EL MUNDO • SUBNOTA
› Por Washington Uranga
Después de sus afirmaciones sobre el Islam formuladas el pasado 12 de septiembre en la Universidad de Ratisbona (Alemania), el papa Benedicto XVI ya hizo tres aclaraciones públicas sobre el tema, incluyendo un tibio pedido de disculpas al mundo musulmán. Hoy, el jefe de la Iglesia Católica se reúne en el Vaticano con representantes del mundo islámico para intentar nuevamente disipar los nubarrones que oscurecen el camino de las relaciones interreligiosas entre católicos y musulmanes a raíz de los dichos del Papa que, más allá de las reacciones de diverso tipo que se generaron en el mundo islámico, han sido calificados como desafortunados –cuando menos– en muchos sectores del catolicismo.
Es difícil, tratándose de Ratzinger, del Vaticano y de un tema tan sensible como las relaciones con el Islam, aceptar explicaciones demasiado simples como que se trató de una expresión desafortunada del Papa, de una mala interpretación de lo que quiso decir, o de una reacción desmesurada a partir de lo que Benedicto XVI dijo acerca de la interpretación de la Jihad (la Guerra Santa según el Corán). Ni el Papa ni el Vaticano están al margen de los conflictos internacionales. Tampoco de la intención de Estados Unidos, en particular del presidente George Bush, de teñir de cruzada religiosa el despliegue imperial enmascarado de “lucha contra del terrorismo”. En más de una ocasión el propio Bush habló de la guerra del Occidente cristiano contra el Oriente musulmán, identificando esta condición religiosa con el terrorismo. Es cierto también que muchas de las acciones terroristas se han fundamentado en preceptos religiosos islámicos, aunque también es necesario decir que la mayoría de los líderes religiosos musulmanes rechaza de plano esta vinculación.
¿Por qué entonces Benedicto XVI asume esta perspectiva? Aunque no haya una respuesta categórica, vale la pena recordar que Joseph Ratzinger nunca vio con buenos ojos el diálogo interreligioso sin condiciones –aunque bajo su liderazgo– promovido por Juan Pablo II. Algunos recuerdan que Ratzinger, entonces en su condición de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dejó entrever sus preocupaciones por el “sincretismo” subyacente en la oración interreligiosa común “al único Dios” de las religiones históricas monoteístas promovida por Juan Pablo II. Si bien siempre cabe la posibilidad del error, tampoco puede dejar de considerarse que los dichos de Benedicto XVI hayan dejado al descubierto –de manera imprevista o no– su posición frente al Islam y ante el diálogo interreligioso.
Y lo que puede resultar mucho más relevante desde el punto de vista de la política internacional: su coincidencia con el argumento norteamericano acerca de una nueva cruzada de la “civilización cristiana” contra el “terrorismo islámico”. Si así no fuera, Benedicto XVI tendrá que sobrepasar largamente las explicaciones acerca de sus dichos y promover gestos que tengan por sí mismos contundencia suficiente como para despejar toda duda y que, por otra parte, no tiren por la borda una política vaticana de más de dos décadas de trabajosos acercamientos con el Islam. Y, por cierto, para no dejar a la Iglesia Católica alineada con el discurso de George Bush. Si tales gestos no aparecen rápidos y contundentes, todas las explicaciones serán insuficientes y, lo que es más grave, terminarían por legitimar el discurso de la guerra religiosa que justifica el fundamentalismo de muchos.
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