EL MUNDO
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La mayoría de Nixon
› Por Claudio Uriarte
El triunfo de George W. Bush es absoluto y aplastante. El presidente ganó las elecciones con un 51 por ciento y una inédita mayoría de casi 59 millones del voto popular, aumentó su número de bancas tanto en el Senado como la Cámara de Representantes, avanzó en nuevos Estados y esto lo hizo en medio de un surgimiento inédito del número de votantes, que en principio se creía que iban a provenir del electorado económicamente sumergido que podía ayudar a John Kerry, pero que en lugar de eso –o paralelamente a eso– representaron la emergencia de aquello que Richard Nixon, en tiempos de Vietnam, gustaba de llamar “la mayoría silenciosa”.
La dimensión de su victoria crece aún más si se considera que la beneficiaria es la primera administración en presidir sobre una pérdida neta de empleos en más de 70 años y que el trasfondo es una guerra estancada y una lenta pero incesante sangría en Irak. En otras palabras, cualquier sombra que aún pesara sobre la legitimidad de Bush se ha borrado de un golpe. El presidente había asumido en 2001 con una minoría del voto popular y basado en un fallo sospechoso de la Corte Suprema; el 20 de enero próximo lo hará en condiciones radicalmente distintas. Es evidente que estamos ante un nuevo Estados Unidos y posiblemente también ante un mundo nuevo.
En condiciones normales, y ante un personaje más usual, las proyecciones de la victoria de Bush aparecerían limitadas por dos razones estructurales: la deuda nacional record de más de 500.000 millones de dólares –que debería evitar cualquier nuevo intento de redistribución regresiva de los impuestos– y la sobreextensión y agotamiento de los recursos de las Fuerzas Armadas estadounidenses por la guerra en Irak –que deberían poner un freno a todo nuevo intento militar–. Pero la determinación política e ideológica de este presidente es tal, y los recursos de la economía norteamericana tan abrumadores –si no equilibra su presupuesto siempre puede refinanciarlo, a través de convertirse en una aspiradora de recursos mundiales– que los resultados de la madrugada de ayer sólo pueden impulsar mucho más y para nada menos de lo que ya se ha visto. Alguien que en 2001 inició una agenda extremista como la de Bush contando solamente con una legitimidad exigua puede esperarse que redoble su apuesta cuando no tiene límite alguno en casa. Y esto lleva al núcleo de su abrumadora victoria: el terrorismo del 11 de septiembre. Estados Unidos nunca fue tan golpeado hasta ese entonces, Estados Unidos golpeará como nunca antes.
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