo entendió qué significaba que el petimetre Aznar mordiera el polvo. Fue una mala noticia para las derechas de todo el planeta y una buena señal para fuerzas progresistas. Si en medio de una cruzada bélica, los norteamericanos le negaban el espaldarazo a Bush, una moraleja interesante hubiera podido recorrer el mundo. Los soberbios líderes de las Azores vendrían, por ponerlo en términos futboleros, perdiendo ante una creciente conciencia internacional. Jugueteando un poco, un score Azores 0-Resto del Mundo 2 hubiera reforzado y potenciado las mejores voluntades militantes en otros lugares del orbe. Un fracaso de Bush hubiera probado que la prepotencia no lo puede todo. Kerry no hubiera sido ninguna panacea, pero su triunfo hubiera habilitado el escenario más soportable o, si se prefiere, “menos peor”.
Al cierre de esta edición, las agencias noticiosas y los propios analistas norteamericanos hablaban de un final abierto con una tendencia favorable a Bush. Si ese dato se confirmara, si el más feroz político de las Azores saliera revalidado, se habría consumado (visto desde este Sur) el peor resultado.
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