EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Robert Fisk *
Desde Beirut
Entonces, los poderosos y bondadosos en el Río Este de Nueva York trabajaron en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y presentaron una porquería. Uno podía casi escuchar el rechazo libanés a este borrador de resolución, un documento de tal parcialidad y falsedad que un amigo libanés cercano, que lo leyó detenidamente ayer, maldijo y se hizo la eterna pregunta: “¿No aprenden nada estos bastardos de la historia?”
Y ahí estaba todo de nuevo, las ya utilizadas propuestas de paz de la invasión israelí de 1982, llenas de zonas de seguridad y desarmes y “respeto estricto de todas las partes” –una entusiasta risa aquí, sin dudas, de los miembros de Hezbolá– y la necesidad de asegurar la soberanía libanesa. Ni siquiera demandaron el retiro de las tropas israelíes del sur del Líbano, un punto al que Walid Moallem, el canciller sirio –y el hombre con el que los estadounidenses eventualmente tendrán que negociar–, defiende con más que solamente firmeza. Es una resolución de la ONU muerta si no contempla una retirada israelí total, había asegurado en un viaje estratégico a Beirut.
Un análisis profundo del borrador estadounidense-francés –las huellas digitales de John Bolton, el embajador estadounidense ante la ONU– era casi una mancha de grasa en los párrafos y muestra quién está manejando la política de Washington para Medio Oriente: Israel. Y uno se preguntaba cómo incluso Tony Blair podría querer asociarse a este tipo de ridiculez. No hacía referencia a la obscena y desproporcionada violencia utilizada por Israel –sólo una elegante referencia a los “cientos de muertos y heridos de ambos lados”– y solamente hacía una referencia al pasar a la demanda de Hezbolá de que liberaría sólo a los dos soldados israelíes, que capturó el 12 de julio, a cambio de los prisioneros libaneses y árabes detenidos en las cárceles israelíes.
El Consejo dijo que era “consciente de la sensibilidad del tema de los prisioneros y que apoyaba los esfuerzos para arreglar el tema (sic) de los prisioneros libaneses detenidos en Israel”. Apuesto a que Hezbolá quedó impresionado con la parte en que afirman ser “conscientes”, sin mencionar la “sensibilidad” y la suavidad que supone la palabra “arreglar” (un tema que puede ser “arreglado” quizás en 20 años).
Y después llegó el verdadero golpe de gracia. Una demanda para el “cese total de todos los ataques de Hezbolá” y el “cese inmediato” de “todas las operaciones militares ofensivas” de Israel. Allí hay un pequeño problema, como lo detectó de entrada Hezbolá. Tienen que deponer las armas. Los israelíes, no (todavía pueden realizar, sin dudas, operaciones militares “defensivas”).
Si el Consejo hubiera demandado una resolución inmediata sobre el futuro de las Granjas de Shebaa, el territorio ocupado por Israel, que una vez perteneció al mandato libanés –y para cuya “liberación” ha luchado Hezbolá–, esta ridiculez quizá podría haber tenido alguna posibilidad de ser aceptada. Después de todo, Shebaa es la única raison d’etre (razón de ser) que tiene Hezbolá para continuar su guerra irresponsable, despiadada e ilegal a lo largo de la frontera azul de la ONU en el sur libanés. Pero el documento de la ONU sólo desea que haya un delineamiento de las fronteras libanesas, “inclusive en el área de las Granjas de Shebaa”.
Incluso había un párrafo maravilloso –el número nueve para los aficionados de la literatura de la ONU– que “llama a todas las partes a cooperar... con el Consejo de Seguridad”. Entonces, Hezbolá debe cooperar. ¿Deben hacerlo con estos austeros diplomáticos de este cuerpo sabio? ¿No es eso exaltar a un ejército de guerrilla y subirlo de categoría un poco más de lo que merece?
Pero no se engañó a nadie. Aun el gobierno libanés antisirio –antisirio excepto por los dos ministros de Hezbolá y el presidente, que todavía recibe sus órdenes de Damasco– se dio cuenta de que era inútil. Y pocos estuvieron en desacuerdo con Walid Moallem, el canciller sirio, cuando dijo que el borrador de resolución de la ONU era “una receta para continuar la guerra”.
Como hicieron tanto Hezbolá e Israel ayer, el primero matando a 15 israelíes en una lluvia de cohetes del otro lado de la frontera y el segundo bombardeando casas en Ansar –un ex campo israelí para prisioneros de guerra palestinos–, y destruyendo cinco vidas civiles más. Isaac Hertzog, el ministro de Turismo israelí –el turismo israelí aparentemente tiene algo que ver con la actual invasión– anunció que “todavía tenemos los próximos días para realizar muchas misiones militares...”. Mohamed Fneish, uno de los ministros de Hezbolá en el gobierno de Beirut –que difícilmente representa a todos los libaneses, pero habla como si lo hiciera–, se explayó sobre cómo “nosotros (presumiblemente Hezbolá, en vez de los libaneses) acataremos (la resolución) bajo la condición de que ningún soldado quede dentro de las tierras del Líbano. Si se quedan, no nos someteremos a la resolución”, aseguró.
Ayer hubo más ataques aéreos israelíes sobre los suburbios del sur de Beirut –aunque Dios sabe qué más queda para destruir–, garantizando que aún más civiles musulmanes chiítas seguirán siendo refugiados en las escuelas vacías y en las cada vez más sucias calles de Beirut. Porque, por miedo a que los israelíes bombardeen los camiones y argumenten que llevaban misiles, los recolectores de basura de esta ciudad han abandonado en general sus vehículos y el familiar hedor de 1982, de la basura quemándose, está ahora deambulando en las calles. El petróleo es ahora tan escaso que un tanque de auto lleno ayer costaba casi 480 dólares.
El único regalo al Líbano que contiene la resolución de la ONU fue la expresa necesidad de proveer a las Naciones Unidas de los mapas israelíes faltantes, con las minas terrestres colocadas en el Líbano. Ahora habrá un nuevo ejército de expertos en remoción de minas y bombas para limpiar el armamento letal que Israel ha sembrado nuevamente en todo el sur del Líbano durante casi un mes. Si, y como es usual, el borrador de la ONU asegura que “decide mantenerse activamente pendiente del asunto”. Pueden apostar que lo estará. Y, entonces, como dicen, la guerra continúa.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Laura Carpineta.
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