EL MUNDO
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Socialistas en el poder
› Por Luis Bruschtein
Los socialistas chilenos tienen la característica de ganarle a la derecha en su mismo terreno. Ganan elecciones en una sociedad muy derechizada tras la dictadura y sin que la ortodoxia económica provoque rupturas entre sus filas, como le ha pasado, en cambio, al PT de Brasil y como amenaza a sucederle al Frente Amplio uruguayo.
Históricamente, el PS chileno se ubicó a la izquierda de la socialdemocracia con planteos democráticos pero al mismo tiempo fuertemente reformistas y con un ala de izquierda que siempre pesó en su vida interna. La dura transición a la democracia llevó al socialismo a aliarse con la Democracia Cristiana para superar a una derecha pinochetista que tenía y tiene una vigorosa inserción en la sociedad.
El éxito de la política económica de la dictadura, sumado al fuerte control que se ejerció sobre la transición, le dio un margen estrecho a la coalición social cristiana para introducir reformas sociales y económicas. Tras dos gobiernos de la Democracia Cristiana, más otro socialista, Chile tiene una economía próspera, con altos índices de crecimiento y bajo desempleo, pero al mismo tiempo con una fuerte concentración de la riqueza y una profunda brecha entre ricos y pobres. Y además, es el país latinoamericano más elogiado por su estabilidad institucional, sin grandes escándalos de corrupción ni conmociones sociales.
Paradójicamente, los candidatos de la derecha centraron su campaña en promesas distributivas y criticaron al gobierno socialista de Ricardo Lagos por su “falta de sensibilidad social”. Fue la única vez que Lagos intervino en la campaña cuando reaccionó contra esa acusación. Lo cierto es que ni los socialistas –y mucho menos la derecha– han avanzado en ese tema. Michelle Bachelet reconoció que la inequidad es una deuda que tiene con la sociedad chilena.
El socialismo tiene una base electoral propia, pero la mayoría de los votos son compartidos con la Democracia Cristiana en la Concertación. En ese contexto difícil, el partido de la rosa mantiene una disciplina blindada donde las diferencias internas no llegan nunca a la fractura. Puede ser una cualidad de los socialistas chilenos, pero también es un síntoma de la sociedad. Porque pese a este triunfo de Bachelet, la sociedad chilena posdictadura sigue siendo culturalmente mucho más conservadora que sus hermanas latinoamericanas y tironea sobre la política cercando el espacio de la izquierda y neutralizando cualquier despunte de movilización social. El espacio de la izquierda queda muy reducido cuando no hay una presión social que motorice las transformaciones. Y para que eso suceda, la sociedad chilena tendría que empezar a cambiar desde abajo.
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